APUNTES. Y LLEGÓ, CONTRA SU VOLUNTAD, A LOS 104 AÑOS....


Y llegó, contra su voluntad, a los 104 años
(Continuación de “Soltería y matrimonio de Tomasa Mota”)

                                  
Tomasa, poco antes de su matrimonio, a sus 21 años, lucía un palmito que, para su clase y su época, suscitaba la admiración de los muchachos del pueblo y cortijos aledaños. Lo acredita esta foto tomada en el año 1931 en Úbeda, que por aquellas fechas era el pueblo más cercano donde poder encontrar un fotógrafo profesional. La foto estaba destinada a su novio, Agustín, que por entonces prestaba sus servicios como guardia civil en Barcelona.
Por fin, el 22 de octubre de 1932 pudieron  ”casarse por la Iglesia”, tras regatear con el cura párroco de Villacarrillo el precio del sacramento. Fue Agustín, quien, obligado por su escaso patrimonio y apoyado por su tío Pedro, consiguió la “proeza”.
Agustín y Tomasa ya son marido y mujer. Y con tal título emprenden el viaje de vuelta, en tren, a Barcelona, donde el esposo presta sus servicios como Guardia Civil. Por todo bagaje, una carterilla con 335 pesetas y un baúl con sobrepeso, pues en él iban todos las ropas y utensilios que ella estimó necesarios para empezar la vida de matrimonio, teniendo en cuenta lo que Agustín le dijo haber dejado preparado en el cuartel.
El incidente de la llegada, una anécdota intrascendente en aquellas circunstancias. Pero ella lo recordaba con regocijo “Por estimarlo más barato, y así poder ahorrar una peseta, alquilan en la estación un simón, en lugar de un taxi para transportar las pertenencias hasta el domicilio. Y, desde luego, se lucieron y disfrutaron en el simón mientras recorrían altaneros ufanos las calles de la ciudad hasta llegar a Consejo de Ciento, donde estaba el pabellón. Pero ¡en un tercer piso, lógicamente, sin ascensor, con escaleras estrechas y con 32 kilos de un baúl difícilmente manejable! ¡Gracias a que el conductor del simón era joven, amable y servicial!!
¡Tomasa en Barcelona! ¡Vaya salto! Increíble. De la casilla Vacallo, aquel casucho, allí, perdido en las Lomas de Úbeda, a Barcelona, a la increíble ciudad cuya grandeza y encantos ni en sueños podía haber pensado en pisar.
Fueron días felices. Felicísimos. Después de tanto tiempo de espera, de incertidumbre, de desasosiego… Y ahora, convertida en ”la señora de todo un guardia civil”, y en Barcelona.
En el Cuartel donde los destinaron tuvo la oportunidad de tratar con  gentes nuevas, con personas de ideas diferentes a las  del pueblo y con proyectos y problemas comunes por la común actividad de sus maridos..
La señora Dolores, una “civilona” curtida y amble destacó entre todas, por su deseo de cooperar en la tarea de informarla y guiarla. Fueron grandes las dificultades que hubo de salvar, aunque nada comparables con las fatigas, penalidades e incertidumbres pasados en el pueblo. Y, además, al lado de su marido (“al lado”, que no era concebible un guardia civil uniformado con paquete en la mano o con su mujer ”al brazo”), visitando parques y jardines y asistiendo a cines o lugares de recreo.
Para colmo de alegrías, antes de transcurrir un año, ya notó los síntomas del primer embarazo y ¡aquello fue el no va más!
Aprovecha un permiso del marido y ambos regresan al pueblo donde da a luz el 18 de abril de 1934. Un niño, un Agustín en pequeño, que sería el “Agustinito” para toda la vida, en el ámbito familiar. Después de un poco tiempo, vuelve a Barcelona con su esposo. Su felicidad plena solo estuvo empañada durante unos meses, durante el tiempo que duraron las algaradas y levantamiento de las masas catalanas para tratar de conseguir la independencia de Cataluña. Luego vuelve la calma y, muy proto, la tranquilidad definitiva con el traslado del esposo a la Comandancia de Jaén.
Santisteban del Puerto fue la plaza a la que se les destinó. ¡Gran casualidad! El lugar donde había nacido su suegro y en el que seguía viviendo gran parte de su familia. De entrada, esta circunstancia constituyó un motivo de satisfacción y orgullo. Al poco tiempo se dejó notar la inquina escondida de algunos familiares con ideas contrarias al espíritu que representaba la Guardia Civil, aunque aparentemente siempre siguieron gozando de respeto, encubridor, a veces, de desafección por motivos políticos.
