Pinceladas.-LIÉRGANES

LIÉRGANES




         Y llegamos a Liérganes.
         Algo más de cuatro horas en tren de Renfe desde la estación de Chamartín en Madrid hasta la capital de Cantabria; y unos cuarenta minutos desde Santander a esta ciudad, que es el final de la línea férrea comarcal, FEVE, que une diversos pueblos próximos a la costa de esta provincia.


        No es la primera vez que estamos en este lugar, donde le gusta
venir a Camelia para darse un tratamiento anual que, a su juicio, le ayuda en el funcionamiento de sus articulaciones y dolencias
corporales. Naturalmente, también a mí –aunque aun yo no me haya dado cuenta- me resulta utilísima esta prevención médica.



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         Vamos al balneario.

         Cuentan las crónicas que ya “en tiempos de Mari Castaña” los habitantes del lugar habían descubierto las propiedades lenitivas que tenían las aguas que salían del manantial que llamaron, precisamente por sus propiedades, “de la “Fuensanta”. Pero, fue solo a finales de siglo XIX  cuando se construyó en sus inmediaciones una Casa de Baños  a la que acudían los enfermos de los lugares vecinos. Junto  a las instalaciones del balneario se construyó un hotel conectado con aquellas por un corredor acristalado que permitía  la contemplación del parque circundante. 

Las instalaciones hoteleras con los últimos adelantos de la época, propiciaron que la Reina Dª María Cristina de Augsburgo
acudiera en varias ocasiones a tomar sus aguas, lo que impulsó definitivamente la fama del lugar que –en opinión de las gentes del lugar- pasó, de ser un simple manantial "en tiempos de Maricastaña”,  a ser un lugar privilegiado "en tiempos de María Cristina", en la segunda década  del siglo XX. Y la verdad es que en alguna parte de sus instalaciones aparecen testimonios que parecen adverar tan exagerada comparación, llevando al convencimiento de que datan de muy antigua época. Sin embargo, tengo que dejar constancia de que, desde nuestra primera visita (hará unos ocho años) hasta hoy, se han hecho reparaciones y arreglos que le permiten conservar su empaque y buena presencia.


     Barros –como en el balneario llaman familiarmente a la aplicación de parafangos-, baños de diversos tipos en las piscinas del Rey y del Infante, inhalaciones de vapor acuoso, andulaciones, sauna,.. son algunos de los métodos utilizados para el tratamiento de las personas mayores. Once días de tratamiento.
           Nuestra habitación es una amplia sala que tiene incluso una cheslong (¡y qué mal resulta la chaise longue francesa escrita a la española!) frente al televisor. Dos camas limpias y anchas y, sobre todo, unas vistas preciosas al parque de esta residencia, cuya frondosidad y verdor variado constituyen un regalo. No en vano salimos de Madrid para llegar aquí antes de que empezaran a repartirse las habitaciones para el nuevo turno de residentes. Fue un acierto..
         Las normas de estancia en el balneario son sencillas: por las mañanas baños o masajes que hayan prescrito el médico que obligatoriamente comprueba los “dengues” del residente; desayuno, comida y cena a la hora prefijada por el hotel; y luego. tiempo libre para emplearlo a voluntad, bien por sí mismos, bien acogiéndose a los servicios  ofrecidos por el hotel para dar a conocer las peculiaridades del lugar y de la zona.

       A la vera del balneario (aunque cronológicamente sería al revés)  un hermoso parque, poblado de árboles centenarios, de copas elevadas y frondosas ramas entre las que el sol encontrará difícil pasar. Destacan entre todos un plátano y un tilo que están catalogados como “árboles singulares de Cantabria” según la información turística.

  
Conocido ya el lugar que constituirá nuestra residencia durante los próximos días, vamos a conocer el entorno.

