El Rincón de la Poesía. VIAJE AL PUEBLO


                     
Viaje al Pueblo

             En una parada, durante el camino de vuelta. 
             Mientras, después de la siesta en el Parador de Manzanares, hacía tiempo para que bajara el sol, que a plomo caía sobre los campos manchegos, comencé a teclear sobre el móvil un resumen de lo vivido en aquel viaje que había proyectado para tratar de preparar el árbol genealógico de la Familia Mota.
            Esto fue lo que me puse a escribir. Lo dejé para que me diera tiempo de llegar a Madrid  con luz del día. Con la intención de acabarlo después.
           Se ve que las Musas están, también ellas, de veraneo.
Pero mi intención queda en pie



Fue en los finales del mes.
Julio ya estaba acabando.
Con sus hijos a comer
me había invitado Fernando

   Con la comida acabada
me fui a casa a dormir.
(La siesta es cosa sagrada:
 no se puede profanar
 ni se debe de omitir).

   Mas, terminada la siesta,
¿qué , demonios, hago aquí?,
 me dije animadamente. 
y  me puse pronto en pie,
Pues yo pensaba salir
pero en el día después.

      Y con aire decidido
en el coche me monté.
Mi coche. Mi viejo AUDI.
¡Qué de menos te echaré
 cuando ya no pueda usarte
 a causa de mi vejez!

        Eran ya casi las seis
cuando el viaje comencé.
A pesar de ser domingo,
 para salir  observé
que no había muchos coches
ni mucha circulación.
“La gente vuelve a su casa;
al contrario que hago yo”.

       En mi coche contemplaba,
 lleno de satisfacción,
cómo los campos pasaban
con su amarillo color,
entre viñedos, olivos
y tierras ya sin labor,
o  haces de mies segada
 esperando la ocasión
de ser al troje llevada
 para su conservación.

      El sol caía poco a poco.
La carretera ofrecía
esas rectas infinitas
de los campos de Castilla.
 Y también, de vez en cuando,
 se veían a su vera,
los carteles que anunciaban
alguna gasolinera.

      Los kilómetros pasaban.
 Y el amarillo del campo
con el verdor se mezclaba
de los matojos del monte
que ya la sierra anunciaban.
      Era la Sierra Morena
Con sus lomas empinadas,
 ccubiertas con armonía ,
con sus olivas plantadas
(Olivas digo, aunque olivos ,
 otro muchos las llamaran
 porque no son andaluces
y no ven que es femenino
el ser del que nace un alma;
y ese árbol es la madre
de la aceituna apreciada)

      ¡Qué preciosos son los campos
de esta mi Jaén serrana!
Como mantos ondulados
cubren las lomas, y marcan
un dibujo esplendoroso
de verde oscuro y de plata
 en infinitos espacios,
que, mirando, no se acaban.
¡Qué preciosa simetría
dan a los campos de España!

      Pensé que en Despeñaperros
 iba a hacer una parada.
Pero, ya, Despeñaperros
es una cosa pasada:
Una autovía moderna
sustituye a la empinada
carretera que en mis tiempos
era la ruta obligada.

    De modo que, sin notarlo,
 en La Carolina  estaba. 
      Y con aire aventurero
me dije que ¡qué más daba
si, dejando la autopista
por el monte atravesaba,
 pues que prisa no tenía
porque allá en Villacarrillo
nadie fijo me esperaba!.

      Por la estrecha carretera,
el coche se aventuraba
partiendo en dos aquel manto
de la campiña serrana,
dando la impresión certera, 
mientras el coche avanzaba,
que las olivas venían
 y que casi me abrazaban.

       Y lentamente pasé,
admirando, sorprendido,
la puente del Guadalén;
la puente que cruza el río
 permitiendo que en Jaén,
en aquel valle escondido,
se remansara su cauce,
y presentara con tino
la hermosura de sus aguas                    
que, al relumbrar vespertino,
reflejan la tenue luz
 de un sol ya casi escondido.

      Ubeda era mi destino.
Aún no estaba cansado.
Decidí seguir camino
 y así -pensé – al día siguiente
 comenzaría temprano
la gestión a que he venido.

      Y llegué a Villacarrillo.
Mi pueblo. Un pueblo antiguo.
 Un pueblo con mucha gente
 pero nadie conocido.

Me registré en el Hotel
y me marché acto seguido
 a visitar a “la Cati”,
 mi prima, la hija mayor
de mi tío más querido;
De aquel “mi chache Perico”,
 que “tío Pedro” luego ha sido
cuando, pasados los años,
las costumbres y los giros,
han hecho que no hayas “chaches"
que ahora ya somos muy finos,
y lo menos que se estila
es que les llamemos “tíos”.

      ¡Qué encanto que es Catalina!
Siempre la vi como hermana.
Su dulzura sobrepasa
toda descripción humana.
Siempre pendiente de todos,
Siempre ofreciendo su alma.
¡Qué suerte tiene Vicente
de gozar de su compaña!

¡Buen rapapolvo me echó
por no quedarme en su casa,
donde cinco dormitorios
sin ocupantes descansan!.
Y ¡qué cinco habitaciones!
Un hotel las deseara,

      Pero yo soy como soy.
Quizás, persona muy rara,
que nunca quiere estorbar
ni forzar en casa extraña  
una forma de actuar
que pueda cambiar en nada
la costumbre en el obrar
de los dueños de la casa.

                         Pero.... Ya pasó el calor.
                         ya es la hora de partir.
                         SEGUIRÉ EN OTRA OCASIÓN.
                         Salgo ya para Madrid,
                         porque sin la luz del sol
                         no me gusta conducir.

Manzanares, 31 de julio de 2018
     

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