Nació aquí la primera niña, a la que, arrastrados los padres inconscientemente por las folclóricas sensaciones del pueblo andaluz de la época, le pusieron por nombre Camela, muy tradicional en la flamenquería, y, a semejanza de lo que pasó con el hermano, fue “carmelita” el nombre por el que era conocida, al menos hasta después de haber hecho la primera comunión, en cuyos recordatorios, aparece con ese cariñoso apelativo. Era el 19 de enero de 1936. Una nueva ilusión viene a ocupar su vida, donde pronto empieza a notarse la agitación de las masas de izquierdas en desaforadas actuaciones que desembocan en la Guerra Civil española, declarada el 18 de julio siguiente.
A partir de aquí comienza una época triste y desasosegada. El marido es reclamado por el Cuerpo y se incorpora a la campaña militar. Ella queda en Úbeda junto con el contingente de familiares de los guardias que habían partido para el frente. La situación en que queda este grupo es aventurada: Los acuartelados son una muestra de las fuerzas levantadas en armas contra el Gobierno mientras que el pueblo era esencialmente de izquierdas y muy revoltoso, por lo que cabía la posibilidad de sufrir un atropello de los que venían siendo normales en situaciones de semejante desamparo de civiles nacionales. Pronto llegan nuevas fuerzas con camiones para llevar a las familias a su lugar de procedencia. A ella, con sus dos pequeños hijos y pocos enseres los llevan en uno de los camiones a casa de su madre en Villacarrillo.
Una vez allí vuelve al trabajo de la panadería. La madre compra una máquina de hacer medias de punto y también empieza a trabajar en ello por las tardes para aportar algo más a la economía doméstica.  En ocasiones, contaba, se iba a venderlas a los pueblos cercanos andando. Forma parte de esa época de tiempos difíciles la anécdota que ella contaba luego: “ un día, mientras hacía cola para conseguir algo que llevar al domicilio, llegó un grupo de hombres y a todos los que hacían cola los detuvieron y encerraron en una vieja casa, se hizo de noche y a oscuras, ella fue moviéndose, buscando algún rincón para separarse de los allí encerrados y encontró un espacio que le pareció una cámara. Allí quedo escondida. Oyó, que casi de noche, abrieron la puerta y se llevaron a todos. Ya, a solas, comenzó a tantear y encontró algo como un alicate, con el que empezó a tratar de cortar la cerradura; poco a poco fue consiguiendo moverla hasta que pudo salir, sigilosa, y llegar a su casa”. Le había salvado su pequeña estatura, pero, sobre todo, su astucia y determinación.
El marido, según parece, está por tierras de la campiña cordobesa, No muy lejos, sí, pero como si alejado estuviera, ya que no tiene la posibilidad de verlo ni tan siquiera de recibir noticias suyas, ya que éste pocas da, para evitar que pueda represaliarse, a través de sus comunicados, a la familia destinataria de sus noticias. Solo por vía indirecta, por referencias no siempre fiables, pudo ir sabiendo de tiempo en tiempo que él seguía vivo y destinado en la vanguardia.
 Afortunadamente, al terminar la contienda Agustín se puso en contacto con la familia y supo ella que lo habían mandado a Córdoba, sin pabellón y sin saber lo que iban a hacer con ellos.
El País en ruinas, con un montón de dificultades, como es de suponer. No le arredró la situación. Ella decidió que, como fuese, iría a reunirse con él. Cogió a sus dos hijos, y poco más; y viajó hasta la estación de Baeza, donde podría coger algún tren para llegar a Córdoba. Encontró un andén lleno de gente desorientada. Llegó un tren lleno y mucha gente en las ventanillas y, decidida, dio a alguien de los que se asomaba a su hija, cogió al hijo y consiguió subir con él al tren. Orientada por el llanto de la pequeña, la localizo con el hombre que la había ayudado a subir. Una pequeña odisea.
Por fin la familia se reúne en Córdoba. Él está bastante mal, por tantas calamidades como había pasado. Pero permanecen en la ciudad, viviendo de alquiler, hasta que al marido le llega la orden de traslado a Villanueva del Arzobispo, donde se trasladan, ocupando un pabellón en el cuartel del pueblo.
