UNA VISITA AL MUSEO DE CIENCIAS NATURALES DE MADRID 3
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Ya quedó atrás la fauna terrestre, entramos ahora, sin
solución de continuidad, en una Sala sin nombre, pero que, por su contenido, yo
denomino
SALA DE LA FAUNA MARINA
Suelo advertir que me refiero, no solo a los animales que
viven dentro del mar, sino también a aquellos que -especialmente aves- viven en
sus proximidades y dependen de él en alguna forma. En el centro, una vitrina
deja ver varios tipos de aves, todas relacionadas con el mar. Son aves de mar
o, si se quiere mejor, aves de costa. (hago observar la diferencia entre
“costa” y “playa”: Ambas marcan el límite entre mar y tierra, pero, mientras en
la playa la tierra lame suavemente las aguas marinas, la costa, siempre rocosa,
suele sufrir los duros embates del mar embravecido).
Por conocidas, dejo de referirme a Las Gaviotas, llamadas por algunos “ratas de mar”, que viven en
grandes colonias y demuestran su ingenio a la hora de cazar. Su proliferación y
ubicuidad es tal que en la actualidad es frecuente verlas pulular en parajes
tan alejados de la costa como la ribera del río Manzanares en Madrid.
Centro mi atención en El Alcatraz, que despierta en los
oyentes la sensación de un término ya oído, aunque sea tan distante y diferente
como el famoso penal, hoy cerrado, donde cumplieron su condena tantos reclusos
americanos. Como animal, es un ave, esencialmente marinera ya que solo
vuelve a tierra para anidar y mientras dura el periodo de cuida de sus
polluelos. Y sin embargo, antes de iniciar el vuelo necesitan un periodo de
calentamiento porque su musculatura voladora no está muy desarrollada. Vive
agrupada en grandes y ruidosas colonias. Su cuerpo está cubierto por una
sustancia impermeabilizadora que le permite sumergirse con facilidad. Para
cazar los peces de que se alimenta, suele buscar los cardúmenes, que facilitan
su tarea; en todo caso, la caza/pesca se produce propulsándose el animal desde
el aire sobre el agua a velocidades que pueden llegar a 100 km./hora. Anidan en
las oquedades de las rocas costeras, poniendo un solo huevo en el nido
preparado por la pareja en las proximidades de los que hayan puesto otros
congéneres.
Al fondo de la vitrina, en lo alto de un macizo rocoso está una
representación de El Frailecillo. Simpáticos
animales con pico ligeramente parecido al de los loros, aun cuando su
colocación, colorido (mezcla de negro, blanco y rojo) y forma ahuevada, dotan a estos animales, que
se mantienen sobre sus patas rojas como un pato, de una figura que justifica su
sobrenombre de “payasos”. Son animales de aguas frías. Hacen su vida en el mar,
volviendo a tierra solo para su apareamiento, formando entonces grandes
colonias que comparten mientras atienden a la críade los poyuelos, que, uno por
nido, están listos para una vida independiente poco después de nacer. Su vuelo
no es alto ni espectacular y en el agua suelen avanzar sirviéndose de las patas
como remos.
A la derecha hay dos representantes de El Cormorán. Curioso animal, que los chinos han conseguido
domesticar para sin redes, ni cañas de pescar, llenar sus nasas. En efecto,
igual que en tantos otros casos (pólvora, imprenta, papel, brújula, pasta, cometas,
etc.), los chinos fueron los primeros en utilizar estas aves, aprovechando en
su propio beneficio el “talento” y eficacia cazadora de que están dotadas por
la Naturaleza, que les permiten capturar invariablemente un pez en cada
zambullida. Su plumaje es de un precioso color negro y están dotados de un pico
largo y fuerte, que les facilita la captura de las presas. En la vitrina se nos
lo presenta junto con una variedad del mismo: el cormorán moñudo, nombre que
recibe, obviamente, por el penacho de plumas que adorna su cabeza.
