UNA VISITA AL MUSEO DE CIENCIAS NATURALES DE MADRID
Una visita al Museo de Ciencias Naturales
de Madrid
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Mi admiración por la Ciencias de la
Naturaleza y mi afán didáctico fueron las causas que me inclinaron, después de
la edad de jubilación, a incorporarme al cuerpo, a la sazón recientemente creado,
de Guías Voluntarios del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Era, por
entonces, - a finales del siglo pasado- un grupito de poco más de media docena
de entusiastas personas mayores, enamoradas del tema. Hoy se ha cuadruplicado
el número y aún siguen siendo pocos para el mucho campo que tienen que cubrir.
Por personales razones que, siendo
dolorosas para mí, no vienen al caso, me he dado de baja en el Grupo, pero,
antes de que se me vayan diluyendo los recuerdos de los felices días que allí
pasé, voy a tratar de dejar constancia de algunos de los muchos tesoros que
actualmente encierra el Museo. Estos comentarios, forzosamente puntuales
y escasos, podrán ser ampliados y completados por la labor de cualquiera de los
componentes de aquel Grupo, a cuyas explicaciones, durante la visita al Museo,
remito al lector.
Me excuso, de entrada, por la mala calidad
de las fotos con las que pretendo acompañar la explicación de cada figura: de
un lado, mi pulso temblón al sujetar la cámara; y, de otro, el hecho de haber
sido tomadas sin preparación alguna y de manera precipitada, han dado lugar a
que solo con buena voluntad puedan identificarse, en bastantes casos, las
características del animal del que me ocupo. En esas ocasiones, servirán, al
menos, para hacerse una idea de su forma y tamaño.
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No es el Museo de Madrid, en su parte
visitable, tan extenso como los de Nueva York o Londres, por ejemplo. Pero su
contenido es tan rico, tan variado y excitante, que sin duda satisfaré la
curiosidad del visitante. Tal vez, en el futuro, los gobernantes de nuestro
País caigan en la cuenta de lo importante que sería para sus ciudadanos
encontrar un lugar suficientemente amplio para para poder exhibir con dignidad
su importante acervo. Hoy está limitado a un amplio y, arquitectónicamente,
precioso edificio, pero partido en dos conjuntos separados por el especio
ocupado por la escuela de Ingenieros Industriales.
Está ubicado al fin de la Castellana, en
el ángulo opuesto a la puerta principal de Los Nuevos Ministerios; al otro lado
de la “Fuente de los Peces”, de abundantes y bien planificados chorros de agua;
en la cima de la colina a cuyo pie puede contemplarse la fuente con el
monumento ecuestre de Isabel la Católica; y en los aledaños de lo que pretendió
ser un original Monumento a la Constitución, que nunca fue suficientemente
apreciado y hoy, medio abandonado ,solo sirve como lugar de juegos para niños,
durante el día, y como semioculto refugio de jóvenes parejas, después del
ocaso.
El edificio comenzó a construirse en los
años 80 del siglo XIX con una estructura de ladrillo y hierro, con delicados
ornamentos de acero y cerámica, (hoy, ésta, casi totalmente
desaparecida), utilizándose por primera vez para albergar la primera Exposición
de Bellas Artes, del año 1887 bajo el patrocinio de la reina regente Dª María
Cristina. Tras avatares diversos, gran parte aquel hermoso edificio recibió la
obra cultural formadas por piezas aisladas y abundantes colecciones que
ya formaban el Real Gabinete de Historia Natural, institución que Carlos III
había inaugurado en 1771.
La parte principal del edificio, dedicada
a la Fauna actual, está junto a los “Jardines del Mediterráneo”, (instalación
creada recientemente con la pretensión de dar a conocer la flora de la parte
oriental de nuestra geografía, cuyo resultado, aparentemente, no se corresponde
con las ilusiones concebidas)). Se accede a aquél a través de una poderosa escalera de piedra que, atravesando el jardín por entre un tomillar y un orgazal, arrancan del aparcamiento
público que hay a la entrada del conjunto.
La otra parte del edificio queda
ubicada al otro lado de la Escuela de Ingenieros, y encierra elementos varios
de la Historia Natural, concernientes a la Evolución humana, Paleontología y
Mineralogía.