Y allí se empieza a normalizar su vida familiar, procurando mejorar la salud del esposo y atender a la preparación de la nueva vida que, la felicidad del encuentro, ha propiciado:  El 7 de febrero de 1940 nace su nueva niña, bautizada con el nombre de la patrona del Cuerpo, Pilar. ¡Un homenaje expreso al Instituto que la tiene por Patrona! El cuidado de sus hijos llena con satisfacción plena su actividad diaria.
Al año siguiente se produce el traslado del esposo a Úbeda, donde la familia se asienta en el pabellón asignado en el Cuartel de la Guardia Civil de ese pueblo que está en las inmediaciones del suyo y, por tanto, con facilidad para ver a sus hermanas y a la madre para compartir con ellas su satisfacción y la alegría de gozar de la compañía de sus hijos. Entretanto el esposo sigue preparándose para presentarse a los exámenes para Cabo, graduación que obtiene y permite a la familia el trasladarse a un Puesto donde aquel pueda ejercer su mando.
Unos meses de paso por Jódar, y definitivo traslado a Jabalquinto, en Jaén, donde la pequeña Tomasa, feliz madre y esposa orgullosa, comienza una impensable vida de felicidad al lado de la persona que rige, en lo militar, la vida de los habitantes de un pueblo, donde pronto se gana ella, con su gracejo y vivacidad, la simpatía y cariño de quienes la tratan. Vida plenamente feliz y, por fin, desahogada. Las hijas aprenden bajo la tutela de la maestra del Pueblo, Dª Mercedes; el hijo estudia siguiendo las directrices que le marca el cura, D. Fernando.
Luego, la primera separación; primer desgarrón familiar: el hijo se marcha a estudiar el bachillerato, interno, en el Colegio de los Salesianos de Córdoba. ¡Todo un curso sin verle! ¡Todo sea por su bien! Salvo esa incidencia -de gran transcendencia anímica para ella- la vida sigue feliz. Las niñas siguen aprendiendo: en el Colegio y en casa. El hijo regresa para pasar en familia los meses de verano. Ella, que de cuando en cuando recibe la visita de su madre o alguna hermana, se siente feliz y dichosa.
El tiempo pasa. El hijo acabó el Bachillerato y los padres, con el decidido propósito de ayudarle a estudiar una carrera, deciden pedir traslado a Madrid para que asista a la Universidad de Derecho, pues entienden que esa debe ser la salida que más le conviene. La decisión es dura. Cediendo en este caso a su normal conducta, el esposo decide acudir a la influencia de sus conocidos para que le den un pabellón en Madrid y consigue uno en el Cuartel de Dª Carlota, en el barrio de Vallecas. El desasosiego causado por este desplazamiento fue grande, inesperado, traumático.           
Después de unos meses de incierta situación y cambios varios, vuelve Tomasa a tomar las riendas de la nueva vida familiar: las hijas empiezan a aprender las labores que entonces eran las normales en las hembras: La hija mayor entra en una academia para aprender Corte y Confección y tras un año de colegio la hija pequeña sale para que aprenda a bordar a máquina. Así podrá ganarse la vida, en último extremo; el hijo estudia por las mañanas la carrera de Derecho y trabaja por las tardes en una empresa de un hacendado jiennense y político nacional conocido por el esposo durante su estancia en Jabalquinto, D. Dionisio Martín. El marido se va adaptando a una actividad, dentro del Cuerpo, muy diferente a la ejercida hasta ahora; pasa por varios destinos, sin gran ilusión, pero que le permite disponer de tiempo para preparar los exámenes para Sargento
.
Llegó el ascenso en el año 1956. ¡Doce años ha estado esperando esta noticia! Noticia feliz, especialmente por la felicidad que embarga a su esposo, que tanto anhelaba lucir los galones de este rango.
Con el nuevo cargo, un nuevo puesto y domicilio: una casita a estrenar en el Centro de Energía Nuclear, en los aledaños de la Moncloa; amplio piso con jardín y posibilidades de tener animales: gallinas, conejos y hasta un perrito. ¡Qué felicidad! Su esposo orgulloso con su cargo, feliz por su categoría y, relativa, independencia. Ella, como una emperatriz en su palacio, con posibilidad de contar con asistencia en la ejecución de su trabajo. Lejos del centro de la ciudad, pero con frecuente posibilidad de medios para trasladarse allí cuando le