Y pasamos ya a visitar aquellos animales cuya vida se desarrolla totalmente dentro del agua:
esencialmente peces, pero también crustáceos, moluscos y equinodermos. Vayamos
a la vitrina que hay al fondo, a la derecha. Como persona amante de los
mariscos, voy a comenzar por referirme a éstos, deteniéndome en los más conocidos:
Se muestran en la
parte inferior de la
vitrina:
Por su orden: Langosta,
Centolla, Buey de mar, Bogavante. Toda una serie de suculentos manjares. El
primero y el último, son crustáceos de abdomen alargado y fácilmente
distinguibles con un poco de atención. La langosta tiene largas antenas en la
cabeza, mientras que el bogavante (lubrigante, en Galicia) tiene en sus patas
delanteras unas enormes pinzas (que son una verdadera delicia cuando el animal
se coció para sazonar un buen arroz). Los dos del centro pertenecen a aquellos
crustáceos de abdomen corto y plegado: El buey de mar , un cangrejo grande de
buen sabor y abundante carne; por su parte,
la centolla <digo la centolla,- siempre preferible al centollo,( lo
mismo que entre los humanos de antes) > constituye un manjar delicioso para
degustar con paciencia y un buen vino blanco y frío.
Por simple curiosidad, pero, también, por curiosidad científica, voy a aprovechar la oportunidad para dejar constancia, de los distintos tipos de animales que los humanos han escogido para formar ese apetitoso y selecto alimento conocido bajo el nombre de Mariscos, aclarando que el anexo que se incorpora al margen de esta página es simple expresión de mis particulares gustos en esta materia.
Y de que no están todos los que son, pero sí son todos los que están.
El Erizo de mar.
Típico equinodermo conocido por las púas que cubren su cuerpo, de forma
esférica u ovoidal. En la parte inferior tiene una boca con cinco dientes y una
especial musculatura que le permite rascar las algas o triturar el alimento de
modo que pueda ingerirlo. En la parte superior, está el ano. Los órganos de la
reproducción, que ocupan gran parte del volumen de su cuerpo, constituyen un
conjunto orgánico muy apreciado como alimento en algunos lugares ribereños ,
especialmente en Cantabria y el País Vasco. No tienen patas visibles; se
desplazan lentamente con unos pedúnculos que aparecen entre sus púas Éstas son
venenosas. A pesar de lo indicado, hay algunas familias de erizos que no tienen
las púas que les caracterizan normalmente.
También podemos ver cangrejos, nécoras, langostinos, cigalas, y
otros ejemplares de esos sabrosos manjares que constituyen el deleite de
nuestra alimentación. La mayoría naturalizados, pero, también en adecuados
recipientes, nuevas muestras de animales conservados en formol.
En la vitrina siguiente, un
batiburrillo de animales diversos; y alguno de ellos con su típica apariencia
arbórea. Me refiero, naturalmente, a Los
Corales.
Preciosos, y generalmente desconocidos
en su génesis. En la vida
ordinaria cuando nos referimos a los corales estamos evocando el recuerdo de esas estructuras marinas ramificadas como frondosos arbolitos que ofrecen un variado, pero siempre atractivo, colorido, visible a través de las límpidas aguas de una mar serena. Realmente lo que vemos no es “el” animal, el coral, sino el conjunto de miles de animales de minúsculo tamaño, que durante largos periodos de, incluso, millones años, se han formado, viven y se desarrollan unidos en un proceso vital específico y sorprendente, dando lugar, a una colonia de coral (que realmente funciona como un solo individuo) y, al fin, a los arrecifes de coral, que pueden contemplarse en la someras aguas costeras de los mares tropicales. Un trozo de coral es un conjunto de miles de corales, posiblemente fosilizados. El coral es un pólipo. El pólipo, originario, es un organismo de, generalmente, no más de 2 mm. y cuerpo blando, recubierto de un caparazón calcáreo que tiene un pedúnculo que le permite asirse al suelo; y en la parte opuesta, unos tentáculos de los que se vale para lograr la alimentación, formada esencialmente por plancton. El coral inicialmente es un animal sin color, es translúcido, pero, en la asociación que forma con otros individuos de su especie, acogen a determinadas algas que son las que prestan el colorido al conjunto, a la colonia.
ordinaria cuando nos referimos a los corales estamos evocando el recuerdo de esas estructuras marinas ramificadas como frondosos arbolitos que ofrecen un variado, pero siempre atractivo, colorido, visible a través de las límpidas aguas de una mar serena. Realmente lo que vemos no es “el” animal, el coral, sino el conjunto de miles de animales de minúsculo tamaño, que durante largos periodos de, incluso, millones años, se han formado, viven y se desarrollan unidos en un proceso vital específico y sorprendente, dando lugar, a una colonia de coral (que realmente funciona como un solo individuo) y, al fin, a los arrecifes de coral, que pueden contemplarse en la someras aguas costeras de los mares tropicales. Un trozo de coral es un conjunto de miles de corales, posiblemente fosilizados. El coral es un pólipo. El pólipo, originario, es un organismo de, generalmente, no más de 2 mm. y cuerpo blando, recubierto de un caparazón calcáreo que tiene un pedúnculo que le permite asirse al suelo; y en la parte opuesta, unos tentáculos de los que se vale para lograr la alimentación, formada esencialmente por plancton. El coral inicialmente es un animal sin color, es translúcido, pero, en la asociación que forma con otros individuos de su especie, acogen a determinadas algas que son las que prestan el colorido al conjunto, a la colonia.