Empezaremos por los “Fauna de la
época actual”
Entremos por la puerta principal.
Entremos por la puerta principal.
Un salón relativamente amplio contiene los
servicios de billetaje e información, además de una instalación donde se
exhiben libros, objetos y elementos con recordatorios de la visita.
Adquiridos los tickets o boletos de
entrada, optemos por seguir por el pasillo que, al fondo por la derecha,
conduce a la Sala que albergó la fauna del Mediterráneo, y que hoy se destina a
la Fauna de la Sierra de Guadarrama.
Antes de comenzar con el detalle de la
visita es interesante recordar, aunque parezca una obviedad, que los animales
que vamos a ver, todos, estuvieron vivos alguna vez, que todos los cuerpos
(salvo una excepción que se dirá en su momento) conservan, de su antigua vida,
la apariencia externa que les dan el aspecto de animales vivos, aspecto que
pueden ofrecer gracias, entre otro medios, a la pericia de unos artistas
especializados, los taxidermistas , entre los cuales, y, por lo que respecta a
este Museo, hay que destacar de manera muy especial a los Hermanos Benedito,
como puede leerse en las vitrinas que guardan cada uno de los ejemplares que
podremos contemplar.
A este respecto, es de justicia
recordar la importancia que la labor del taxidermista tiene para el Museo: Este
profesional tiene la virtud de conservar la piel y elementos externos del
animal “disecado”, ofreciendo a la vista su cuerpo en posturas características,
ideales, propias de su especie para hacerlo más representativo. El animal que
nos ofrecen es un animal “naturalizado”. Es el mismo animal que pudiéramos
haber visto cuando esta vivo. Pero su piel está cubriendo una escultura hecha
en escayola, madera, barro o cualquier otro material que el artista estimó
conveniente para su obra, que ha modelado y presentado en la forma que creyó
más adaptada a su finalidad expositiva.
Otra manera de presentar los animales a la
vista de los visitantes es la de su “conservación en formol” un compuesto
químico, liquido, de color transparente que impide la descomposición de los
cuerpos orgánicos. Este método, por sus especiales características, es
utilizado principalmente para la conservación y exhibición de animales de
pequeño tamaño, de los que vamos a ver algunos ejemplares a lo largo de esta
visita.
Por último, una observación: La
naturalización del animal no debe confundirse con la “momificación”, forma de
conservación de los cuerpos usualmente utilizada desde hace más de cinco mil
años por los egipcios para conservar los cuerpos de sus faraones. Con la
momificación, se trata de mantener íntegro el cuerpo del sujeto, salvo sus
vísceras. Con la momificación, solo se pretende conservar su aspecto externo.
El cuerpo entero, tal como estaba en vida, se conservaría con el otro método
indicado, con la inmersión en formol o líquido de similares características.
Desde el vestíbulo de entrada, vamos a iniciar la visita comenzando por esta Sala.
Enseguida llama la
atención, a la izquierda, El toro,
magnífico ejemplar que fue de la ganadería del Duque de Veragua. Según parece,
esta ganadería, poco después de su creación por un ganadero andaluz, fue adquirida
en las postrimerías de su vida por el malhadado rey Fernando VII (mal llamado
por sus súbditos rey felón o rey falón, según se atendiera a su comportamiento
como gobernante o a sus supuestos atributos masculinos). Poco después de su
muerte, la reina regente, Dª María Cristina se deshizo de la ganadería y la vendió al primer duque de Veragua, entre
cuyos descendientes ha permanecido hasta hace pocos años, haciendo digna
competencia, en los cosos españoles, a los toros de las ganaderías de
Vistahermosa o Miura, entre otras.