apetezca.  Las hijas que habían empezado a trabajar, antes del traslado en una casa de trajes regionales, en la gran Vía siguen trabajando. Y el hijo sigue haciendo derecho y trabajando por la tarde
El tiempo vuelve a marcar el ritmo de la vida de Tomasa. 16 de abril de 1958. Le llegó al esposo la edad del retiro. 51 años. ¡Qué pena! ¡Cuando aún está en su mejor forma! Pero esas son las normas de la Guardia Civil.
Unos pocos días para que se acabe la casa que los cónyuges habían adquirido para este momento en la Colonia de Valdezarza y, acabada ésta, su nuevo traslado a este piso, construido en la Dehesa de la Villa, junto a un frondoso parque para solaz de sus habitantes. Casi no se han acabado de habituar al nuevo emplazamiento y empieza otra vez Tomasa a sentir los efectos de esa mezcla de felicidad y dolor que supone la independencia de la hija y abandono  del que ha sido su nido familiar.
En el mes de octubre de ese mismo año, la hija mayor, Camela, se casa con un Guardia, José María Verona, al que había conocido precisamente mientras estuvo en el Centro de Energía Nuclear. Y ¡problema de otro tipo, pero que grava la dureza de la separación!: Como aún no le han dado su piso al nuevo matrimonio, Tomasa y Agustín se sacrifican, una vez más, por el bien de sus hijos. Deciden que los recién casados se queden en el domicilio familiar mientras terminan su piso y entretanto los padres se irán a vivir a Ciempozuelos, donde previamente habían comprado una casita en previsión de que no hubieran tenido piso en Madrid.
1959. El hijo mayor termina la carrera y comienza el ejercicio de su profesión. Tomasa, vive en Ciempozuelos con su esposo y su hija Pilar. No conocen a nadie. Nada tienen que hacer. Nuevamente toma ella el timón y prepara la vivienda y se ocupa de cuidar el jardín anejo, sembrando flores y creando adornos para dentro y para fuera de la casa. 
No hay nada que hacer, sí, pero eso también es muy duro para quien ha estado habituada a luchar sin descanso en cualquier actividad para seguir siempre adelante. La vida transcurre sin problemas, pero también sin emociones notables. La hija sigue viniendo a Madrid a recoger el trabajo del
taller de modas regionales, donde había llegado a ser preparadora, y volver a llevarlo a Madrid.
También va con frecuencia el hijo, que, habiendo terminado la carrera, ejerce como Abogado en una de las empresas donde había trabajado hasta entonces.
 ´Este llega conduciendo orgulloso, aunque inexperto, su primer vehículo, una vespa, lo que hace feliz a la familia.
Por fortuna, el esposo ha encontrado ocupación: desempeña las funciones de secretario del Juzgado del pueblo, lo que permite a la familia el trabar contacto con algunas familias del mismo, facilitando un tanto la comunicación y trato que le permitan salir de su aislamiento. Gracias a ello, la pareja realiza el primer viaje de turismo. En el coche del Juez se desplazan por la costa valenciana, gozando de unos días de asueto y distracción que aprovechan para visitar en Valencia a la familia del marido.
 Hasta que, en 1963, recibido ya su piso por la hija mayor, se instala ésta en su propia vivienda y vuelven los “desterrados de Ciempozuelos” a su vivienda de Valdezarza. Era el mes de febrero. Celebra el matrimonio su nueva situación con la programación de un viaje a las Baleares. Y, en efecto, disfrutan durante unos días de un viaje turístico por Mallorca, donde quedan sorprendidos por sus playas, monumentos, y la belleza insospechada de las cuevas de Artá, de las que se ufanan en traer un recuerdo fotográfico.
El año siguiente la hija pequeña decide abandonar el hogar: ha conocido a Paco Redondo, un muchacho de Úbeda; se casan y se trasladan a aquel pueblo, donde fijan su residencia.
En la domicilio queda el matrimonio, solo, con el hijo. Pero por poco tiempo: Al siguiente año, éste pone fin a su estancia en el domicilio familiar y se casa con una muchacha de ascendencia gallega, Camelia Martínez, con la que se macha a vivir en un piso alquilado en Madrid.
Y se quedan definitivamente solos, los dos solos. Sin obligaciones. Pero también sin ocupaciones, Así pasan los meses. De vez en cuando, algún hijo aparece, solo, con el cónyuge o, las más de las veces, con los nietos que, entretanto, aquellos han ido trayendo al mundo.


