Cada vez que entro en casa de la abuela me reciben multitud de fotos de mi infancia,
y algunos que no recuerdo muy bien, pero todos evocan sentimientos felices.
una cosa o la otra.
Y es que en casa de la abuela siempre hay alguna actividad para entretenernos.
Nunca falta un plan, un juego o una pequeña aventura que mantenga activa la mente.
verdadera protagonista era la abuela. Ella escribía todas las obras con amor, nos
dirigía con mucha paciencia, nos aplaudía y disfrutaba.
Ella tenía el poder de crear una gran cantidad de disfraces con los que transformaba
el salón en un escenario lleno de imaginación y risas. Con delantales, gorros y
cartulinas daba vida a los atuendos que nos acompañaban durante cada función.
salón se convirtiera en un escenario perfecto para entretener a nuestros padres y tíos
cada Navidad llenando la casa de risas y alegría.
Pasó el tiempo y crecimos. Cambiamos las tardes despreocupadas por exámenes,
universidades y trabajos, pero la huella de la abuela seguía en nosotros. Las obras de
con tanto amor para cada uno de nosotros con fotos, recortes y notas escritas con
mucho cariño.
Aunque los años del teatro quedaron en el pasado, seguíamos ansiando el tiempo en
familia.
La abuela siguió encontrando formas de reunirnos, cambiando los disfraces por cartas
Continental, Five Hundred). Así, a pesar de haber crecido, la familia sigue siendo
familia porque al final la abuela encuentra la forma de reunirnos y divertirnos.
cultura, siempre con una poesía o una historia que contar. Él siempre nos invita a
necesitado.
Nuestros abuelos nunca han dejado de crear momentos especiales. Ya sea
siempre logran que reflexionemos sobre lo que vemos y aprendamos juntos.
De ellos hemos aprendido que todo (una función, una película, incluso la vida misma)
se disfruta más cuando estás bien acompañado. Gracias a sus lecciones, hoy
agradecidos.
Mirando atrás entiendo el valioso mensaje que los abuelos nos han transmitido, y es
quien lo compartes. En definitiva, nos han enseñado a disfrutar, reír, saber, y valorar el
tiempo en familia.
II.-La Gran Saga Familiar del Rummy y Otras Guerras Domésticas
(CARLOS)
Hay familias que se reúnen para comer, otras para discutir política, y luego está la
familia Calvo, que se reúne para competir por la gloria eterna en un tablero.
Dicen que la sangre une, pero lo que de verdad une (y a veces desune temporalmente)
a esta familia son las fichas del Rummy, las cartas del Continental, las manos
traicioneras de La Pocha y los dobles seises del Dominó.
Todo comienza, cómo no, después de comer, cuando la sobremesa se alarga y las tazas
de café dan paso a los tableros. Es entonces cuando el salón de los abuelos se
transforma en un auténtico coliseo familiar y las tazas en testigos mudos de estrategias
inconfesables.
El Rummikub es el juego sagrado. El favorito de todos, el más noble, el más
disputado. No hay trampas ni trucos posibles, sólo estrategia, memoria y nervios de
acero. Los duelos son legendarios, y los contendientes más temidos son tres: la abuela,
que juega con la precisión de un reloj suizo. La prima Laura, fría, calculadora y
peligrosamente silenciosa y el primo Carlos, el autoproclamado campeón y rey
invicto, que algunos dicen que nació con una ficha de rummy en la mano.
Luego llega El Continental, ese juego de cartas tan largo que, si se empieza en otoño,
se termina en primavera, donde se forjan alianzas, se rompen amistades. Aquí las
trampas no son excepciones, son tradición. La abuela y Claudia reinas indiscutibles
dominan el arte del disimulo como auténticas maestras del engaño elegante. Se
sospecha que han firmado un pacto secreto con los dioses del azar. Mientras tanto, los
demás sobreviven y observan entre incrédulos y resignados, mientras la partida avanza
al ritmo de las carcajadas.
La Pocha no se queda atrás. Es el juego de los valientes, de los que no temen hacer
predicciones imposibles. En cada ronda se promete jugar “en serio”, pero nadie
cumple. Entre bromas, chistes y apuestas de postre, se sospecha que aquí la suerte se
reparte a dedo, normalmente en la dirección de la abuela. Y aun así, todos repiten,
porque el verdadero objetivo nunca ha sido ganar, sino vivir la batalla con estilo.
