Pinceladas.-MI PADRE :( 24 años después)

Pinceladas sobre un genio
Autodidacta. De severa apariencia. Tímido. Sentimental. Espontáneo. Versificador. Educador exigente.  Lector empedernido. Filósofo en ciernes. Retraído. Orgulloso. Tenaz. Insobornable. Irascible y tierno. Con la apariencia de un bulldog irrefrenable y el fondo de un primerizo enamorado y complaciente.  
Todo esto era el hombre que se marchó en silencio, dejando tras de sí un montón de páginas escritas en prosa sobre su vida, sobre la sociedad y su visión del mundo; y cientos de poesías y versos sueltos sobre las personas de su entorno y sobre cualquier cosa; y todo: en limpias cuartillas o, en la mayor parte de las veces, en hojas sueltas; en el reverso de documentos ya escritos en su haz; a máquina de escribir del tipo Smith Premier de doble teclado o, con mayor frecuencia, a mano con rasgos firmes, y ligeros, con tan diminutos caracteres que hacen difícilmente inteligible su lectura.
Pero, sobre todo, fue riguroso consigo mismo en el cumplimiento de sus obligaciones y exigente con los demás, sobre cualquier otra consideración. Unos apuntes ayudarán mejor a comprender esta apreciación.
Por orden cronológico:
1.     En alguna “fiesta de guardar” de los años en que estuvimos en Úbeda >. Íbamos a misa: mi padre, mi hermana mayor, mi madre y yo por la plaza de las Clarisas, camino de la iglesia para oír misa. Yo tendría a la sazón 8 o 9 años. En algún momento, durante el camino, dije: “pero yo no podré comulgar”. ¿Por qué? Preguntó mi madre. Le conté que había bebido agua en la madrugada porque había sentido sed. (Debo recordar que, por entonces, las normas de la Iglesia prohibían tomar alimento alguno después de las doce de la noche, si se iba a comulgar). La reacción de mi padre fue inmediata. Se volvió hacia mí, los ojos centelleantes, mueca de desprecio, gesto airado. “siempre serás un tarambana”, me espetó. No recuerdo cómo terminó el incidente. El trallazo de su contestación impidió en el futuro el recuerdo de cualquier otro detalle.
2.     Año 1952. Acababa de recibir en el colegio de Córdoba la confirmación de la noticia: De los pocos alumnos del colegio aprobados en el Examen de Estado, celebrado en Sevilla, yo fui el único que había conseguido sacar un notable. Rebosando contento, llamé por teléfono a mis padres, en Jabalquinto. Cuando mi padre se puso al teléfono y le conté, todo eufórico, la noticia de mi notable, toda su contestación fue un seco: “¿Qué pasa? ¿es que no había sobresalientes?”
3.     Vivíamos en Madrid, en el cuartel del Paseo de Extremadura. Debió ser en el 1958. Yo había terminado las Milicias Universitarias con la graduación de alférez. Él, era el sargento del Puesto. En casa existía la costumbre de cenar a las 10. Yo llegué aquella noche a las 10 y 10, cuando ya todos estaban sentados a la mesa, cenando. Nada más entrar, se levantó mi padre, me “arreó” un soberbio bofetón y, sin más, me ordenó. “a la cama”.
Nunca hicimos, ninguno de los dos, comentario alguno a esos episodios, que expongo ahora, no con ánimo negativo, sino, todo lo contrario, para resaltar su rigurosa severidad. Desde su punto de vista, su actuación fue la que procedía: yo no había tenido en cuenta: en el primer caso, la prohibición que impedía comulgar, como familiarmente se había previsto; en el segundo, era cierto que podía haber obtenido una nota mayor; finalmente, yo había infringido la norma de estar en casa a la hora de cenar. 