Existen otros tipos de coral, que
también están representados en la vitrina por otros celentéreos, como las
Actinias o las Gorgonias o como sus primas, Las Medusas.
Pobremente representadas en esta
vitrina por una simple fotografía, merecen las medusas o poco de comentario,
aunque solo sea porque cada vez son más frecuentes en nuestras playas del
Mediterráneo, afectando de manera especial al comportamiento de los niños. Son
las medusas unos originales y, a la vista, preciosos organismos marinos con
forma de campana de la que cuelga un badajo que termina en la boca. En el borde
del “paraguas” contiene unos tentáculos provistos de las células urticantes que
caracteriza el comportamiento del animal.
Las medusas
ofrecen un curioso y complicado sistema de reproducción en el que se mezcla,
con alternancia, la forma sexuada y asexuada: Inicialmente se reproducen por huevos,
provistos de cilios, los cuales deambulan por el mar sin rumbo hasta que
encuentran un suelo adecuado en el que se asientan, transformándose en pólipos
asexuados, los cuales, a su vez, por gemación producen yemas en forma discos yuxtapuestos
que se liberan dando lugar a la formación de nuevas medusas, con lo que se cierra
el ciclo.
Delante de aquel animal tan
interesante como cicateramente ofrecido al visitante, está La Tortuga boba. Nunca supe el motivo del nombre de ese animal que,
sin embargo, al contrario que el anterior, se nos ofrece en un magnífico
ejemplar naturalizado. Es un reptil marino, que, entre otros mares cálidos,
vive en el Mediterráneo y del que han comenzado a verse algunos ejemplares en
las playas levantinas de España. Científicamente, es un quelonio, un reptil
rechoncho protegido por un doble caparazón bajo cuyos bordes puede esconder la
cabeza, las extremidades y la cola. Es omnívoro, alimentándose de los
invertebrados que ocupan los suelos de los mares cálidos en que desarrollan su
vida, sin salir a tierra nada más que, las hembras, para desovar. Su cabeza es
relativamente grande y, aunque carece de dientes, está provista de un pico
córneo. Es omnívoro, siendo, precisamente, las medusas uno de sus alimentos
favoritos.
La vitrina contiene una abundante
muestra de moluscos bivalvos: almejas,
ostras, berberechos, mejillones,… Su
abundancia, quizás, y proximidad en el conocimiento me lleva a pasar de largo
para fijarnos en la vitrina de la izquierda que contiene una serie de botes
conteniendo, conservados en formol, los cuerpos de moluscos diferentes: son pulpos,
calamares, sepias,. Es extraordinaria la variedad de seres que pertenecen a
este tipo de animales celomados, sin esqueleto, con cuerpo blando, no
segmentado, en el que puede apreciarse la cabeza, la masa visceral y el pie, de
forma muy variada y misión locomotora. Sus órganos sensoriales se limitan (con
alguna excepción a la que luego aludiré) a los tentáculos para el tacto y
ocelos para la visión. Estos animales se reproducen sexualmente, si bien es
frecuente entre ellos el hermafroditismo.
Antes de pasar a la siguiente Sala,
frente a nosotros podemos contemplar, naturalizado, un precioso ejemplar de El Pez Luna.
Es un pez raro; un animal grande sin la normal apariencia de un pez típico, pues le falta la cola (la aleta caudal) y es relativamente mucho más alto que ancho. Tiene una gran aleta dorsal, mientras quedan muy reducidas las aletas laterales. Es, en definitiva, como un gran cabeza prolongada, como una gran bola oblonga que, mirada de perfil, parece, en efecto, la visión de una luna en cuarto creciente. Pero es uno de los peces más pesados del mundo y, si se exceptúa, el tiburón ballena, el de mayor tamaño. Su boca es relativamente pequeña y y sus cuatro dientes están fusionados formando un pico del que se sirve para romper los cuerpos duros. Pero su alimentación es pobre, prefiriendo animales del tipo medusa, lo cual le obliga a ingerir grandes cantidades de alimento. Es un animal solitario que, sorprendentemente, busca la proximidad de algas, otros peces o, incluso, aves para lograr la desparasitación ya que su piel suele estar cubierta de abundantes parásitos. Es frecuente verlo en quietud placentera tomando el sol, aunque su hábitat normal lo constituye los mares cálidos. Su cerebro es muy reducido.