Y cuando el día cae, llega el Dominó, el más tranquilo de todos, reservado para las
noches gallegas en Guitiriz, cuando los grillos suenan fuera y el olor a hierba mojada
se mezcla con el del té recién hecho. Allí, los abuelos se enfrentan entre sí como dos viejos generales que ya han ganado todas las guerras. La abuela sonríe. El abuelo
piensa. Y el clic de las fichas sobre la mesa marca el ritmo de una paz doméstica que
sólo ellos entienden.
Cada partida, cada risa, cada trampa y cada victoria forman parte de una tradición
familiar que ya tiene su propio mito. Porque, al final, lo importante no es quién gana,
sino quién consigue hacer reír a los demás mientras pierde.
Aunque, si se pregunta a cierto jugador… te dirá que lo importante sí es ganar (y que
la abuela lo sabe perfectamente).
Soneto al Juego y a la Familia
Tras cada mesa, nace una batalla,
sin sangre, sin rencor, pero con gloria,
se mezclan risa, pique y trayectoria,
y el alma entera en cada carta estalla.
Los primos baten cartas, se retan, rugen,
y entre jugadas nace la alegría,
que al corazón más frío siempre empujen..
Rummy, Pocha, Continental, Dominó,
testigos de cariño y de memoria,
del juego que a la vida se asemejó.
Y si algún día falta la victoria,
bastará recordar lo que pasó:
jugamos juntos. Y eso fue la gloria.
Así termina la primera Crónica del Premio Nitsuga, una historia de fichas, trampas y
cariño en donde el tablero es excusa, la risa es el premio, y la familia, la mejor jugada
de todas.
Puede que el ganador se lleve 50 €, pero todos saben que el verdadero premio es haber
crecido en una familia donde nunca faltan las risas, las fichas… y las ganas de
revancha!
III.- Verano en Guitiriz
(MARIO)
Desde hace años, cuando el verano llega a Madrid y el calor aprieta, los abuelos
huyen de las altas temperaturas y ponen rumbo a Guitiriz, ese rincón gallego donde
la familia siempre ha tenido una casa y el tiempo parece ir más despacio.
Y claro, teniendo dos pisos y con lo cotizado que está el norte para los madrileños,
cada verano la casa de los abuelos se convierte casi en un sorteo familiar. Todos
quieren disfrutar de esos días de desconexión y alejarse de Madrid por un tiempo.
Este año, el viaje de ida a Guitiriz empezó fuerte. Íbamos en un cochazo, sí, pero el
conductor no paraba de meter caña y de presionar. Tenía toda la pinta de que iba a
ser un trayecto intenso y bastante estresante, pero dejémoslo ahí, eso es otra
historia.
En Guitiriz nos espera lo de siempre: la comida casera de la abuela, las
sobremesas eternas y las partidas de mesa ya sean cartas, dominó y Rummikub
que alguna vez pueden acabar en una revuelta.
Fue precisamente este año, en casa de los abuelos, donde aprendí una de las
grandes lecciones de la vida: para ganar al dominó no basta con suerte, hay que
saber contar las fichas.
Ya me extrañaba a mí que, después de veinte partidas, siguiera terminando con
cero puntos… algo no cuadraba.
Las mañanas en Guitiriz tienen un ritmo muy distinto para todos, están los que se
trabajan, los que hacen que trabajan, las personas con paseos matutinos y los que
aprovechan cada minuto para estar en el ordenador culturizándose más si cabe.
Tras un día largo de trabajo, un día para agradecer a los abuelos todo lo que hacen,
cogimos el coche para ir a un restaurante con grandes vistas y muy elegante de la
zona, no de Guitiriz, sino de otra provincia y todo.
Todo era perfecto: las vistas, la comida, y sobre todo… el aceite. Aquel aceite era
tan bueno que hasta el pan parecía de otro mundo. En un momento de inspiración,
alguien tuvo la brillante idea de coger prestado el bote para llevarlo a casa.
Al día siguiente, para el desayuno de los abuelos, pusimos el famoso aceite sobre
la mesa. Los abuelos lo probaron encantados hasta que la abuela se dio cuenta que
ese aceite era el mismo que ayer estaba en el restaurante.