 El pueblo,. Sí, es bonito.
 Un pueblo señorial con reminiscencias de enclave caballeresco del siglo XVI / XVII, grandes casonas en piedra, cuidadosamente adornadas en la actualidad, con flores de fuertes colores y con cactus colgantes  de color verde claro, que definen la fisonomía urbana de la ciudad. Un río, tributario del Cantábrico, el río Miera, este año pobre en agua, recorre el lugar, cuyo Ayuntamiento ha cuidado con esmero dos puentes para su contemplación.
En Liérganes no hay “casco urbano” como tal. Es un pueblo formado por la conjunción de varios barrios con sus propias características que tuvieron su origen en caseríos construidos en el valle del Miera por pudientes propietarios, a cuya sobra se han ido adosando nuevas construcciones que, al final, se han conectado por algunos extremos, de forma anárquica y deslavazada, con las prolongaciones de las casa surgidas en las cercanías de  aquellas primeras construcciones, generalmente ordenadas por personajes de una nobleza de segundo grado. 
Entre aquellos barrios sobresale el de “Mercadillo´ que de alguna manera aglutina los de La Costera, La Rañada, Rubalcaba, y, más alejado, Pámames, entre otros menos turísticos. 
Y advierto que el barrio de Mercadillo no debe su nombre, como podría parecer, a la existencia en el pasado de un lugar aprovechado para la compraventa de artículos, es decir , para mercado, sino que recoge el nombre de la, en sus tiempos, señorial familia que por primera vez se instaló en el lugar: la familia Mercadillo. Algo similar sucede con los de, por ejemplo Rañada, Rubalcaba, que deben su nombre al de las familias que ordenaron la construcción de las primeras mansiones

 Mercadillo está en las proximidades del Balneario, ocupando un vértice de aquella parte del  valle con la forma aproximada de un triángulo escaleno curvilíneo, que limita, en el lado que formaría la hipotenusa, la carretera que va de Pámenes al barrio de Rubalcaba, y por otro, ocupando el lugar que formarían los dos catetos curvos, el río Miera, escoltado en casi todo su recorrido por frondosa arboleda


.1.   El paseo junto al río, que se prolonga con anchura, está escoltado por abundantes arboles del tipo de los
“plataneros” que suelen adornan con frecuencia las ciudades de la España norteña, proporcionando sombra veraniega a los tranquilos paseantes, que ya a partir de esta fechas pueden contemplar las nudosas y entremezcladas ramas que se cubrirán de abundante follaje en la primavera. En el centro del paseo un recuerdo al personaje –real o ficticio- pero conservado por los lugareños con fervor:
2.   “El hombre pez”, aquel lugareño, Francisco d la Vega, que, a mediados  del siglo XVII, marchó a Bilbao para aprender el oficio de carpintero y un día, mientras nadaba en la ría con los amigos, llegó hasta el mar y desapareció. Sus amigos le dieron por perdido, ahogado; y sin embargo, cinco años después unos pescadores  de Cádiz encontraron en el mar un ser extraño, con facciones de humano pero recubierto de escamas y con las uñas desgastadas, que balbuceaba de forma incomprensible y había perdido totalmente los hábitos de su especie: ni comprendía lo que se le decía ni hablaba, entendiéndosele solo a duras penas una voz que podía ser “Liérganes”.
Tras numerosas gestiones los frailes que le custodiaban consiguieron encontrar una persona que conocía la existencia de una ciudad con ese nombre. Lo trajeron a Bilbao y desde aquí hasta Liérganes, pero cuando aún faltaba media legua para llegar al pueblo, él, sin dubitación alguna, llegó hasta el lugar donde había vivido en su infancia. Era aquel muchacho que habiendo sobrevivido en la soledad de los mares durante tanto tiempo, había adquirido la forma, costumbres y apariencia de un pez. Durante algún tiempo permaneció en el pueblo sin vestirse, ni cuidarse sin preocuparse ni aún de comer aunque comía lo que le daban. Hasta que un día desapareció. Unos pescadores de Bilbao dijeron, algún tiempo después que habían visto mar adentro una figura que podía ser él. Luego nada se ha sabido.

          En la acera del paseo que está frente al río, pastelería y cafeterías renombradas en la comarca por sus chocolates con churros, exponiendo, una de ellas, como reclamo, el letrero de “hombre pez”

Desde el paseo puede contemplarse muy cercano, casi lamiendo las últimas casas que bordean la carretera que se aleja del centro urbano, el montañés panorama de la comarca cántabra: suaves montañas cubiertas de verdor esplendoroso. Pero, en este caso, tal paisaje está centrado en dos cerros, igualmente famosos entre las gentes del pueblo que, cariñosamente, los conocen como “las Tetas de Liérganes”,

importándoles bien poco que en los mapas figuren con el nombre de  los Picos de Busampiro.

