Pinceladas.-HOY ESTOY TRISTE


           HOY ESTOY TRISTE

Hoy siento que en mí se hacen realidad las sensaciones que recogía autor de la poesía que nos enseñaban de niños en la escuela: “El gusanillo de la conciencia”.

Siento como sentía la protagonista acordándose de su comportamiento con Margarita la confitera: “…nadie lo sabe, nadie, ni ella…  ”¿Quién me lo acusa? ¿quién me da pena?...

Y lo peor del caso, es que mi intención era la de ponderar su obra porque sinceramente me pareció buena.

Conocí a Miguel hace unos años. Casi a la vez que a Cosme, ambos compañeros en la labor de voluntariado del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. 
Es conocido mi despiste, no voy ahora a ocultarlo. El caso es que comencé a dirigirme a Miguel, llamándole Cosme. Y él, paciente y educadamente, nunca me advirtió de mi error hasta que, mucho tiempo después, yo me di cuenta y le pedí disculpas. Su reacción fue de lo más elegante.Quiero recoger aquí la poesía que preparó en la primera oportunidad que tuvo, que fue  la de mi felicitación por su santo

Mi buen amigo Agustin

tan amable como siempre

me felicita mi santo

en este mes de septiembre.



Pero sigue habiendo aún

una duda dentro de él:

¿ será su santo S.Cosme

o el Arcángel S.Miguel?



Como inteligente y listo,

cual si fuera Salomón,

no ha tardado en encontrar

la más sabia solución.





Sea el uno, sea el otro

qué  más da ¡ válgame Dios !

siempre será lo mejor

felicitarle los dos

. Gracias amigo Agustin

por tu recuerdo y tu afecto

que guardaré mientras viva



en un lugar de privilegio.



No es que venga a cuento ahora mi contestación, aunque puede esclarecer la cordialidad de nuestra relación.

Fue ésta :


 ¡CHAPEAU!  Me quito el sombrero

(antes me lo he de comprar)

para alabar el salero

de ese poeta genial

 que sin duda es el primero

en esta hermosa ciudad

que sabe dar con esmero

la respuesta más audaz

a este viejo compañero

que le aprecia de verdad.



  Rápida fue tu respuesta

-y oportuna ¡vive Dios!-

Con lecciones como ésta

 ¿cómo no, admirarte yo?



Reserva, pues, en tu fiesta

 un silencioso rincón

 donde guardar con presteza

 la alegría y la emoción

 que me lleva a estar contigo

 en esa fausta ocasión.



Y no lo olvides, Miguel,

¡Albricias!, de corazón



Madrid, 27-9-17

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La cordialidad salta a la vista.

Y así siguieron las cosas hasta que hace unos días, esta semana, recibí una poesía suya declamando las bellezas de “su” Salamanca, la ciudad que recientemente habíamos visitado los Voluntarios del Museo en visita comunitaria. La poesía (que no recojo porque, además de no ser mía ni para mí, es larga) era, y es, MUY BUENA.

Muy buena ¡a nuestro estilo! Y así se lo dije a correo seguido: “Magnífica. Excelente. Magistral. Me ha encantado”.

Pero, a continuación, en un exceso de confianza y sin otra finalidad que la de demostrarle que no era coba, sino que la había leído y degustado, le resalté la estrofa que decía

“Será acaso verdad el dicho

que asegura muy sonoro

que todo es en Salamanca,

buen arte, saber y toros”.

Y le indiqué que en el primer verso de esa estrofa había una “d” que impedía al verso la formación métrica, en octosílabos, que los demás presentaban.



 ¡Gran error! Ahí es donde me corroe el “gusanillo”.  No debí de haberlo hecho.

 Y no es que me faltará razón en el fondo, no. Pero no era el momento. Él me ofrecía su primicia con cariño e ilusión. Me la mandaba con la intención de que compartiera con él su satisfacción, de darme algo que consideraba digno de compartir con un amigo. Y yo, en un exceso de confianza, eché un borrón a su alegría, enturbié su emocionado gesto de amistad y de legítimo orgullo. NO debí de haberlo hecho.

No le habrá importado, ya, mi sincero elogio inicial. Le quedará grabada mi advertencia sobre aquel exceso de métrica en un verso, una sola letra en un verso, de los muchos que formaban la composición poética. ¡Que falta de tacto, por mi parte!    Y lo peor, sin intención de crítica negativa, con la intención de ayudarle a ver aquella mínima imperfección, perfectamente subsanable. Con el ánimo de una cariñosa colaboración.

Pero, no me ha vuelto a llamar. Y, de verdad, lo siento.

Yo no he querido llamarle para ofrecerle esta disculpa. Primero, porque por mi sordera me cuesta trabajo mantener una conversación telefónica. Pero, además, para  -por si él no se la ha dado- no darle yo mayor importancia. Pero me gustaría aclarar ese comentario. Me gustaría acallar “el gusanillo".

Acepta, pues, Miguel, si alguna vez llegas a leer esta página, mis disculpas por esa falta de tacto, que no, de cariño, ni de reconocimiento del valor de tu composición. Y, por favor, no dejes que esa ligereza mía enturbie nuestro afecto.

Tú, que desde el principio demostraste tu capacidad de tolerancia para superar mi error de denominación, sabrás  -confío- reconocer mi nuevo error. Y disculparlo.

 Gracias

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