La abuela cuando lo vio pensaba que era el abuelo quien lo había cogido del
restaurante.
La situación del abuelo fue un poco compleja, le estaban echando la bronca por
algo que no sabía ni entendía, y como los demás estábamos arriba trabajando,
nadie pudo aclarar que él no tenía nada que ver.
El pobre no comprendía por qué la abuela, convencida de que había sido él, le
decía que menudo ejemplo le estaba dando a sus nietos, él seguía sin entender de
qué le estaban hablando.
Al nosotros estar arriba no nos enteramos en directo de ese momento, pero luego a
la hora de la comida nos comentaron la situación y fue muy gracioso y obviamente
el aceite se quedó en casa para futuros desayunos.
Otro día, decidimos hacer una excursión a la playa, el plan parecía sencillo: coche,
toallas, nevera y muchas ganas de sol. Pero claro, siendo Galicia, el mar estaba tan
frío que solo uno se atrevió a bañarse y fue por perder una apuesta.
Después de un rato, nos fuimos a comer a un restaurante junto al mar. Y como
buenos turistas, pedimos de todo, tanto que al final sobró más comida de la que nos
comimos.
Para rematar el día, decidimos ir a pescar, sonaba perfecto, naturaleza, río,
tranquilidad… pero la realidad era otra.
El abuelo, en lugar de pescar, se quedó dormido en una pequeña cuesta al lado del
río, justo donde los niños se tiraban al agua gritando.
Entre tanto ruido y tanto movimiento no entendía como se podía dormir y como la
abuela se podía quedar al lado leyendo.
El día terminó con cero peces, un anzuelo menos, una congelación y una caña que
casi pasa a mejor vida, pero bueno, al menos nos echamos unas risas.
No sé muy bien cómo acabar esta historia y me dejo muchas anécdotas, personas y
risas, pero en resumen, los veranos en Guitiriz siempre serán familia y hogar.
A continuación, a falta de un párrafo, adjunto una foto de lo bonito que es Guitiriz.
Creo que la foto es el balneario, pero eso lo puede confirmar mejor los abuelos que
son personas VIP allí (very important person).
IV.- El infinito
ENZO
Este es un texto dirigido para un público explicito, para un público que
se pregunta el ¿por que? de las cosas y no se satisface con el mero
hecho de conformarse. Lo que voy a contar tratara un tema que va
mucho más haya de la comprensión humana EL INFINITO.
Antes de comenzar me gustaría que todos los que esteís aquí presente
se planteen a sí mismos ¿Qué es la nada? Sí esa nada de la que
cuando estás empanado y alguien te pregunta ¿Qué estás pensando?
tu respondes en“nada”, o también la nada de cuando le preguntas a
alguien ¿A qué se expande el universo? y te dice a la nada. Hoy vais a
poneros en mi piel y entender como veo yo las cosas y con un poco de
suerte esa intriga que yo tengo sobre esté tema que me apasiona la
tendréis vosotros también.
El infinito es un tema complicado, primero que nada vamos a tratar lo
que yo entiendo que es el infinito.
Pues bien el infinito se puede manejar en lenguaje matemático pero no
se puede explicar, el infinito es una incógnita es algo que no se puede
medir,valorar,entender ni explicar.