Es un pez raro; un animal grande sin la normal apariencia de un pez típico, pues le falta la cola (la aleta caudal) y es relativamente mucho más alto que ancho. Tiene una gran aleta dorsal, mientras quedan muy reducidas las aletas laterales. Es, en definitiva, como un gran cabeza prolongada, como una gran bola oblonga que, mirada de perfil, parece, en efecto, la visión de una luna en cuarto creciente. Pero es uno de los peces más pesados del mundo y, si se exceptúa, el tiburón ballena, el de mayor tamaño. Su boca es relativamente pequeña y y sus cuatro dientes están fusionados formando un pico del que se sirve para romper los cuerpos duros. Pero su alimentación es pobre, prefiriendo animales del tipo medusa, lo cual le obliga a ingerir grandes cantidades de alimento. Es un animal solitario que, sorprendentemente, busca la proximidad de algas, otros peces o, incluso, aves para lograr la desparasitación ya que su piel suele estar cubierta de abundantes parásitos. Es frecuente verlo en quietud placentera tomando el sol, aunque su hábitat normal lo constituye los mares cálidos. Su cerebro es muy reducido.
Y acabamos la vista de esta parte del
Museo. Entramos en la Sala de El Calamar
Gigante.
Antes de otra cosa, quiero advertir
que la imponente figura del calamar que aparece en la pared, no es un animal
real sino un modelo construido como reproducción a tamaño natural: una maqueta
de escayola de 15 metros de largo.. Sí, es real la figura que yace (pues esa es
la expresión que surge al observar al animal que se expone) en el centro de la
sala, conservado en formol.
El calamar es un cefalópodo provisto
de un cuerpo blando , en el que se distingue el manto, la cabeza y los brazos,
apéndices alargados dotados de ventosas. Son diez, pero dos de ellos se
diferencia notoriamente de los ocho restantes. Entre el manto y la cabeza
tienen el sifón, tubito por donde expulsan la tinta que les sirve como medio de
defensa. Poseen una concha interna, llamada pluma, por lo que se diferencian de
cefalópodos similares. Viven en aguas abisales y para comunicarse poseen unos
órganos fotóforos a lo largo del cuerpo. La hembra es más pequeña que el macho
y ninguno de los dos es comestible por el intenso sabor a amoniaco, elemento
que le sirve para flotar.
En todos los ejemplares son de destacar los ojos; según mi información, los de mayor tamaño del reino animal, hasta el punto de que algunos pueden alcanzar el tamaño de un balón de fútbol. Y, para terminar, vamos a entrar en el habitáculo que hay enfrente del calamar: es una simulación de la vida de estos gigantescos animales en las profundidades abisales. Allá, sin luz natural visible, se aprecian los “cromatóforos” de los calamares, que -a semejanza de lo que en la fauna terrestre pasa con las luciérnagas- son unas células capaces de reflejar o producir una luz que permite la localización del animal.
En todos los ejemplares son de destacar los ojos; según mi información, los de mayor tamaño del reino animal, hasta el punto de que algunos pueden alcanzar el tamaño de un balón de fútbol. Y, para terminar, vamos a entrar en el habitáculo que hay enfrente del calamar: es una simulación de la vida de estos gigantescos animales en las profundidades abisales. Allá, sin luz natural visible, se aprecian los “cromatóforos” de los calamares, que -a semejanza de lo que en la fauna terrestre pasa con las luciérnagas- son unas células capaces de reflejar o producir una luz que permite la localización del animal.
Para cerrar la visita voy a dejar constancia, por curiosidad, de la diferencia
entre conocidos cefalópodos:
Calamar > 10 brazos y 2 aletas
triangulares. Concha interna quitinosa. Viven en alta mar.
Sepia >10 brazos y cuerpo rodeado de
una aleta. Concha interna calcárea. Puede cambiar de color
Jibia > Variedad de la sepia que vive
en aguas litorales.
Pulpo > 8 brazos. Cuerpo en forma de
saco. Sin concha y sin aletas.
Nautilus > Tentáculos sin ventosas. Concha
externa nacarada.
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