Pinceladas.-DEMOCRÁTICA TIRANÍA
La “democrática” tiranía de “Los Parásitos”.
Una reciente publicación en
WhatsApp, que recorre con alborozo los móviles de aquellos ciudadanos amantes
del orden, la educación tradicional y el buen gusto (sin que tales cualidades
se opongan a la tolerancia y al reconocimiento de las nuevas tendencias
sociales mientras se respeten con eficacia las ideas de los disidentes),
despertó mi deseo de expresar la idea que domina mi estado de ánimo a la vista
de los últimos acontecimientos socio-políticos en España.
Bajo el título “Y el Oscar es
para… ¡Parásitos!”, aparece la foto del presidente del gobierno de España y
de sus 22 ministros, (Hala!! Nunca hubo en España un gobierno tan
numéricamente abundante. Más “cargos públicos” con los que premiar, con
impensadas prebendas y sueldos vitalicios, la ciega dedicación de los adeptos.
Más “cargas” “públicas”, dicho sea, empleando la terminología académicamente
correcta o echando mano de la que trata de imponer la feministoide progresía al
uso).
Posan sonrientes, cuidadosamente
despreocupados y festivos, ante una finca rústica con atuendo propio de
ambiente de picnic. Recuerda esa foto a las que se hacían a principios del
siglo XIX los emigrantes españoles a América para celebrar las fiestas de la
lejana patria en sus nuevos países de acogida (Véase la exposición “Emigrantes
Invisibles” que por estas fechas se presenta en el museo madrileño de Conde
Duque y se apreciará la similitud)
Acertadísimo y agudo, para gran parte
de los españoles, aunque resulte cruel para los muchos beneficiados por el
régimen, el título elegido por el autor de la publicación de aquel WhatsApp.
Oportuno en el tiempo, por
coincidir con la celebración del concurso en que se otorgan los “Óscar”
cinematográficos; y acertado, por lo escueto, en la calificación del grupo.
Se trata de los elegidos por
aquel “individuo” que, sin tener ideas definidas de nada que no fuera su
resuelta firmeza de conseguir el poder, consiguió, tras sorprendentes y
dramáticas concesiones, alzarse con el título de Presidente del Gobierno de
España. No le importó para ello decir, o prometer, en cada caso y cada lugar lo
que la audiencia quería escuchar, aunque estuviera en contradicción con lo que
en otro sitio o circunstancia había apuntado o sugerido. Su dominio de los
medios audiovisuales de propaganda se encargaba de abonar el terreno,
preparando los ánimos o soterrando las contradicciones. El “pueblo” cayó en las
redes, artera, sutil y eficazmente preparadas, y le votó.
Pronto tuvo ocasión toda España
de conocer al personaje, que, ansioso por demostrar su desprecio a toda norma
que no supusiera el reconocimiento de su poder, sorprendió a propios y extraños
haciendo uso de los medios públicos y oficiales de transporte para su goce
personal o familiar, o lanzándose a recorrer el mundo pavoneándose, sin a qué
ni porqué, de su carácter de representante de España.
Y con una serie de impensables
piruetas políticas pasó de manifestar públicamente su temor a los populistas
revolucionarios a pactar estrechamente con ellos para conseguir su colaboración
en el trato con los separatistas catalanes, admitiendo, incluso, la negociación
con éstos y su representación por personajes condenados judicialmente y
encarcelados por sus delitos contra el Estado, a quienes abiertamente favoreció
desde su alto puesto del gobierno de España, prometiéndoles la cuasi libertad a
cambio de sus votos para la futura gobernabilidad del País.
Y le importó un comino lo que la
gente dijera por el hecho de que él, a los separatistas ofreciera millones, a
la vez que negaba a los gobernantes de las demás Comunidades españolas el pago
de las deudas ya reconocidas desde hacía años, agravando así la situación
económica de sus respectivas Comunidades. ¡Qué importaba! ¿Acaso no era él, y
los suyos, quienes decidían?
Promesas y más promesas, nunca
cumplidas, para unos; y gastos y prebendas para los suyos. Más ministerios ¡que
había mucho interesado que contentar!, Más gasto innecesario, para abonar su
propaganda ¡aunque la situación del País anunciara una pronta quiebra del
sistema financiero nacional! Posiblemente era cierto que la debacle se acercaba,
pero ¡qué más da!, ¡eso llegaría cuando llegara; en todo caso después de que ya
se hubiera cubierto su mandato!