En el camino que, del balneario, llevaría al barrio de Mercadillo, y en la acera izquierda se deja el Flaviarium, espacio público donde se exhibe la flora y fauna del lugar, con especial atención a los peces del río,
y un poquito más adelante, una enrejada fachada, cubierta en estas fechas de coloridas buganvillas que invitan a dejar un recuerdo fotográfico.

 Después de caminar una manzanas, se llega a la calle del estanco y de la lotería, donde se encuentra la Giraldilla,  pomposo nombre con que el pueblo conoce a una casita de tres plantas,  con una coqueta torre de tres pisos,
de carácter andaluz, adornada con azulejos y balconada de forja, a medio 

 camino entre el faro y el minarete, que escasamente sobrepasa la altura máxima de las construcciones colindantes. Es la Torre de Cacho, pues fue este personaje quien a finales del siglo XIX mandó construir la casa a la que, posteriormente, su nieto                                                                 adornó con la torre, con la pretensión de sobrepasar la altura de las casa colindantes.

Siguiendo por la calle donde está ese edificio, en la acera
opuesta, una casa solariega ofrece en su patio a la curiosidad de los paseantes unos racimos colgantes de cactus de color verde claro y apariencia carnosa, frecuentes en el pueblo, pero no fáciles de mantener fuera de este lugar (Y esto lo digo por experiencia propia, pues, años atrás, ilusionado por este tipo de planta, compré unas matas para llevarlas a Madrid, donde no prosperaron a pesar de mi interés)

Al final de la calle  se encuentran, a la derecha, la plaza ; y a la izquierda la calle, 
que mejor representan el conjunto del pueblo: la plaza del Marqués de Valdecilla:  casones antiguos, señoriales, bien cuidados y ornados, no solo por abundantes plantas de flores profusas de color  fuerte, sino también por los vestigios de la riqueza social que en su época tuvo la zona en la que se desarrolló una eficiente industria armamentística de la que hoy quedan restos como los cañones que custodian la, llamada por eso,  Casa de los cañones-.
Son éstos dos ejemplares, colocados en las esquinas del casón que forma la fachada norte de la plaza: dos de los cañones que se conservan, de los cientos que se fabricaron durante los siglos XVII y XVIII en las instalaciones de la Real Fábrica de Artillería de La Cavada y Liérganes, famosa internacionalmente en su época, por la eficacia de sus cañones a causa del hierro  de especial calidad procedente de las minas de Vizcaya y tratado con el carbón traído de las minas asturianas.
Abundan en el barrio de Mercadillo las casas de estilo clasicista que mandaron construir los próceres de la época, al socaire de su fábrica de armas, para cuyo funcionamiento se hizo preciso traer, a partir de mediados del siglo XVII, personal de Flandes a alguno de los cuales Felipe V concedió “privilegio de Hidalguía” que luego confirmó Fernando VII.: 
Casas de Rañada y Portilla, 


casa de Juan Gutiérrez Mercadillo,
casa de Domingo de la Cantada,
Y, en las inmediaciones, Casa de Langre
.. Son todas casa de piedra, de dos plantas, de estilo clasicista, con amplias balconadas y, en la mayoría de los casos, con recargados escudos nobiliarios, que dan testimonio de la riqueza que a la sazón tuvo Liérganes.



Abrumados por la abundancia y riqueza arquitectónica del lugar, continuamos para llegar, junto al río, al más famoso puente: el Puente mayor de Liérganes: 


Construido en los finales del siglo XVI por el cantero del pueblo Bartolomé de la Hermosa, en piedra de cantería y con apariencia de puente romano, con paso superior peraltado, supuso en su día un enorme adelanto, especialmente porque abrió la posibilidad de una más fácil comunicación entre la comarca cántabra de Trasmiera y la Asturias de Santillana, en la época en que comenzó a introducirse en la región el cultivo del maíz 
A través del ojo del puente, puede apreciarse el edificio construido, con gusto exquisito, por el propietario de la casa desde la que, elevando la vista, forzosamente se contempla una nueva panorámica de la omnipresente corona mural que forman las onduladas prominencias de las “tetas de Liérganes”. 

