De viaje por Uzbekistán




 

Madrid 6 de mayo de 2018

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Querido amigo:
      Acabamos de regresar de un viaje a Uzbekistán.
      Sí. Has leído bien: Uzbekistán. Un sitio bien raro, es verdad. Y bastante desconocido por nuestros lares. Te aseguro que muy, muy poquitos de tus amigos serán capaces de situar este lugar si les cuentas esta historia. La mayoría te mirarán a los ojos con mirada inquisitiva esperando que les repitas y amplíes la información sobre el lugar.
      Para ser sincero, también yo tenía escasa información sobre el país antes de iniciar el viaje. Solo lo había situado como una de las repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética en la época de Stalin. Su descubrimiento me ha llegado de rebote, porque es el país en que actualmente está ubicada la ciudad de Samarcanda, que fue el verdadero objetivo de esta excursión.
Suele ser general. Al menos como normal han considerado los amigos con los que he comentado mi experiencia, lo de guardar en el subconsciente algún recuerdo que aflora de vez en cuando sin mucha fuerza, sí, pero también con debilidad permanente que le hace quedar latente hasta la próxima ocasión que no se sabe bien cuándo va a producirse. Y su peculiaridad está en que solo ese hecho permanece vivo, difuso pero vivo, mientras las circunstancias que lo rodearon desaparecieron totalmente.
      A mí me sucedió con Tamerlán. Fue en la época de estudiante. Nos tocaba, ya mediado el curso, enfrentarnos al período final del Imperio Bizantino y, como antecedente, nos informaba el libro de texto (Tercer curso de la Geografía e Historia de la editorial Luis vives) de la existencia de los Mogoles haciendo luego especial referencia a Tamerlán, cuya fotografía reproducía a pie de página: sentado en su trono luciendo un peculiar casco de guerra y hábito propio, debía ser, de la época. Se me quedó grabada la imagen, así como la valentía de su carácter y eficacia de su gestión guerrera. Luego, no sé porqué, esa imagen se asoció en mi mente con la Ruta de la Seda. Quizás porque punto importantísimo de ésta fue la ciudad de Samarcanda, lugar donde se centró la sede de Tamerlán.
      Por otro lado, a Camelia le pasaba algo similar con la fijación del recuerdo de esa ciudad con motivo de su estudio de la Historia del Arte en la que se hacían especiales referencias a la Ruta de la Seda, de trascendental importancia en el desarrollo de la cultura de Europa desde finales de la Edad Media.
      Pues bien, con esos antecedentes, llegó la celebración del 75º cumpleaños de Camelia y, sabiendo sus inclinaciones y preferencias, le ofrecí como regalo un viaje a aquella ciudad cuyo sugestivo recuerdo a los dos nos motivaba.
      Ilusionada comenzó a preparar los trámites necesarios: Catay, mayorista de viajes, especialista en los desplazamientos turísticos a Asia.  Agencia de Viajes, recomendada por Feri, nuestro hijo. Y proyecto concluido, con la mediación de Turk airways, y desplazamiento inicial a Taskent, la capital de Uzbekistán, después de hacer escala en Estambul (Turquía) y visita de Samarcanda, Bujara y Jiva.
      No tiene nada de extraño que en España se conozca tan poco esa región: Su lejanía, su enclavamiento geográfico, sus costumbres, las ideas religiosas de sus gentes, todo es tan diferente de lo español de hoy que justifica el desconocimiento casi general que en España se tiene de la nación, de la región y, mucho más, de su historia, tan poco coincidente con la nuestra.
      Y, sin embargo, paradójicamente, es de mencionar que allá en los comienzos del siglo XV el rey de Castilla Enrique III envió a su embajador Rui González de Clavijo quien llegó Samarcanda en 1404 con la intención de crear una alianza con Tamerlán, que no llegó a consolidarse por el fallecimiento de éste. (En la ciudad, como recuerdo de este hecho hay un barrio que recibe el nombre de Madrid).   
      Hoy, por el contrario, España no mantiene relaciones diplomáticas con Uzbekistán. (A pesar de lo cual, con gran alegría, hemos podido ver nuestra bandera ondeando junto, naturalmente, a la de Uzbekistán, y a las de Inglaterra, Rusia, y Francia, en alguno de los hoteles que hemos visitado, especialmente en el de Jiva).
      Históricamente, por su enclavamiento entre los pueblos que constituyeron el núcleo inicial de la actual civilización, el país ya figura entre las noticias que, de la antigüedad, proporciona el griego Heródoto, quien lo relaciona con el pueblo nómada a los que llama “los masagetas”. Posteriormente, Ciro II, el Grande, fundador del Impero persa, sometió a la región. Y fue precisamente, en una batalla contra los masagetas, dirigidos por su reina Tomiris, cuando murió el Gran Rey. Vuelve a figurar en la historia Con Alejandro Magno, quien en sus incursiones por la zona, conoció a la princesa Roxana, con la que contrajo matrimonio. No se trata, por tanto, de un pueblo joven.      
Es un pueblo culturalmente importante en la antigüedad, que coexistió con primeras figuras de la historia antigua. Entre ellos -de manera especial para los centroasiáticos- Tamerlán, como universalmente es conocido el más famoso de los gobernadores de la región, Timur, (acaso por deformación del nombre con que le conocieron sus contemporáneos Timur-Lang (Timur el cojo) a causa de la deformidad que le quedó al destrozarle la cadera y el codo derechos una flecha en una de sus batallas).
      Nació en 1336,en un poblado cercano a la actual Samarcanda , enclavada en la antigua Transoxania,, probablemente de padre descendiente por línea materna de Gengis Kan y en un insuperable afán de superación luchó contra los reyes y kanes de los alrededores hasta consolidar un imperio el Imperio timúrida, que abarcaba, desde la parte occidental del Irán actual hasta la India y desde la Horda de Oro al golfo Pérsico, no llegando a conquistar la China, como era su intención, porque falleció cuando preparaba un gran ejército para cubrir ese objetivo. Tenía 69 años de edad. Su sepulcro se conserva en Samarcanda.