Todo era cierto. Aunque: 
1> yo fuera un niño que recientemente había hecho la primera comunión; o, 
2> hubiera sacado yo la mejor nota de las que recibieron mis compañeros de colegio, o,
 3> hubiera yo llegado a casa “colgado” en uno de aquellos viejos tranvías abiertos, tras la pérdida, por segundos, del tranvía que me hubiera llevado a tiempo (y si entrar en la consideración -que por lo anecdótica apunto- de que mi graduación militar era superior a la suya). Estas circunstancias hubieran podido ser atenuantes que hubieran influido en su reacción. Para él, nada podía justificar la contravención de una norma o el cumplimiento de una norma. Fue siempre un paradigma de rigurosa severidad.
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No conocí a mi abuelo paterno. Allá en lo más lejano de mi recuerdo, entre brumas, y en forma difícilmente aprehensible de manera permanente, tilila una imagen borrosa que acaso pudiera ser la suya, pero, ni siquiera puedo asegurar que esa imagen sea producto de mi propio recuerdo, sino más bien creada por la suma de algunas referencias a su vida, oídas a mi madre. Creo que al final de su vida le llamaban “el tío Agustin, el del Pocico” ¡(¡Qué distinto del pomposo “Agustín Calvo 4”, que su nieto vino a adjudicarle en la Saga familiar inventada por éste casi un siglo después de la muerte de aquél!
Había nacido en Santisteban del Puerto y estuvo casado en primeras nupcias con Catalina Huertas, con la que tuvo seis hijos. Tras el fallecimiento de ésta, en los primeros días del año 1919, volvió a casarse con Rosalía Maza, paisana suya, con la que tuvo otras dos hijas.
Tampoco puedo decir que conociera a mi padre mientras vivió. De otra manera, desde luego. Porque con él, con mi progenitor, si que conviví hasta el año en que la Parca decidió dejar a su esposa sin su firme apoyo y dirección. Viví junto a él, en su casa, hasta el año 1965 en que me casé. Hasta entonces, prácticamente me alimenté a sus expensas. Luego, hasta 1994, vivimos en una discreta relación, de cuya tenue unión no me he dado cuenta hasta bastantes años después. ¡Y cuánto lo siento hoy!
 Porque no fue por culpa de él, sino por despego mío. O, si quisiera ser indulgente conmigo mismo, podría decir “por despego mío a causa de la forma de ser de él”. Porque yo, consecuente con la decisión impuesta por mi subconsciente, caminaba por la vida, como burro en una noria, sin pensar en otra cosa que en cumplir con lo que yo  -solo ahora me doy cuenta- me había forjado inconscientemente como meta, como consecuencia de mi educación juvenil: llegar, primero, y asegurar, después, el nivel de vida de que hacían gala aquellas personas, mis compañeros de estudios, con los que compartí mi época de internado en el Colegio Salesiano de Córdoba.
Ha tenido que venir la muerte de mi madre, el 14 de octubre de 2014, y mis, pocas, conversaciones con Pili, mi única hermana sobreviviente, para que me ocupara de la vida de quien me dio el ser y para quien, según he visto luego, debí de ser, mientras estuvo en activo, el orgullo de su vida hasta el punto de subordinar ésta a su ilusión de elevarme como faro que permitiera a todos conocer su triunfo. Me he enterado muy tarde. Hoy solo me queda el recordar, y lamentar el recuerdo, de lo bonito que hubiera sido el que le hubiera conocido y comprendido.
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Nació mi padre, (el que, en mi ficticia saga familiar, figuraría luego como Agustín Calvo 5), en Villacarrillo (Jaén) el 16 de abril de 1907.
Iglesia de Villacarrillo

Nació en plena primavera.
Vísperas del 17
del mes cuarto de la era
del 1907.
¡Que no, en un día cualquiera!
Sus padres, hortelanos. ¡Bueno! Hortelano era su padre, que tenía en arrendamiento un terreno dedicado a huerta en el cortijo de Santa Marina, entre Santisteban y Villacarrillo. La madre bastante tenía con cuidar de la familia, donde había cinco hermanos, de los que él era el mayor.  Ayudado por la Abuela materna, que vivía en Villacarrillo, pudo asistir durante unos meses a la escuela, que hubo de dejar cuando apenas había comenzado a leer la letra de molde y difícilmente sabía escribir su nombre. Su padre había acordado con sus tíos que empezara a aprender el oficio de picapedrero (cantero) que éstos profesaban, de modo que a los nueve años comenzó a acompañarlos durante sus jornadas de trabajo.