Aguas arriba, al otro lado del puente, en la ribera izquierda, los restos del molino que en su día aconsejara la introducción del maíz en esta comarca, y que hoy se han aprovechado para montar un museo que pormenorizadamente explica la vida del famoso icono del lugar. 
 Al pie del puente, una estatua que quiere evocar la existencia del “hombre-pez”.  La finalidad era la de que la figura quedara al borde del agua, pero este año queda alejada por falta de caudal suficiente en el río.








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Hoy es domingo. Se nota en el ambiente. Caminan pausadamente por las aceras de la que podría considerarse como vía principal, las señoras de toda la vida, vestidas con rancia elegancia, acompañadas por talludos (aunque encorvados, ya) señores de edad avanzada o con las niñas quinceañeras, engalanadas para asistir a la misa en la parroquia. Son los católicos creyentes del lugar, que aún concurren   _yo supongo que, más por inercia y costumbre que por devoción-  a las fiestas religiosas en la iglesia parroquial de San Pedro Advíncula, construida entre finales del siglo XVI y comienzos del siguiente siglo, por un arquitecto, hijo del Pueblo, hecho que, sin duda alguna, contribuye a. mantener el cariño de la gente por este edificio.

 Recoge la información turística que se trata de una “iglesia columnaria de planta de salón”, declarada de interés turístico cultural; es una iglesia de tres naves de igual  altura divididas por columnas toscanas y cubiertas con bóveda d crucería.     Siendo destacable conjunto en la actualidad, parece que de su riqueza original solo queda el retablo mayor y el Cristo que se encuentra en la pared que hay frente a la entrada. La mesa del altar mayor, en piedra ricamente trabajada,  perteneció a la ermita que había en la fábrica de armas de la que se trajo cuando ésta fue desmantelada.

El regreso de la Iglesia, situada en un altozano, nos permite contemplar los campos del entorno, la presencia de una vacada, (en aquel momento, paciente y relajada) y volver a divisar al fondo las “famosas tetas” omnipresentes por doquier. Se pasa por la calle donde está la Biblioteca Pública y un Colegio de Niños que siempre tiene un su fachada una pintura mural que reproduce el cuadro de algún artista famoso. En esta ocasión se trata de uno de los retratos que F. Rembrandt hizo de su mujer, cuyo original no puedo decir si está en el Rijksmuseum o en el Rembrandt House Museum, de Ámsterdam.


         Nos dejamos atrás, y no podemos dejar de subir a, la  Iglesia de San Pantaleón.  Está allí arriba, al final de una ardua cuesta, cuyo acceso se ha pretendido suavizar con la colocación de unos rústicos escalones con amplios peldaños de baja alzada.. 
Es quizás el edificio gótico más antiguo de los construidos en la zona. Se debe al abad Juan Gutiérrez Mercadillo, quien al morir, en el siglo XIV dejó fundada una capellanía de la que son titulares la familia Gutiérrez Mercadillo (el que tiene su casa en la plaza Marqués de Valdecilla donde su escudo aparece en la esquina que forma el edificio). Una construcción de finales del románico con un alto torreón que domina todo el panorama del lugar,
Por dentro, conservando las cenizas del santo, tres naves con arcos apuntados y bóveda de crucería que contiene dos retablos de diferente tamaño: el mayor expone la imagen de S. Sebastián y debajo la de S. Pantaleón, que es el patrono del pueblo. El más pequeño, de San Sebastián, incorporado a esta iglesia tras los desastres que los franceses ocasionaron en la Guerra de la Independencia. Ambos retablos de estilo barroco con profusión de decoración. 
Para evitar la dureza de la subida, (de que pretendí dejar constancia fotográfica) se baja por una carretera, camino antiguo, hoy asfaltado, que se abre entre los campos con amplios prados para solaz del ganado.