El infinito es un tema que nos lleva acompañando de hace miles de
años Anaximandro fue el primer filosofo en hablar del infinito
proponiendo el concepto del “apeiron” que significaba lo ilimitado como
el origen de todo. A lo largo de los años está idea de algo tan abstracto
como el infinito se ha ido perfeccionando, pero todas las ideas que han
sido propuestas tienen una cosa en común y es que es algo que no se
puede comprender con el lenguaje matemático o físico o incluso
cuántico. Mi teoría sobre el infinito trata que si el infinito existe en una
sola cosa existe en todas, que vivimos en un mundo en el que no existe
lo imposible, solo existe lo muy poco probable, pongamos un ejemplo, Si
lanzas una pelota de padel indestructible contra una pared de 2 metros
de largo y 2 metros de ancho con una trayectoria aleatoria infinitas
veces ¿Qué crees que pasaría? Primero que nada la pelota acabaría
dándole a todos los sitios posibles ya que poco a poco irá cubriendo
todo el área, ahora bien te estarás preguntando ¿Qué si ya le ha dado a
todos los sitios posibles de la pared, es imposible que le des a un sitio
que no le hayas dado antes verdad? Veréis hay un efecto cuántico que
se llama, el efecto túnel, es un fenómeno que ocurre cuando una partícula atraviesa una barrera que, según las leyes clásicas, no debería
poder cruzar, una forma de explicar este efecto es pensando en una
bola de golf que esta en un hoyo al que llamaremos hoyo A y yo quiero
mover esa pelota a otro hoyo al que llamaremos hoyo B según rigen las
leyes de la física es imposible que la pelota se mueva de ahí sin
manipularla, ahora bien según la mecánica cuántica cabe una muy
pequeña probabilidad de que la pelota se “teletransporte” desde el hoyo
A hasta el Hoyo B. Pues ahora bien volviendo al ejemplo de la pelota de
padel pasa lo mismo, si tu tiras infinitas veces la pelota contra la pared
en algún momento atravesará esa pared pasando a otra posición que no
había estado antes y que no se puede explicar por la física tradicional,
este efecto le da la posibilidad a la bola de poder estar en cualquier
posición. Con está hipótesis también estoy contraponiendo la teoría de
otro filósofo llamado Zenon De Elea, el decía que el infinito no existía ya
que no podemos realizar infinitas acciones y que siempre hay un límite,
lo que yo consigo con mi teoría es demostrar que Zenon De Elea se
equivocaba y que en realidad si podemos realizar infinitas acciones sí lo
repetimos infinitas veces.
Bueno después de tanta paradoja, para quitaros ese dolor de cabeza
después de haber explotado vuestro cerebro, vamos a hablar de otro
tema relacionado con el infinito.
Como bien he dicho al principio si el infinito existe entonces todo es
posible ya que siempre hay probabilidades, entonces ahora toca aplicar
esté pensamiento, a un tema muy actual,”El Multiverso”, es una
hipotesis cientifica y filosofica que dice que no solo existe nuestro
universo sino que existen infinitos universos, cada uno con sus propias
leyes físicas, constantes y realidades posibles. Y ahora es cuando
pienso ¿Sí todo es probable, y el multiverso tiene infinitos universos?
Entonces sí el multiverso existe, dios existe, ya que por probabilidad si
hay infinitos universos dios existe, pero a su vez también no existe, el
concepto de existir y no existir se distorsiona cuando empezamos a
hablar del multiverso. Dios puede no existir en nuestro universo, pero
puede existir en otro universo. Tengo muchísimas teorías y reflexiones
más relacionadas con el infinito el multiverso o la existencia de dios,
pero en esté texto he preferido intentar hablar de mis ideas principales.
También os he querido enseñar al primer miembro de la familia calvo
que ha contrapuesto la teoría de un anterior filósofo y a demostrado que no es cierta, todavía no he dado a conocer mi teoría pero varías
personas,influyentes que conocen del tema (Físicos, profesores de
filosofía, Matemáticos) me han dicho que es una muy buena teoría y me
han recomendado publicarla.
Para concluir me gustaría añadir estas palabras que como bien dijo
sócrates SOLO SE QUE NO SE NADA
V.-AGUSTÍN CALVO
(LAURA)
Mi abuelo se llama Agustín Calvo, aunque en internet todos lo conocen como
Nitsuga (su nombre al revés), será por lo que dicen que a veces hay que mirar la
vida desde el otro lado para entenderla mejor.
Desde que tengo memoria, siempre lo recuerdo recitando poemas. No necesita un
libro delante, le basta con cerrar los ojos y dejar que las palabras salgan, como si
las llevara guardadas desde siempre. Le encanta escribir, contar cosas del pasado,
recordar historias de cuando era joven, o simplemente hablar de la vida con esa
calma que solo dan los años.
Hace unos años creó su blog, El Cuaderno de Nitsuga, y para él es como un tesoro.
Allí escribe de todo: recuerdos, pensamientos, cosas que ha aprendido, anécdotas
familiares y hasta reflexiones sobre lo que ve en el día a día. Es su rincón del
mundo, donde el tiempo parece detenerse y las palabras se convierten en una
forma de dejar huella.