Un par de años estuvo así: Habiendo muerto la madre pronto, pocos días después de dar a luz un último niño, en 1919, tuvo que volver al cortijo para ayudar al padre en el cuidado de sus hermanos, tarea tan difícil y situación tan crítica que obligó a mi abuelo a buscar, con urgencia, la concertación de nuevas nupcias con una muchacha de su pueblo para que se ocupara de los hijos y de la casa. 
Y este fue el primer problema que vino a enturbiar la vida de mi progenitor, que nunca aceptó de buen grado la sustitución de la madre por la madrastra. Aislado de la familia en el cortijo, pocos medios le quedaban para estar en comunicación con el mundo exterior. Se encerró en sí mismo y buscó la expansión de su espíritu en el ejercicio de la lectura de cualquier cosa que cayera en sus manos. Y se aficionó a la lectura. Y esa afición derivó en la capacidad de versificar. 
Y así, en un ambiente cortijero, en donde la casi totalidad de los muchachos eran analfabetos y solo podían verse y comunicarse en las fiestas del pueblo, mi padre descolló como paladín de los encuentros, poeta selecto y compañero buscado por las muchachas de los alrededores. A juzgar por las fotos de los años posteriores debía tener, además, buena planta; lo cual extremaba su encanto.
Intentó salir del ambiente familiar que le oprimía, pero su padre no le permitió que se acogiera a la única oportunidad que tenía: la de enrolarse como voluntario en el ejército. Era lógica la prohibición, ya que él era el hermano mayor y, de marcharse, la familia hubiera notado de manera muy sensible la disminución de los, ya de por sí, magros ingresos familiares y el incremento del trabajo entre los demás.
Pero, tan pronto como llegó la leva de su quinta, salió del cortijo, dejó aquel ambiente familiar cuyas bondades él nunca había notado, y se sintió libre para vivir una vida distinta a la que hasta entonces había estado obligado. Empezó a vivir con una firme determinación: nunca volvería a trabajar en el campo.
Acostumbrado a trabajar duro, aficionado a la lectura, y con la idea fija de alejarse definitivamente de su vida anterior, pronto se adaptó al nuevo régimen de vida como soldado en el Regimiento de Artillería de Campamento (Madrid).


Y, en su afán de progresar, comenzó a pensar en la posibilidad de ascender. Tesonero, como era, consiguió en pocos meses los galones de cabo. Fue su primer gran triunfo. No era, ya, un cualquiera: Era un jefe, que podía dar órdenes que debían ser obedecidas por la tropa. Para su forma de pensar, todo un ascenso, un logro impensable dos años atrás.

Serenado su espíritu, creyó llegado el momento de olvidar el chicoleo y empezar a pensar en elegir una muchacha,  de su pueblo y de su ambiente, con la que ir ascendiendo en la escala social. Había conocido en el pueblo de su nacimiento a una muchacha endeble y vivaracha que, aceptaba, sí, de buen grado su compañía, pero no acababa de quedar obnubilada por sus dotes de galán, normalmente, reconocidos. Fue un incentivo que le llevó a frecuentar el trato de aquella muchachita, débil en apariencia, pero obstinada en la limitación de sus liberalidades. Tomasa, hija de una familia que le trataba con cariño y familiaridad, se ajustaba a su proyecto. En el tercer día de la feria del pueblo, el 16 de septiembre de 1928, le declaró su intención de formalizar el noviazgo. Su respuesta le llenó de ilusión. Quedó concertado el noviazgo de aquellas dos personas que, muy distintas en su exterior, tantas cosas en común tenían en su vida personal.  Tomasa era ya su novia formal con la que se comunicaba por cartas, en las que él desarrollaba su capacidad de expresión escrita con la que amarraba la normal predisposición de la novia lejana. Incluso, llegó a visitarla personalmente, desplazándose al pueblo, desde Madrid, cuando, tras la forzada estancia en el Hospital Militar de Carabanchel, le concedieron un mes de permiso. Fue una ocasión ideal para exhibir, ante sus  ”iguales de antes” sus galones de cabo del ejército que le situaban en un nivel un tanto superior.
