Esculturas Ecuestres de Personajes Ilustres en España


JUSTIFICACIÓN DE LA OBRA 

El caballo es un animal hermoso. Es una obviedad para quienes compartimos la cultura occidental.
Pero, además, -- y sobre todo contemplado con la óptica de un niño de cinco o seis años – es una figura imponente y atrayente.

Eso debió de suponer para el autor cuando, terminada la última guerra civil española, allá por el año 39 o 40 del siglo pasado, en la cuadra del cuartel de la Guardia Civil de Úbeda, aventuraba su manita, bajo la atenta mirada de su padre, ofreciendo cuscurros de pan que ponía bajo los belfos del caballo que aquel tenía para realizar el servicio de correrías.

Ya, en los primeros años de su vida, montar a caballo de cartón-piedra, regalo extraordinario de algún día de Reyes Magos, era la mayor ilusión de sus juegos.

Luego, al iniciar su época de estudiante, tres objetos compendiaron sus aspiraciones primeras: un reloj de pulsera, una pluma estilográfica y un caballo de verdad. Los dos primeros fueron metas conseguidas con el tiempo. Pero nunca llegó a tener caballo propio.

Fue el caballo, para el autor, como un Guadiana que de vez en cuando afloraba en su vida como algo vivo y emergente para esconderse de nuevo durante una temporada. Nada de extraño por eso es que, acabada la etapa de su vida de actividad productiva, volviera a manifestarse con mayor virulencia.

Buscando entonces cómo cubrir el tiempo que hasta aquellas fechas había dedicado al ejercicio de su profesión de Abogado, surgió la idea de preparar algo “sobre los caballos”.

Descartó enseguida la idea de preparar un estudio sobre la figura del caballo en sentido amplio, para manejar sólo el proyecto de presentar las figuras ecuestres que pudieran contemplarse en España. Pronto descubrió que la magnitud de este proyecto hacía inalcanzable la obra, dada la ingente cantidad de figuras ecuestres que existen en nuestro País, bien sin caballero (como el monumental conjunto que marca una de las más modernas plazas de Vigo, en Pontevedra), bien dedicadas a personajes ficticios (el Don Quijote de la Plaza de España, de Madrid, por ejemplo), bien, en sí mismas, esculturas figurativas (el grupo de La Antorcha, que se puede admirar en el Campus de Medicina de la Ciudad Universitaria de Madrid), bien las legendarias o mitológicas (como las de Santiago Matamoros o Sant Jordi) o folclóricas (como los bellísimos grupos que adornan la ciudad de Jerez de la Frontera, en Cádiz)…

Seleccionó entonces la idea reduciendo el proyecto a la preparación de una relación de las figuras ecuestres que correspondieran a aquellas personas, realmente existentes en algún momento de nuestra Historia, que se exhibieran en lugares públicos de las ciudades españolas.

Con esa idea comenzó a trabajar allá por el año 2005, preparando su investigación con la localización de las figuras ecuestres que iban a ser objeto de su estudio, así como de las ciudades donde tales esculturas existieran y buscando los documentos, archivos y medios informativos que le permitirán abordar su trabajo.

Pronto se encontró con la desagradable sorpresa de que la infausta (a estos efectos al menos) época del dominio socialista en la vida pública española, había de aligerar el cometido pretendido por el autor, al adoptar el Gobierno de Zapatero la decisión, tan infantil como revanchista, de intentar borrar de la memoria de los españoles la existencia de quien, durante cuatro décadas, había regido su vida. A mayor velocidad que marcha la recopilación de sus notas, fueron retiradas de los lugares públicos donde se encontraban las esculturas ecuestres del General Franco que existían en Valencia, Madrid, Zaragoza, Santander, El Ferrol, etc.
(Afortunadamente, no se cegaron los “pantanos”, ni se destruyeron los barcos, ni se inutilizaron las carreteras, ni acabaron de derruir monumentos escultóricos tan soberbios como el Valle de los Caídos, en Madrid, o el ingente edificio donde se ubicó la Universidad Laboral de Gijón; aunque de una u otra manera sí se ha intentado).



Asumida esa situación, quedan recogidas, salvo monumentos desconocidos por el autor, la totalidad de las esculturas que cumplen la finalidad pretendida.
Se recogen a continuación

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