Pero, dejando esta digresión que propicia la bella estampa
del animal y centrándonos en las características de su especie, recordemos que
se trata de un mamífero rumiante de la familia de los bóvidos; un animal herbívoro
que tiene la peculiaridad de contar con cuatro estómagos que le permiten
alimentarse con la hierba, sin miedo a la celulosa de los vegetales que
ocasionaría graves trastornos digestivos en los humanos. Es uno de los primeros
animales que el hombre domesticó y, para él, de los de mayor utilidad ya que
aprovecha su carne, su piel y su leche La hembra -la vaca- está dotada de cuatro ubres,
productoras de la leche, elemento básico en la alimentación humana. Tras un
periodo de gestación similar al de la mujer la vaca pare un ternerillo que
permanece unido a su madre durante unos días. Según va creciendo, el ternero recibe de los humanos nombres distintos que
señalan su diversa demanda: lechal,
añojo, eral, novillo,.. Tanto la hembra como el macho están provistos de unos
apéndices craneales, los cuernos, de formación ósea, y de permanente
mantenimiento. Su vida media, en libertad, es de 15 a 20 años.
Enfrente se encuentra la vitrina de El Águila Real.

Precioso ejemplar
del ave más poderosa de nuestra geografía, representada aquí en reposo,
mientras entre sus garras retiene un conejo recién cazado. Es un ave rapaz,
animal carnívoro que habita en lo más alto de los sistemas rocosos de nuestra
geografía, donde suele anidar. La nidada no suele contener más de dos/tres polluelos,
o aguiluchos, pero éstos son tan voraces que, si los padres, que se ocupan
indistintamente de su alimentación, no les proveen de alimentación con
suficiente frecuencia, es fácil que se picoteen mutuamente, de modo que lo
normal es que al final de la crianza solo sobreviva un aguilucho. Tres
elementos vamos a resaltar de este imponte representante de las aves
predadoras: Las garras; largas y afiladas, capaces de recoger y transportar con éxito animales de
hasta 6 u 8 kilos, transportándolos a grandes distancias; El pico,
curvo, ganchudo, fuerte, para abrir y destrozar el cuerpo del animal cazado
para desgajar los trozos de los que se va a alimentar o con los que alimentará
a sus crías; los ojos, de fiera y penetrante mirada, capaz de descubrir
desde las alturas aquellas piezas que le van a servir de alimento para sí
mismos o para sus crías. La vida media de esta especie es de unos 40/50 años,
pero puede ser mayor, aunque le resultaría difícil por el permanente
crecimiento y curvatura del pico.


Dejamos atrás la vitrina destinada a los Milanos, cernícalos y otras aves prensoras de menor tamaño, para
echar una mirada a otras aves con ellas emparentadas: los Buitres. Dos, diferentes en su aspecto exterior, pero de
costumbres similares, tenemos a la vista. El Buitre Negro o buitre común y el Buitre Leonado. Ambos
carroñeros, pero dotados de garras, pico y vista parecidos a los que hemos
comentados en las águilas. Su aspecto es, por el contrario, totalmente
diferente y hasta repulsivo, si nos fijamos en el largo cuello desprovisto de
plumaje. La falta de aliciente
contemplativo nos invita a pasar a otra vitrina.
Cerca de la anterior, entre otras de menor tamaño,
encontramos la vitrina destinada a
el
Jabalí. Magnífica
representación de
este suido, primo y, acaso, antecesor de nuestro cerdo ibérico. Es un mamífero omnívoro
y, como tal, de alimentación variada; con el cuerpo rechoncho, cubierto por
unos pelos largos, llamados cerdas, enhiestas en la piel, cuyo color va cambiando
con la edad: al nacer, en la fase durante la que se les llama “rayones”,
presentan una piel pardo-clara con unas rayas longitudinales amarillentas a lo
largo del cuerpo; luego de unos pocos meses los “jabatos” adquiere un color
marrón que con el tiempo se va oscureciendo. Suele vivir en familia, formada
por la pareja y las crías: seis o más jabatos, cada año El macho es ligeramente
mayor que la hembra, de la que es fácil distinguible por sus “colmillos”, los
caninos superiores, curvados hacia arriba, que difícilmente se aprecian en la
hembra; los caninos inferiores, largos y cortantes, se han transformado en un
arma de defensa. El sentido corporal más representativo de este animal es el
olfato. De él se vale para encontrar las tan encomiadas “trufas” camperas, que
desentierra de entre los húmedos suelos boscosos que constituyen su hábitat
preferido. Lo consigue hozando con la parte anterior del hocico, con la jeta,
peculiar órgano sensitivo de este animal.