Para distraer sus ocios comienza a ir, con su esposo, al cine o al teatro; no con mucha frecuencia, pero, sí, en alguna ocasión. Es una actividad que no frecuentaban desde los comienzos de su vida en común, cuando empezaron en Barcelona. ¡Más de un cuarto de siglo! Y descubre la comodidad de viajar y hacer excursiones, aprovechando las ventajas que brinda el Cuerpo a” los retirados”
. Vuelven a las tierras valencianas, donde está la familia de su marido a quienes visitan; solicitan y disfrutan de las Residencias de verano de la Guardia Civil, donde tienen ocasión de trabar amistades nuevas con personas de sus características; vistan la Costa del Sol en viajes organizados: Nerja, Almuñécar, Roquetas de mar, Aguadulce, Almería…..
 

Ocupan asimismo las plazas cuya adjudicación obtiene como retirados de la Guardia Civil, en alguno de los centros contratados a tal fin, como la Residencia de Lanjarón. En otras ocasiones, como solaz, pero también como terapia, van un par de años a los Baños termales de Alhama de Aragón.
De vez en cuando, pasan unos días en el chalé que su hijo se hizo construir en el pueblo de Nuevo Baztán, cerca de Madrid, donde tienen reservada habitación propia para hacer su vida independiente.



Una vida sin complicaciones, pero sin excesivos alicientes.

  Entretanto, la edad ha ido dejando sentir sus efectos en ella que, fuerte como un roble -según fue siempre- se ve obligada a someterse a una operación de cataratas. ¡Desgraciada operación realizada en el Hospital de la Moncloa! Pierde definitivamente la vista del ojo derecho, operado.  Era el año 1972. Eso, sin embargo, no es todo. A causa de la edad, va perdiendo consistencia su esqueleto y, por tanto, sus encías no tienen volumen para mantener la prótesis dental que desde hace tiempo necesita cuidar. Pero ella sigue, con su entereza de siempre, ocupándose de la salud del esposo que, con los años, añade a sus tradicionales achaques de reuma, los dolores y deficiencias
producidas por su artrosis, que le hacen caminar cada vez más encorvado, o por su dolencia de próstata, que debe tratar con inyecciones y tratamiento especial.
 Ya en el año 1975 no está el marido en condiciones de hacer viajes turísticos. Sus salidas más lejanas tienen como destino el chalé de su hijo en Nuevo Baztán donde pasan tranquilos algún fin de semana o cuidando de los nietos cuando sus padres salen de viaje.



 Se desvive ella procurando minimizar la desbocada pérdida de vitalidad del esposo, al que procura animar acompañándole en sus paseos en el parque que hay junto a la casa.
 