Nuevas y sorprendentes medidas de
comportamiento público, la mayor parte de ellas en flagrante contradicción con
la moralidad y el espíritu tradicional de los españoles o con las directrices
aprobadas por la Comunidad Europea.
Y todas ellas para atender las
exigencias de la progresía, empeñada en romper abruptamente con el pasado,
imponiendo modas abiertamente opuestas a las normas prevenidas en las leyes y
costumbres tradicionales. Una progresía, por cierto, que pronto pasó, de un
feroz desprecio y ataque a “los ricos”, a encabezar la más denostada clase
social: “la casta”, de la que inmediatamente pasaron a formar parte en cuanto
accedieron al poder.
Todo, sin embargo, amparado en la
privilegiada situación obtenida con los votos de la gente. En teoría,
democráticamente. Sí.
Pero, ¿puede hablarse de actitud
democrática la de quienes manejan las situaciones imponiendo su peculiar y
partidista criterio, con desprecio de la tradición, de la igualdad de trato
entre gentes y entre Comunidades, de la torcida o sesgada información pública,
o con desprecio del peligro que conlleva una administración de gastos
desbocados o partidistas, o finalmente con trato y negociaciones paritarias con
quienes pretenden la independencia de una parte de España?
Tal actitud, aunque sea so capa
de democracia, tiene un nombre propio: “tiranía”. Porque el tirano no sólo es
aquel que gobierna sin atenerse a leyes que limiten su gobierno, sino también
quien impone arbitrariamente su poder en contra de las leyes que regulan su
mandato o, incluso abusan del poder en el ejercicio del mismo.
Pero la tiranía implica también
la existencia de seres conformistas o, en su caso, incapaces de rebelarse
contra la situación del tirano. Y en este caso resulta evidente que, por muy
grande que sea el número de quienes, por beneficiarse del régimen, lo aplauden
o. al menos, lo admiten silenciosos, también existen los que más o menos abiertamente
manifiestan su disconformidad y rebeldía.
Pero, incluso entre éstos últimos, se advierte
una tibia rebeldía, una manifiesta falta de contundencia en la denuncia de los
desafueros que sufren, como de quien no quiere destacarse como actor rebelde.
Última prueba: en la sesión de ayer sobre control del gobierno, éste, con la colaboración
de la mayoría que arropa interesadamente el Presidente, bloqueó la
investigación del incidente surgido por la acogida en el español aeropuerto de
Barajas a la vicepresidenta de Venezuela.
Existen, no obstante, pruebas
objetivas y vídeos grabados; circulan en teléfonos móviles de multitud de
españoles imágenes claras en las que se ve a la dama cuya acogida se niega, en
el suelo español, al pie del avión del que presumiblemente descendió, y luego,
paseando, rodeada de jerarcas o personajes varios que, solícitos, la acompañan
mientras caminan por los terrenos del aeropuerto, que demuestran la ignominiosa
conducta del gobierno con respecto a los acuerdos de la Europa comunitaria.
Prohibieron éstos la entrada en territorio
europeo de criminales tales como los gobernantes oficiales de Venezuela, y, sin
embargo, la vicepresidenta de ese país, no sólo ha sido admitida en suelo
español, violando esa prohibición comunitaria, sino que ha sido recibida en él,
acogida en sus instalaciones y
mantenido un largo encuentro con uno de los más significativos ministros de
nuestro gobierno. Falazmente se ha ocultado esa realidad que el gobierno niega descaradamente,
oponiéndose incluso a su aclaración. ¡Y no pasa nada!
¡Democracia! ¿Eso es democracia?
Acaso sí, sobre el papel. De hecho. una tiranía impuesta por un grupo sediento
de poder, fama y revancha que no duda en torcer la interpretación de las normas
vigentes, de preparar su cambio y de acordar futuras disposiciones que avalen
formalmente su arrolladora entrada en el poder. Un comportamiento muy similar al
que nos traslada el conocimiento de la Alemania de Hitler. Una tiranía de
hienas, sedientas de poder, corroídas por la envidia y, en muchos casos,
dominadas por un deseo de venganza contra la sociedad que hasta ahora les había
negado sus favores.
Una “tiranía de grupo” con
apariencia de democracia formal.
Madrid 12 de febrero de 2020
Muy bien resumido el daño que nos hacen estos "parásitos "que están el el poder para desgracia de este gran país que es España y que ahora tristemente figura como país comunista en el mundo.
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