Naturalmente, no se licenció cuando licenciaron a su quinta. No quería volver a su vida anterior. Continuó en el Ejercitó, para desesperación de la novia, cuyas presiones no consiguieron doblegar su propósito firme de no volver al pueblo. Y comenzó a preparar las oposiciones para sargento, galones que no consiguió en un primer intento, pero que volvió a intentar preparándose para la siguiente vez.
Vio entonces la posibilidad de pasar a la Guardia Civil, destino que siempre había envidiado desde la sufrida y vejada situación de obrero del campo. Entonces, la figura de un guardia civil entre las gentes de pueblo era todo un icono de admiración: su uniforme, su normal prestancia, la leyenda del Cuerpo, especialmente entre los campesinos que la veían como la autoridad más cercana, le concedía un carácter especial, era un reto difícil de obtener y de especial consideración
En el Ejército, continuó sacrificando, salidas y diversiones para centrarse en la preparación de las materias que habrían de valerle para conseguir el ascenso a sargento, sin olvidar tampoco estudiar el reglamento y materias que exigirían su ingreso, de poder alcanzarlo, en la Guardia Civil. Entretanto fue destinado a Segovia, donde consiguió un nuevo triunfo al obtener el carné de conductor de camiones.


Su persistencia en el estudio le permitió aprobar las oposiciones para sargento. Pero no llegó a lucir los galones propios de tal categoría militar, porque, mientras esperaba la notificación oficial de su ascenso, le llegó la a notificación de su aceptación como Guardia Civil.   Y, abandonando los galones de sargento, se hizo Guardia Civil, un simple guardia de aquel Cuerpo que había sido su sueño dorado en su época de hortelano. ” Al fin iba a poder regodearme un día por mi tierra, entre los míos tocado de tan deseado uniforme” (en sus propias palabras escritas en su cuaderno “Vida íntima de una historia vulgar”).
Quedó incorporado en el 4º Tercio de la Guardia Civil con destino, pendiente de señalar, en las unidades de caballería. Una alegría más, según se indica en este párrafo del texto citado: “Ahí era nada la importancia que me iba a poder dar cabalgando a la vista de mis paisanos y mis antiguos compañeros de trabajo”.  Quedó confirmada la noticia cuando en el mes de febrero de 1932 se publicó oficialmente su ingreso en el Cuerpo, pero con destino en el Tercio de guarnición en Barcelona, donde, miel sobre hojuelas, no era obligatorio ser soltero y, por tanto, podría pensar en casarse.
El ambiente social en Barcelona era de lo más exaltado:” la libertad anunciada por los republicanos fue pronto desfasada y convertida por muchos en libertinaje. Mucha gente a su sombra hallaron amplio campo para poner al descubierto los perversos instintos que llevaban dentro,…Las huelgas se sucedían con profusión en Barcelona..” (sic).
Pero. para él, era la hora de casarse.

Se daban todas las circunstancias que lo aconsejaban, salvo el respaldo de una posición económica tranquilizadora. Pero allí estaba Dolores, la esposa de un compañero, y paisano, a los que trataba como miembros de la familia.

Ella le animó y acompañó para hacer la compra del mobiliario imprescindible para amueblar su futuro pabellón: Una cama, una mesita de noche, una mesa de comedor y cuatro sillas. ¡Ah! Y un cuadro de S. Antonio para la cabecera de la cama. Total: 116.50 pesetas.