Desafortunadamente, se produce la predecible situación: la muerte del esposo, que debe sufrir en su misma cama, en una noche desgarradora. Era el 15 de octubre de 1994. ¡El día más triste de la historia de su vida! El día en que pierde la brújula de su existencia, el sostén de su actividad vital, el camino por donde ella ha avanzado descuidadamente sin otra preocupación que compensar esa despreocupación con una vívida intuición que le ha permitido buscar las soluciones adecuadas a cada contratiempo sobrevenido al matrimonio. Ahora ya no tiene nadie que le marque el camino, ni a nadie, cerca y dependiente de ella, por cuyo bienestar se desviva porque de ella dependía.
Encerrada en sí misma y en sus recuerdos
 y, fiel a su carácter, con el fin de no entorpecer la normal vida de sus hijos, renuncia a pasar a vivir con ellos y mantiene su irrevocable decisión de continuar, sola, en su casa. Respetuosos, a su pesar, con tal decisión se le procurara una asistenta que le sirva de compañía mientras ella, animosa, continúa sacando adelante sus habilidosas labores de ganchillo y manteniendo con su gracejo tradicional cordiales relaciones con las vecinas y visitantes. Viene a visitarla su hermana Lucía, que no consigue convencerla para que, rompiendo su voluntaria clausura, se vaya con ella, aunque solo sea una temporada, para compartir entre ambas su respectiva viudedad. Prefiere seguir en su casa sin depender de nadie y sin “incordiar” a nadie. Es su irreductible voluntad
Año 2000.           Para celebrar el 90º cumpleaños de Tomasa sus descendientes deciden darle un banquete en un restaurante donde todos puedan asistir y sentirse a gusto. Accede a salir por la insistencia de todos, pero en especial de las hijas que se ocupan de prepararla y animarla. Un día memorable, del que se dejó constancia gráfica porque fue de los pocos, desde hacía tiempo, en que se la encontró emocionada y dichosa.


Los hijos procuran ayudarla a soportar su nueva vida. La visitan con frecuencia y la animan con manifestaciones de cariño, como en aquella festividad de Reyes de 2004 en que se reúnen con ella todos los que pueden en un restaurante de Madrid: El Valle Hermoso,  ofreciéndole un homenaje, del que da testimonio esta dedicatoria:
          
          Se suceden los días y ella sigue viviendo en soledad. Con permanente atención, a distancia, de los hijos, pero sola. Como ha perdido el oído, además de procurarle uno tratamiento adecuado en un otorrino particular, se le prepara en la casa un sistema para que la llamada del timbre de la puerta o la del teléfono, se convierta en una señal óptica que puede apreciar, aunque no la oiga, porque ¡qué paradoja! aunque perdió un ojo, su verdadero problema es la pérdida del oído. 
         Eso, sin tener en cuenta que desde hace tiempo está en permanente lucha con su dentadura postiza que, como consecuencia del debilitamiento de sus encías, no acaba de quedarse ajustada en su boca, por lo que en alguna ocasión aparece , aunque sea fugazmente, con aquella "boca sumida" que hacía recordar a su abuela, mi bisabuela Catalina, aquella que, con solo las encías, masticaba las guindillas con las que desayunaba..
Para mayor tranquilidad de todos, se le contrata un servicio de asistencia médica al que está conectada por un pulsador colgado al cuello. Y para que todos duerman sin sobresaltos se le contrata una asistenta que, además de hacer la casa y la compra, duerme en casa con ella. Esto ha costado mucha insistencia de los hijos, que al fin han conseguido que lo acepte…
2008. Un día de los que el hijo va a comer con ella, tiene una caída (la atribuye a un tropiezo en la alfombra).  El hijo llama a las hermanas y a una ambulancia. En el Gómez Ulla diagnostican rotura de cadera y es intervenida. Los médicos consideran que hay que darle rehabilitación con urgencia. El lugar adecuado será una Residencia de Mayores situada en la zona donde vive su hija pequeña. Es una residencia familiar, con habitaciones limpias, disponen de médico diario, peluquería y pedicuro. El personal de atención y la dirección parecen entrañables, así que será la solución mientras se vaya recuperando. Le cuesta admitirlo de entrada, pero de momento será así.