Como último de los grandes animales de la Sala, pasamos a ver
la Cabra Montés.
(”montés”, que no,
“montesa”, como se suele decir) Su esbelta figura ha quedado acertadamente
recogida por el taxidermista. Se trata de un rumiante, un mamífero bóvido, es
decir de los que se caracterizan por sus cuernos consistentes: En efecto, los
machos (pues existe un gran dimorfismo entre machos y hembras) presentan como
destacada característica una elegante y gran cornamenta ósea (y como tal, de
carácter permanente) rodeada de una capa córnea formada por la epidermis. Estos
animales, incluidos entre los “ovinos”, viven en zonas serranas desplazándose
en pequeñas manadas, que conforman con las hembras y los cabritillos. Las
hembras, más pequeñas que los machos y con cuernos menos aparentes, suelen
parir un par de cabritillos al año que ven la luz a principios de la primavera.
Además de los cuernos, tienen las cabras monteses una
peculiaridad importante: la base de las
pezuñas, en las patas, está formada por
una sustancia especial que actúa como un velcro: una vez posada la pata sobre
una superficie, aunque sea sobre la arista de una roca, la pata no se
desplazará salvo por voluntad del animal,
de manera tal que esa cualidad le da la seguridad total para saltar de un risco a otro con plena soltura y sin peligro de caerse, dando lugar a la sorprendente estampa que produce su arriesgado desplazamiento en los agrestes terrenos en que suele vivir.
de manera tal que esa cualidad le da la seguridad total para saltar de un risco a otro con plena soltura y sin peligro de caerse, dando lugar a la sorprendente estampa que produce su arriesgado desplazamiento en los agrestes terrenos en que suele vivir.

Terminados los grandes mamíferos de la Sala, nos ocuparemos de otros más pequeños y peculiares que hemos dejado al paso: el Murciélago: Decenas de tipos de murciélagos pueblan el planeta; el que aquí vemos es el “Murciélago ratonero”, pequeño representante de los quirópteros, mamífero raro, del tamaño de un ratón.

Como dato curioso, hay que resaltar que, habiendo tantos tipos de murciélagos, los hay de muchos tamaños y de alimentación muy variada: Por ejemplo, en Bali he visto murciélagos gigantes, del tamaño de gallinas, comedores de fruta, colgados de los árboles como si fueron gruesos ramos de uvas prietas. Y murciélagos son también los “vampiros”, aquellos chupadores de sangre, que han hecho famosos los relatos del Conde Drácula, de los Cárpatos de Rumanía.
En las cercanías, encontramos una vitrina ocupada por
simpáticos animalitos: topo, ardilla,comadreja, puerco espín, liebre….
Detengámonos en la
liebre, parecida al conejo en la forma, pero de hábitos
y coloración
diferente, siendo la de la liebre, de ese precioso color canela que cubre la
elegancia de su cuerpo, más esbelto que el del conejo, cuya piel ofrece
variaciones de colorido del negro intenso al blanco lechoso.
La liebre no vive en
madrigueras, descansa echada sobre el terreno y, de ella se dice que no duerme,
porque tiene un sueño tan ligero que es casi imposible sorprenderla en su
descanso. Pero, quizás el rasgo más conocido de ella sea su agilidad, su
velocidad en la carrera, y su destreza en despistar a su perseguidor, cambiando
bruscamente el sentido de su huida mediante un insospechado zig-zag, que
momentáneamente le despista.

La hemos pasado de largo antes. Pero, ya que estamos con
pequeños animales fijemos nuestra atención en la Golondrina. Es un pajarillo que suscita general simpatía; los niños
le solíamos llamar el avión, en una
época en que aún no era
frecuente ver los aeroplanos surcando los cielos. Es un ave migratoria que se desplaza en bandadas, buscando lugares de clima templado. En España suele verse a mediados de la primavera o al comienzo del verano. Recordemos aquel dicho de las gentes del campo, (de las de antes): una golondrina no hace verano. Y es que, en efecto, comienzan a llegar poco a poco, haciéndolo las primeras incluso al comenzar la primavera. Suelen anidar en los aleros de los cortijos o casas no muy frecuentadas, proporcionando a sus moradores la fortuna de reducir las molestias producidas por mosquitos e insectos parecidos, ya que éstos constituyen su alimentación principal y aquellas son muy voraces. Construyen sus nidos con barro que forman con su propia saliva, la cual mezclan con la tierra o pajuelas que encuentran en los alrededores. Su vuelo constante y su conocido trino alegran las calurosas tardes de los veranos camperos.