Mi abuela Camelia aparece muchas veces en lo que escribe. Ella es su compañera
de toda la vida, la que le pone calma cuando él se pone nostálgico, la que siempre
sonríe cuando lo ve con su cuaderno o frente al ordenador. Dice mi abuelo que
Camelia es su flor eterna, la que nunca se marchita, y que sin ella muchas de sus
historias no tendrían sentido.
A veces, cuando vamos a visitarlo, nos recita algo de lo que está escribiendo o nos
lee un texto recién terminado. Lo hace con una voz tranquila, como si cada palabra
pesara lo justo. Luego nos explica por qué es importante no dejar que las palabras
se pierdan: “Escribir es una forma de asegurarse de que, cuando nosotros ya no
estemos, nuestras historias sigan vivas en los demás.”
Últimamente insiste mucho en que los nietos sigamos esa costumbre. Nos anima a
escribir también, a tener nuestro propio “cuaderno”, aunque sea en el móvil, en una
libreta o en el ordenador. Dice que no importa si lo que hacemos es corto, torpe o
desordenado; que lo importante es no dejar que se pierda la costumbre de contar.
Según él, escribir es una forma de mantener viva la cultura, la memoria y, sobre
todo, la esencia de la familia.
A veces me da un poco de pereza, lo admito. Pienso que no tengo tanto que contar,
o que lo mío no será tan interesante como lo suyo. Pero luego lo miro, con sus
noventa y un años, todavía con ganas de aprender, de escribir y de compartir, y me
doy cuenta de que si él ha sido capaz de llenar tantas páginas con su vida, lo
mínimo que puedo hacer es escribir unas cuantas sobre la mía.
Así que aquí estoy, intentando seguir sus pasos. Hoy hemos hecho la primera
comida de nietos en la que cada uno ha traído un pequeño texto para leerlo en su
honor. Este es el mío. No sabía muy bien cómo enfocarlo, pero al final he decidido
hacerlo así: sencillo, personal y familiar, como creo que a él le gustaría.
Porque si algo he aprendido de mi abuelo Agustín, es que no hay cosa más bonita
que escribir desde el corazón a las personas que están a tu lado y alegran tu día.
VI.-No apagues la luz
(ANDREA)
La lluvia había comenzado justo antes de medianoche, fina y punzante, de esas que
difuminan las luces de la calle y lo tiñen todo de tonos naranjas temblorosos. Maya se ajustó
el abrigo y se quedó mirando la vieja casa al otro lado de la calle. A través de sus ventanas
solo se veía oscuridad.
Cada 31 de octubre se prometía a sí misma que no volvería. Y, sin embargo, allí estaba otra
vez, diez años después, en la misma fecha.
La casa había pertenecido a su familia hasta que desapareció su hermano, Elias. En el
pueblo aún se murmuraba sobre aquello: decían que de niño había sido tranquilo, pero que
algo cambió en él los últimos años. Algunos incluso hablaban de locura. Maya nunca les
creyó. En 2015 se marchó a estudiar a Londres y, aunque perdió el contacto con su
hermano, lo conocía demasiado bien. Además, si de locura se trataba, ¿cómo explicaban la
nota que encontró bajo su almohada?
«Prométeme que dejarás la luz encendida. E.»
Era su frase. La que usaban para reconfortarse cuando uno de los dos tenía miedo, la
promesa de que siempre estarían el uno para el otro.
Cruzó la verja y llamó a la puerta principal. A los tres toques que dió Maya, pareció que la
puerta contestaba abriéndose levemente con un chirrido de bisagras. El sonido le revolvió el
estómago, como si su llegada hubiera despertado a la propia casa.
Dentro, el aire olía a papel viejo y madera húmeda. El papel pintado se había desprendido
en tiras que se curvaban sobre la pared. Encendió la linterna y dejó que la luz fuera
bailando sobre los muebles, cubiertos con sábanas blancas. El polvo se levantaba a su
paso, flotando en la penumbra.
El crujido de una tabla rompió el silencio y le erizó la piel. Luego, un ruido en el piso
de arriba: una puerta que chirriaba al abrirse, pasos lentos, cautelosos, como si
alguien no quisiera ser descubierto.
Se le cortó la respiración —¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —susurró.
Solo le respondió el sonido de la lluvía, cada vez más fuerte, golpeando las ventanas.
Subió las escaleras, cada crujido creando un eco que resonaba en la casa vacía. Cuando
llegó al rellano, vió con la luz de la linterna que la puerta del cuarto de Elias estaba
entreabierta. Se acercó lentamente y la empujó con la mano temblorosa.