Poco a poco parece que va recuperándose y asumiendo su nueva situación, aunque con evocación constante de su casa y su marido.
Fallece su hija Camela en el mes de diciembre de este mismo año, tras dos años de una grave enfermedad.
Las visitas de los otros dos hijos y el ambiente familiar que hay en la Residencia le ayudan a no perder su vitalidad.   Ella, con su habilidad de siempre, se gana la atención del personal del Centro, con el que hasta gasta bromas en ocasiones, o, con su particular gracejo,  les echa la bronca por lo que ella considera que no hacen bien. Empieza a resistirse por no recuperarse tan rápido como esperaba. Sigue echando de menos su casa y su vida anterior.
Mentalmente sigue con la claridad y la energía vital que ha caracterizado su vida: ya anda con cierta confianza con el andador, pero una cosa es la fuerza mental y otra la física. Cree que puede ser autónoma para moverse al baño o pequeños avances y empieza a tener caídas sin muchas consecuencias, en principio, lo que hace que no avance. Esto iba siendo imposible.
El médico, doctor Tarik, la trata con paciencia (mezclada con admiración). Le insiste en que debe llamara para levantarse o ir al baño. Ella nunca se queja, ni da importancia a los que en su opinión son solo “pequeños tropiezos y caídas”. Si la recrimina el medico lo respeta, pero con su energía de siempre contesta, “¿Qué pasa, doctor, usted no se cae nunca?” o cosas parecidas. “Esto no es nada”. El medico acaba tratándola con tanta consideración que parece de su familia.
2010. Cumple 100 años. Para celebrarlo la residencia, de acuerdo con sus hijos organiza una pequeña fiesta en su honor, durante la que disfruta en el jardín con todos los residentes.
Sigue sin muchos altibajos en la misma situación anímica, agravada ahora por la progresiva disminución de sus capacidades motoras. Y pasa a necesitar la silla de ruedas.

2012. Al llegar la Navidad tiene otra caída por su conocida impaciencia: le cuesta asumir 
la limitación de la silla de ruedas. Aprovechando, el movimiento que consigo llevan esas fiestas, consigue la hija que consienta en ir a pasar la Navidad  a la casa, y con la familia de su nieta Carolina, donde  hay ascensor que e permite un fácil acceso.

  Allí tiene a sus biznietos, pero ella, fiel a su manera de pensar, pronto pide volver a la Residencia.
Empiezan días más difíciles por su deterioro, que el tiempo va aumentando.  Las salidas en ambulancia a urgencias del Gómez Ulla se repiten. Los hijos frecuentan, aún más, las vistas,  que suelen ser diarias para que ella no deje de sentir el calor de los suyos.
 
2014. En la madrugada de un día de septiembre logra quitarse el cinturón, que ya le ponían en la cama para su seguridad, y se cae de la misma.  En esta ocasión el golpe tiene dolorosas e importantes consecuencias en la cabeza. En ambulancia va una vez más al hospital, donde, tras las pruebas oportunas, queda ingresada.
Es penoso verla con la cabeza vendada. Es triste su apariencia y más triste aún su situación vital. Poco se puede hacer.
           Pasan los días y sorprendentemente, parece que mejora y le dan el alta. Vuelve a la Residencia, pero no acaba de mejorar; no quiere tomar nada y pierde el conocimiento. La pasan a la enfermería y pasarán dos días y dos noches sin que muestre más signos de vida que espasmos y fuertes lamentos que hacen incorporarse a su pequeño cuerpo con una fuerza increíble. “No quiere irse” dice una enfermera que pasa a verla la última noche. Y, sin embargo, es notorio que ella no quiere continuar así. El recuerdo de su esposo es permanente. Su evocación, continua. La añoranza de su común felicidad durante años pasados, le hace manifestar reiteradamente su insatisfacción por la situación y la discapacidad que se ve obligada a soportar.
El 14 de Octubre de 2014 se marcha definitivamente de este mundo, en el que quedan, desolados y tristes, sus hijos que, a la vez, dan gracias al Cielo por haber puesto fin a los dolorosos sentimientos que, desde hacía tiempo (desde la marcha de su esposo, realmente), han jalonado los últimos años de su existencia, durante los cuales su natural fortaleza física, en la engañosa envoltura de su pequeño cuerpo,  ha mantenido un silencioso y enconado combate con su falta de ánimo  para seguir viviendo
.
Descanse en paz
Madrid. Diciembre de 2018




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