frecuente ver los aeroplanos surcando los cielos. Es un ave migratoria que se desplaza en bandadas, buscando lugares de clima templado. En España suele verse a mediados de la primavera o al comienzo del verano. Recordemos aquel dicho de las gentes del campo, (de las de antes): una golondrina no hace verano. Y es que, en efecto, comienzan a llegar poco a poco, haciéndolo las primeras incluso al comenzar la primavera. Suelen anidar en los aleros de los cortijos o casas no muy frecuentadas, proporcionando a sus moradores la fortuna de reducir las molestias producidas por mosquitos e insectos parecidos, ya que éstos constituyen su alimentación principal y aquellas son muy voraces. Construyen sus nidos con barro que forman con su propia saliva, la cual mezclan con la tierra o pajuelas que encuentran en los alrededores. Su vuelo constante y su conocido trino alegran las calurosas tardes de los veranos camperos.
Sin embargo, no debe confundirse con su pariente cercano: el
vencejo, a pesar de su muy parecida forma y costumbres. De éste apuntaremos
que, siendo eminentemente volador – el ave que más tiempo permanece volando,
hasta el extremo de realizar en vuelo toda su actividad, salvo la nidificación-
y precisamente por esa forma de vida, tiene grandes problemas para caminar, de
modo tal que, si cae sobre un suelo muy liso, difícilmente elevaría el vuelo
por la debilidad de sus patas y porque, siendo éstas relativamente cortas,
entorpecerían el despliegue de las alas que chocarían contra el suelo.
En el fondo de la Sala, hay una vitrina especial que se ocupa
de la perniciosa influencia que en determinadas ocasionen puede ejercer algunos
animales sobre el crecimiento y desarrollo de las plantas.

Otros animales afectan de manera negativa a las plantas que
invaden, llegando a producir su muerte. Algunos de ellos son:
Los pulgones (pequeños insectos hemípteros, que no hay que
confundir con las pulgas que viven de la sangre de los mamíferos) que se
alimentan de las plantas muy diversas (sauce, chopo, rosal, etc) produciendo
plagas que afectan a la planta y a su cultivo. Los escarabajos longicórneos, coleópteros, que, alimentándose de la
madera, afectan a los pinos en que se desarrollan, a los que consiguen destruir
en un par de años. Los caracoles,
moluscos gasterópodos de inofensivo aspecto, pero potenciales asesinos de las
plantas cuyas hojas consumen paciente, pero vorazmente hasta conseguir que
éstas, faltas de follaje que les posibilite la respiración, mueran por
imposibilidad de cumplir su función vital.
Antes de abandonar la Sala, en la que obviamente hay muchos
más, y muy interesantes, animales que contemplar, voy a detenerme en un panel,
colocado al fondo, a la izquierda, junto a la puerta de salida, para comentar
el caso de uno de los animales representados en el mismo. Son fotografías de pequeños
reptiles, lagartos, lagartijas, ranas y
similares. Pero nos vamos a fijar en la de el Sapo Partero.
No voy a detenerme en
la clasificación científica, ni en la morfología o alimentación de este anfibio
anuro, pero, sí, en sus costumbres. Suele darse por sabido que en la Naturaleza
es la hembra de cualquier especie la que, exclusiva o preferentemente, se ocupa
del cuidado de sus crías. Pues bien, en este animal la hembra se limita a
depositar sobre el dorso del macho la bolsa gelatinosa que contiene los huevos
y, luego ¡adiós! Desaparece. Ya no quiere saber nada ni del macho ni de las
crías, ni nada. (No lo he visto, ni lo
he leído. Me lo han contado así)
A estas alturas de la
visita, vamos a hacer un descanso para que no se haga pesada y podamos archivar
tranquilamente lo que hemos visto. Continuaremos luego
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