 Aun le sobraban cuarenta y cinco pesetas y con ellas, tras conseguir el correspondiente permiso, tomó el tren y se presentó en el pueblo. Contaba con la aportación familiar y los regalos de boda para afrontar la nueva situación a la que iba a enfrentarse. Luego resultó que hubo de sortear un montón de problemillas, entre los que no fue el menor el rifirrafe y casi chantaje con el cura, que comenzó pidiendo una exageración y acabó reduciendo los honorarios de la Iglesia a  32 pesetas, ante el anuncio de que, en otro aso, prescindiría de la boda religiosa, al haberse aprobado por el nuevo Gobierno la legitimidad del  matrimonio civil . Al fin, contando con las 300 pesetas de la dote y las 35, recibidas de los parientes, tomó la pareja el tren con destino a Barcelona llevando como exceso de equipaje un baúl de 30 kg.
En un simón, por creerlo más barato que un taxi, llegaron a la habitación provisionalmente prestada por un compañero
 en el cuartel de Consejo de Ciento, desde donde pronto se trasladaron al pabellón concedido en el Cuartel de San José de la Montaña. Días felices. Los dos despertaban a un mundo nuevo, a conocer y disfrutar en cine, teatro, toros diversiones, paseos y tantas otras cosas antes solo soñadas, y con tal intensidad que, por abusos insensatos, acabaron dañando la fortaleza física y salud de mi padre, que hubo de someterse a cuidados médicos.
Con los días de felicidad llegó también el esperado acontecimiento: el nacimiento del primer hijo, cuya proximidad hizo aconsejable el desplazamiento al pueblo para que el parto se produjera en el ambiente familiar que la madre deseaba. Y nació el primer hijo de la pareja: ¡un varón! al que pusieron por nombre  -no podía ser de otra manera- Agustín. Ya tenía la familia un personaje que podría continuar la saga familiar, desarrollando el principio del nuevo ambiente logrado por el matrimonio.
Por aquellas fechas la situación social en Cataluña estaba muy alterada, se habían desmadrado las gentes que, alentadas por la alta burguesía catalana, reclamaban la total independencia de Cataluña que ya había con seguido un Estatuto especial. El 6 de octubre de 1934 la Generalitat declaró formalmente la independencia. Ante tal declaración, el capitán general de Cataluña echó las tropas a la calle y en poco tiempo consiguió que en los micrófonos oficiales se oyera la declaración de rendición de los sublevados y su sometimiento al Gobierno Central. Los hechos habían sucedido mientras mis padres vivían en el cuartel de La Sagrera, desde donde, al día siguiente, pudieron escuchar con alborozo el “raudo sonar sobre el pavimento de las herraduras de los caballos del escuadrón” que desfilaba por la ciudad, devolviendo la calma al pueblo.
Días después, recibió mi padre la noticia de la extrema gravedad de la hermana mayor de su esposa y obtuvo un permiso especial de dos meses para visitarla. No pudieron verla viva. Pero, durante la estancia en el pueblo, recibió la notificación de que se le concedía el traslado de Comandancia que hace tiempo había solicitado. No hubo necesidad de volver.
El nuevo destino estaba en la Comandancia de Jaén, teniendo la suerte de que le trasladaran precisamente a Santisteban del Puerto, el lugar de origen de su estirpe paterna y donde residían bastantes miembros de su familia actual. La relación con sus parientes, en las nuevas circunstancias fue, desde luego un motivo más de satisfacción para la pareja, pero, a la larga, fue el germen de la inquina no confesada que perduró a lo largo de toda la vida entre los miembros de su familia del pueblo y su propia familia.  personal, manifestada especialmente en la esposa.
Otro acontecimiento, no por esperado menos placentero, fue el nacimiento de un nuevo descendiente: una niña, que completaba la parejita, con la que se cerraba el círculo de su completa felicidad. Consecuentes con el ambiente andaluz de sus primeros tiempos, la llamaron, no Mari Carmen o, simplemente Carmen, nombre tradicional en las niñas de aquel tiempo, sino “Carmela” (“Carmelita” es el nombre que figuró en sus tarjetas-recuerdo de primera comunión).