     El país es casi tan extenso como el nuestro, pero está ocupado en casi sus dos terceras partes por el desierto; mejor diría por los desiertos, puesto que no solo está el, tan conocido para nosotros, desierto de arena, tipo Sahara, -que allí ocupan los desiertos de Kyzylkum, en el centro, y Karakum, en el sur-, sino que también, entre Taskent y Samarcanda, existe una amplia zona cubierta por un desierto pedregoso que ocupa las estribaciones del macizo del Pamir, que da entrada ya a los Himalaya.  En el resto del país predomina  la estepa, amplias llanuras, parameras inmensas que, en algunas ocasiones dejan ver frondosos paisajes de arbolado diverso y cultivos de huerta, bien en aquellos lugares beneficiados por la proximidad de las aguas del río Amu Daria, que va a morir, cada vez con menos caudal por el desaforado aprovechamiento de sus aguas para el riego, en el mar de Aral, bien en los parajes beneficiados por los numeroso canales que atraviesa toda la zona llana para dar fertilidad a los campos.
      Los pueblos que vimos ofrecen comúnmente el aspecto de núcleos urbanos primitivos, casa de adobe distribuidas al albur, sin orden ni alineamiento, con calles sin pavimentar, y conducciones de gas al aire o adosadas a los edificios entre los que penden los cables de la electricidad. 
      Eso en los pueblos. Todo lo contrario, en las grandes ciudades. Taskent especialmente. ¡Qué gran ciudad! Urbanísticamente considerada. No en vano es una ciudad reconstruida casi en su totalidad después del catastrófico terremoto que la destruyó casi totalmente en fecha reciente.
En la avenida principal: cinco carriles en cada sentido para la circulación de los aún escasos vehículos (casi todos Chevrolet). En los laterales de esos carriles, una zona ajardinada con árboles y flores variadas, entre las que abundan las petunias, amapolas, margaritas y flores de fuerte colorido rojo, azul, amarillo, etc. A continuación, una calle peatonal. Luego, las casas, a las que se accede por una zona ajardinada de tres a cinco metro de ancho, que cada propietario utiliza a su capricho, sea dedicándola a huerto, o plantando flores, o colocando artefactos de distracción para niños,…Pocos perros y ningún gato alcanzamos a ver durante nuestra estancia. Y, como curioso dato adicional, ningún negro, ni ningún pedigüeño callejero. 
      Turísticamente, los uzbekos han sacado un magnífico rendimiento a las construcciones aconsejadas desde lejanos tiempos para el descanso y aprovisionamiento de los viajeros que hacían la Ruta de la Seda y las que, por la misma razón o para dar acogida a las prácticas religiosas de sus ocupantes, incentivaron los jeques políticos y espirituales que sucesivamente gobernaron las zonas ocupadas. Los Caravasares, Madrazas y Mezquitas pululan en la zona proporcionando en la actualidad a los visitantes un espectáculo de color, ornamentación, formas y belleza, propias, quizás, de pasados siglos de grandeza, pero irrepetibles y, en cualquier caso, subyugantes y admirables en nuestra época y de manera especial en nuestro mundo de europeos occidentales.
      Voy a intentar adjuntar alguna muestra de las muchísimas que forman el núcleo de esos tres lugares citados.




Cordialmente,

Nitsuga

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