La habitación era tal y como la recordaba: a la derecha las estanterías llenas de libros
desgastados de ser leídos cada noche, los peluches apoyados en el lateral de la cama. Su
escritorio seguía allí, en el centro de la habitación bajo la ventana, abarrotado de dibujos
que ocupaban por completo la mesa. A la izquierda la cama, abarrotada de peluches. Un
objeto sobre la cama llamó su atención.
Se acercó despacio, intentó visualizar con su linterna de qué se trataba. Una grabadora.
Con las manos ligeramente entumecidas por el frío, cogió la grabadora y pulsó el botón de
reproducción.
Al principio, solo se oía estática. Luego, un hilo de voz comenzó a hablar Era la voz de su
hermano, temblorosa, con miedo — Maya... no sé si esta cinta llegará a ti, pero si estás
escuchando esto... no apagues la luz — Su pulso se aceleró.
La cinta se detuvo.
Una sombra cruzó la puerta entreabierta. Maya se giró bruscamente; la linterna se le
resbaló de la mano, rodó por el suelo y se detuvo frente al espejo del armario empotrado,
situado junto a la cama.
Al agacharse a por la linterna, el reflejo que vió en el espejo la detuvo. Era ella, pero no del
todo.El reflejo tenía la piel más pálida, los ojos más oscuros y una expresión inmóvil,
mientras sus propios labios temblaban. Mientras Maya sentía el temblor de sus propios
labios los del espejo permanecían rígidos. Entonces, el reflejo sonrió.
La luz de la linterna se apagó.
Maya gritó, pero el reflejo en el espejo, ahora iluminado por la luz que entraba por la
ventana, no respondió. Solo ladeó la cabeza, esta vez mirando hacia la puerta.
Entonces volvió a oír la voz de su hermano, esta vez no procedía de la grabadora.
—Maya.
Su voz era suave, tan familiar que el miedo se mezcló con alivio. La puerta se abrió del todo
y él apareció entre la oscuridad del pasillo. Tenía el pelo más largo y pegado al rostro por la
lluvía. Su postura había cambiado, más encorvado, su silueta se había afinado y su rostro
estaba marcado por una sombra de cansancio.… pero sus ojos, esos mismos ojos cálidos
que recordaba, eran los suyos.
—Has venido —dijo él, casi en un sollozo.
A Maya se le hizo un nudo en la garganta. —Elias... Pensaba que estabas...
—¿Muerto? —Sonrió con tristeza—.
Dio un paso adelante y el aire a su alrededor comenzó a vibrar como el calor que se eleva
del asfalto—. Elías continuó.—Todos los años vuelvo en Halloween —continuó—. Siempre
te encuentro aquí, pero nunca recuerdas lo que pasó.
El corazón de Maya latía con fuerza. Esa última frase la desconcertó, pero continúo, no
quería perder ni un segundo más en salvar a su hermano —Puedo ayudarte. Puedo traerte
de vuelta a casa.
Él negó con la cabeza. —No. No lo entiendes Maya, soy yo el que intento que dejes esta
casa.
Maya frunció el ceño. —¿Qué significa eso?
Él extendió la mano y la acercó a su mejilla. — Nunca te fuiste de esta casa, Maya. Hoy se
cumplen diez años desde aquella noche en que el destino te arrebató de nosotros.
Volviendo de camino a casa, la lluvia te sorprendió y tu coche perdió el control… Desde
entonces, cada año vuelves a llamar a la puerta, y yo vengo, siempre, para verte.
Maya retrocedió hasta chocar con el espejo. Al girarse su reflejo le devolvió la mirada.
—Tiene razón —susurró su propia voz desde el otro lado.
Intentó huir, pero la habitación se retorcía a su alrededor. Los muebles que una vez habían
estado en la habitación desaparecieron y donde antes estaba la puerta ahora había un
pasillo infinito de espejos que devolvían su imagen una y otra vez: más joven, envejecida,
distorsionada. Algunas lloraban. Otras reían. Otras tenían una mirada ausente.
Entonces, escuchó la voz de Elías, suave y quebrada:
—Volveré el año que viene. Prométeme que dejarás la luz encendida.