 

 ¡Nostalgía! En estos mismos campos, hará ahora unos ocho años, Camelia y yo, dejamos constancia de nuestra ascensión a S. Pantaleón, sin que, entonces, hubiéramos notado dificultad alguna para llegar a la cumbre. Hoy, tras llegar a la meta después de grandes fatigas, hemos recordado la fotografía que entonces nos hicimos aquí, en tiempos de, relativa, juventud y he pensado reproducir aquella fotografía.  Algún compañero fue el autor de esta imagen de nuestra segunda subida a San Pantaleón, que guardaré para el recuerdo.


Nos queda pendiente la visita al Barrio de Rubalcaba. Vamos hacia allá. Son casi tres kilómetros caminando. Hay que tomarlo con calma. El primer edificio importante es una imponente construcción que, sin llegar a castillo (especialmente por la falta de torreones y almenas) supera el concepto de casón:
 El Palacio de Larrañada: Un cuerpo central con dos alas adosadas que conforman el patio al que se accede por una magnífica verja coronada por un dosel de piedra ricamente decorado. En la portada del edificio un balcón central, sobre el que se ha erigido una espadaña que cubre la capilla del edificio. Fue construido a comienzos del siglo XVIII por encargo de José Cuesta Mercadillo, gobernador español de algunos pueblos mexicanos en la época de la conquista.

Un poco más adelante en la misma acera, la casa que fue de D. Felipe Riera Rubalcaba, a la sazón, capellán de la capilla mayor de la catedral de Toledo. 



Edificada a principios del siglo XVIII, es un casón de piedra, que guarda parecido en su construcción con los elevados en aquella época por esta zona. Consta de dos plantas, con amplia balconada de madera en chaflán la esquina principal de la planta superior junto a un imponente escudo que ocupa todo el lienzo que da a la carretera y contiene los blasones de la familia enmarcados en unos altorrelieves bellamente esculpidos con representaciones de animales fabulosos
Pero lo más destacado del conjunto es el torreón elevado en la esquina opuesta a la del balcón, donde brilla con luz propia el escudo de armas de la familia, esculpido primorosamente en piedra cuyos elementos se adaptan a la forma curvada del torreón- 
Sobre éste ,una sencilla cruz de piedra: La Cruz de Rubalcaba, mítico objeto final de admiración en la visita de los turistas.
Justamente enfrente del anterior edificio, entre la carretera y el río, y en las proximidades del puente que sobre éste se alza con cierto parecido a los que lo cruzan en Liérganes, se encuentra la iglesia de Santa María la Blanca, construcción barroca del siglo XVII con fachada de sillería en su totalidad y rematada, de la misma forma, con una espadaña de dos pisos de fina y elegante configuración-

Hasta ahora hemos recorrido lo más representativo del pueblo que hasta la época de Carlos III fue uno de los que más importancia tuvieron para el mantenimiento del poderío español tras el descubrimiento de América, ya que fueron los cañones, fabricados en la armería de La Cavada y Liérganes, los que armaron los navíos que protegieron nuestro comercio con las “Indias Occidentales”.
 Y, al hilo de este pensamiento, puesto que fue en su día el punto principal del funcionamiento de la Armería, decidimos hacer una vista a La Cavada. Total, cuatro kilómetros en plan de paseo no puede ser demasiado esfuerzo. 


Comienza el camino a la altura de la estación del Feve. Un camino que empieza siendo asfaltado para, enseguida, perder la capa de asfalto y convertirse en un camino de gravilla,
en algunos tramos muy descuidada, que serpentea junto al río, en cuyas aguas se van reflejando los rayos del sol poniente, visibles a trechos a través del abundante ramaje que puebla su ribera derecha.

Al otro lado del camino, a la derecha en el sentido de la marcha, enormes maizales o amplias praderas, salpicadas de manchas frecuentes de alto arbolado y allá al fondo los picos de la sierra de la que forman parte “las tetas” que poco a poco van quedando atrás, a la derecha del caminante.

Al entrar en un recodo del camino una bandada de palomas levanta el vuelo ante la novedad que supone la aparición del caminante, y con un aleteo, al principio indeciso y luego, mientras asciende, vibrante y uniforme, va formando el conjunto una estilizada curva de caracol que lleva al grupo a posarse en las copas de los árboles que ponen fin, por la otra parte, a la pradera.  En el suelo han quedado las vacas, que compartían con aquellas el alimento que les proporcionaba a ambas el pasto, del que ahora solo la vacada se aprovecha.
Una foto un poco tardía, y no muy afortunada, pretende recoger el momento, pero solo se alcanzan a vislumbrar las palomas, ya posadas sobre las últimas ramas del árbol del fondo.