El cristal se resquebrajó y cuando los espejos estallaron, Maya no estaba ya en ninguno de
ellos.
Elias bajó las escaleras y salió por la puerta principal. Afuera, la lluvia había cesado. La
mañana se filtraba, pálida y suave, sobre la calle. Caminó unos pasos hacia la verja, con los
hombros hundidos, derrotado. Antes de irse, miró hacia la casa una última vez.
Un reflejo, justo cuando el sol atravesaba las nubes, hizo que su atención se detuviera en la
ventana central del segundo piso. Una silueta permanecía inmovil junto al cristal, esperando
que llegara el próximo Halloween.
VII.-Manual de Supervivencia Comida Nietos Calvo-Martínez
(SAÚL)
Prólogo: ¿Por qué este manual existe?
En todas las familias hay tradiciones,
En la nuestra, además de la puntualidad de reloj del abuelo y de las partidas a las cartas con la abuela, las cuales claramente son acompañadas con una buena merienda, existe una misión secreta: sobrevivir a la comida familiar mensual sin meterse en líos. Porque sí, venir a comer con la familia de abuelos Camelia y Agustín no es cualquier cosa.
Hay dos preguntas que activan un protocolo entre los nietos:
¿A qué hora? y ¿Quién llega tarde esta vez?
Normalmente se celebran en “el abuelo”, aunque esta vez no. Y claro, eso ya descoloca a más de uno. Todo sigue un
orden:
primero, el control de asistencia (“¿Dónde está Enzo?”), después, el control rutinario de exámenes y trabajo de la abuela
(¿qué tal la uni?), y finalmente, la siesta del abuelo, que actúa como punto y final de la comida, hasta que llegan las
cartas, claro. A resaltar a Laura, que suele venir poco, pero cuando aparece, es un acontecimiento.
En teoría es una comida tranquila. En la práctica, es una operación familiar de alto riesgo: hay reglas no escritas, trampas bien disimuladas y mucha competitividad.
Por eso nace este manual:
para ayudar a los nietos presentes y futuros acompañantes a superar está prueba, entender el arte de las comidas CalvoMartínez y si hay suerte, salir con algún punto a favor.
Capítulo 1: Preparación mental previa
Al despertarte, debes repetir una frase: “Llegar tarde no es una opción.”
El abuelo, detecta el retraso, aunque llegues tarde por segundos. Sinceramente, yo creo que tiene su reloj adelantado, y por eso siempre llegó tare.
La abuela en cambio, siempre te sonríe, pero apunta mentalmente tu falta, y te lo repetirá en ocasiones futuras:
“Has perdido puntos conmigo”, como aquella vez que me acompañó al médico y resulta que la cita era en otro centro. Sigo aún perdiendo los puntos de ese día.
Consejo del manual: llega diez minutos antes. Aunque para ser primero, debes ir a desayunar al sitio, y es muy probable que aun así la abuela ya este ahí.
Capítulo 2: La posición en la mesa
Sentarse a la mesa con los abuelos no es cosa menor.
Cada sitio tiene sus ventajas, sus trampas y su propio nivel de riesgo.
Primer paso: Nunca, bajo ninguna circunstancia, te sientes antes que los abuelos.
(En mi caso, lo más probable es que no me siente antes que ninguno)
La abuela es el verdadero centro de mando. Controla todo: quién come, quién habla, quién suspira demasiado fuerte.
Tarde o temprano, llega su frase clásica: “¡Jo chico, no has comido nada!”. Da igual que lleves tres platos, media barra de pan y un postre: ella lo dirá igual, con esa mezcla de decepción y cariño que te hace dudar de cuanto has
comido.
El abuelo, por su parte, tiene otro sistema: no te pregunta si quieres más, te lo da directamente.
Sin previo aviso, ves cómo su plato aterriza delante de ti mientras dice:
“Toma, chiquilín, que te veo con hambre.”
Y claro, no puedes rechazarlo: es una cuestión de respeto. Aunque, por supervivencia, siempre puedes delegar en Enzo, quien, tras alguna queja y un poco de drama, seguramente acabe comiéndoselo igual.