Más adelante, un banco de rústica forma, estratégicamente colocado entre el camino y el río, invita al paseante a hacer un alto en el camino para contemplar el panorama mientras se toma un descanso.

Reiniciada la marcha, un ruido sordo, monótono, metálico, cuyo volumen va ascendiendo, avisando de su aproximación, nos hace mirar a la derecha por donde alcanza a verse un tramo de la vía del Feve. Instantes después, imponente, avanza arrolladora la máquina que arrastra los vagones que constituyen la principal  comunicación de los pueblos colindantes. No me da tiempo a preparar la máquina para dejar constancia de esta sorprendente imagen mecánica cuya presencia rompe la bucólica uniformidad  de estos campos y el tranquilo pastar de sus animales.
La Cavada, hoy, solo es un punto casi perdido de lo que     hubiera sido en la pasada historia.

Hubiéramos podido suplir tal pobreza si hubiéramos visto el Museo de Artillería, pero ya está cerrado. Es tarde. Pronto anochecerá. Queda la puerta de entrada de lo que fue la Fabrica de Armas, mandada construir por Carlos III, el más culto – y mejor gobernante- de los reyes españoles de la edad moderna.
Con ella quiso dejar constancia de la importancia de aquella industria que, un siglo después, es dejara de ser rentable a la Corona. Por falta de aquellos elementos, leña y carbón para sus hornos y de mineral bastante para sus, otrora, envidiados productos bélicos, según se dice. También, aunque no se diga, porque ingleses y holandeses, especialmente, habían aumentado su poderío militar, reduciendo drásticamente la supremacía de nuestra flota de guerra.

Queda, sí, en una plazoleta junto al río, un simbólico recuerdo de uno de los ciclistas escaladores que ,durante los años treinta del pasado siglo, marcó un hito en el ciclismo:
Vicente Trueba, nacido en La Cabada, como queda escrito en la placa que pone leyenda al símbolo que quiere recordarlo.





Y, sin coche para hacer más largos recorridos, nos vamos a conocer el Paseo Fluvial , atravesando el puente que lleva a la estación del Feve
En la margen derecha del rio Miera se ha aprovechado lo que sin duda fue en sus tiempos camino de sirga para el transporte de la madera, para preparar con fina gravilla una vereda, acotada cuidadosamente en ambos costados por sendas hileras de sucesivos ramas largas de árbol, a modo de cadeneta, que marcan la separación con el verde campo circundante, cubierto de una vegetación que se hace más poderosa en la parte que da al río, donde con profusión y desorden hay higueras, cañas, perales, sauces, espinos, ortigas, y plantas de todo 


tipo cuyas ramas bajas van buscando el agua del rio que discurre, ora tranquilo, y dulce, especialmente en sus recodos, ora turbulento y ruidoso en los tramos donde los cantos rodados o las ramas caídas han formado presas que ralentizan el normal curso de las aguas.
 Es un paseo corto en el que se ha preparado un conjunto de instalaciones para solaz de los niños ("hasta los de 12 años," se advierte en el cartel que lo anuncia): tirolina, para el desplazamiento de los más osados; aparatos de gimnasia infantil para todos; mesas y bancos para la merienda o el reposo….

También, un par de rincones para soñar despiertos, en los rústicos bancos de madera, colocados a la vera del río, facilitando intimas conversaciones de enamorados, o ensoñadores momentos con el recuerdo de felices días pasados, o de esperanzadores futuros, bajo el suave rumor de las aguas del río  Miera.
Un paseo corto. 
Un final relajante.









Comentarios

  1. Gracias tito, por compartir con nosotros vuestro viaje. Es una perfecta y detallada guía para viajar a estas tierras. Esperamos el siguiente....
    Carolina

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  2. Estimad Agustín. No solo es envidiable tu viajes, sino sobre todo la claridad de percepción que preside tu exposición. Cuando hablabas de la Cruz de Rubalcaba, pensaba en la Cruz de todos los socialista "illo tempore".

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