Eso sí, evita el asiento junto al abuelo si tienes la voz frágil. Hablarle requiere energía, entusiasmo y, lo más importante, una voz grave, o eso creo yo, porque a mi madre nunca la entiende. Él asiente siempre, lo entienda o no: todo un maestro del “sí diplomático”. Y si no le interesa, simplemente dice: “No te escucho, nena.” Y procede a hacer el gestito de
negación con la mano, cerca de la oreja. Eso sí, ha desarrollado una tremenda habilidad para leer los labios.
Capítulo 3: La conversación estratégica
Hablar en la mesa es un arte, y no todos sobreviven.
Hay temas seguros, temas trampa y temas que pueden provocar un silencio más largo que la sobremesa.
Temas prohibidos: Truchas: Que si Laura, que ya sabemos que sabes mucho. Universidad: Nunca, bajo ninguna circunstancia, lo saques. Y menos después de Claudia. Novia de Mario: No por polémica, sino porque no hay mucho contenido.
Temas seguros: Viajes, trabajo y cotilleos familiares.
(Si hay un cotilleo nuevo, la abuela seguramente ya lo sepa.)
Temas de riesgo medio: Cualquier cosa relacionada con historia, cultura o geopolítica.
No recomendable: El abuelo suele hacer preguntas trampa y no hay escapatoria de su explicación si fallas.
Recuerda: el silencio también es una forma de inteligencia.
Capítulo 4: El Premio Nitsuga
Momento cumbre del mes. Llevo desde el 13 de septiembre sin dormir.
Por primera vez, vamos a celebrar los Premios Nitsuga.
Aquí se mezclan nervios, orgullo y competitividad, dejando el cariño a un lado. Nadie lo dice en voz alta, pero todos queremos ganar esos ochenta euros (tenía que ver si colaba). Y, sobre todo, el honor de escuchar al abuelo decir: “Este sí ha entendido el espíritu del premio.”
Si no ganas, no pasa nada: siempre puedes decir que no te votaron bien. Y si ganas, recuerda que ahora todos te tienen en el punto de mira.
Capítulo 5: La digestión o “La llamada de la siesta”
Tras el postre llega el peligro. El abuelo defiende la siesta como un arte milenario; la abuela, en cambio, está convencida de que aún queda café, charla y quizá hasta postre extra en casa.
Consejo del manual: Sé rápido. Lánzate con decisión, sin dudar:
“¿Cómo voy a dejarte ir solo, abuelo? ¡Te acompaño!”
Es la jugada perfecta para escapar a tiempo. La siesta nunca falla: es su tradición, su momento sagrado, el cierre oficial de cada comida Calvo-Martínez.
Capítulo 6: Las cartas
Efectivamente, un capítulo solo para las cartas. El momento más hostil de toda la comida.
Seamos sinceros, la abuela organiza la comida como una excusa para llegar a este momento. Lleva todo el día esperándolo.
Juega concentrada, seria y a veces hace alguna trampa, aunque ella jure que no y crea que no nos damos cuenta.
Mario también hace trampas, pero con tanta gracia que casi parecen parte del juego.
Lucas juega con su móvil, la Play o lo que pille a mano y solo levanta la vista para preguntar quién gana.
Enzo, según el día, se une a las cartas o se queda con él, entre partida y partida digital.
Carlos y Andrea parecen tranquilos, pero compiten en silencio.
Laura analiza cada jugada.
Claudia se ríe gane o pierda, alguien tiene que poner la paz, probablemente sea la única que entiende el espíritu del juego.
El abuelo, mientras tanto, sigue dormido.
Consejo del manual: Si te toca jugar, ve con cuidado. Aquí no solo se reparten solo cartas, se trata de una batalla por demostrar quién manda en la mesa.
Capítulo 7: Despedida y recompensas
Nunca te vayas sin dar las gracias.
A la abuela por organizarlo todo (como de costumbre) y al abuelo por recordarte que leer, pensar y escribir son el mejor legado. Hazlo con sinceridad. Porque puede que esto del manual sea en broma, pero lo unida que está la familia es completamente en serio y todo es gracias a ellos.
Epílogo
Al final, este manual no enseña a sobrevivir, sino a disfrutar.
Porque cada comida, cada sobremesa y cada partida de cartas, nos recuerdan que la familia son las personas que más nos quieren, y que lo importante es estar ahí. Y más aún, si ganas el premio.
TERMINADA LA REUNIÓN ,
ESTE FUE EL RESULTADO DE SUS VOTACIONES
Madrid 1 de noviembre de 2025
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