Y llegó el traslado al Puesto de Úbeda, en cuyo cuartel estaban cuando se produjo el “Alzamiento Nacional”. El estallido de una guerra abierta entre los dos bandos de la misma familia nacional. Y los españoles quedaron divididos en dos cuerpos diferentes y enfrentados, no tanto por sus propias ideas y sentimientos sino, más bien (sobre todo al principio) por el lugar en que vivían cuando comenzó la contienda. A él, le había correspondido estar en la zona republicana, donde hizo las primeras jornadas que se desarrollaron en escaramuzas seguidas por diversos pueblos de Córdoba, pero pronto se pasó a la zona controlada por las tropas sublevadas, que defendían abiertamente la oposición al decadente comportamiento de las masas, tolerado por el Gobierno popular.
Mientras duró la guerra, la esposa y los hijos quedaron en Villacarrillo, en la casa de la abuela de los niños, donde recalaron, azuzados por el asedio de las masas cuya intolerancia se manifestó mediante serias amenazas contra las familias que vivían en el cuartel de Úbeda. La vida de mi padre durante los tres años que duró la campaña quedó minuciosamente recogida, día a día, en el diario manuscrito donde iba dejando constancia de los incidentes de cada momento en los distintos lugares de Córdoba donde se movieron las unidades en que él se hallaba enclavado. En lo esencial, no tuvo ningún enfrentamiento serio contra quienes en cada caso figuraron como sus enemigos de guerra.
Abril de 1939: Se acabó la guerra. Consiguió al fin que su familia se reuniera con él en Córdoba, donde provisionalmente continuó, hasta su traslado a Villanueva del Arzobispo, donde se incorporó con la familia el día 11 de junio, ocupando uno de los pabellones del Cuartel del Pueblo. Nació allí, el 7 de febrero del siguiente año su segunda hija, a quien bautizaron con el nombre de Pilar, como la Patrona de la Guardia Civil. Durante esta etapa se sucedieron varias concentraciones por lugares distintos de la Sierra Morena para controlar y perseguir a los “maquis”, individuos que se resistieron a la declaración del cese de hostilidades y siguen viviendo como versos sueltos de un poema deshilachado, atracando a la gente y robando en los cortijos de la sierra.
Inesperadamente, pero con gran satisfacción, recibe la noticia de su traslado a Úbeda, en cuyo cuartel queda ubicado con la familia en marzo del 1941. La vida allí, salvo las obligadas salidas en concentración contra los insurrectos que aun pululan en la Sierra, es tranquila por lo que comienza a preparar los exámenes para cabo, a los que se presenta un año después. Se celebran en Córdoba y aprueba. Pasa el tiempo y por fin el 28 de mayo de 1943, se publica su ascenso a cabo. Nuevamente puede ver en su guerrera aquellos galones que supusieron el primer paso en su escapada de la triste vida del campesino. Con su nueva graduación, traslado a Jódar, pueblo muy cercano, a donde se marcha con la familia y en el que poco tiempo va a permanecer, pues, por fuertes desavenencias con el Brigada, Jefe de la Línea, pidió traslado de Puesto, que se le concedió en 1945.
Jabalquinto, un pintoresco lugar de 3.000 habitantes, con más cuevas que casas, en las proximidades de Linares y Baeza,  es el pueblo que colmará la dicha de mi padre durante unos años en los que fue plenamente feliz hasta que, buscando el porvenir del hijo, tuvo que renunciar a esa dicha.
En febrero de 1945 tomó posesión como Comandante del Puesto. Seis guardias a sus órdenes. Su recto comportamiento, su energía, su acierto en el mando, su éxito en el cometido de su actividad profesional le granjearon la simpatía de los jerarcas del pueblo, los cuales acabaron por hacerle un hueco en el selecto grupo que comandaba el lugar. El Alcalde, el Juez, el Secretario, el Médico y el Cura fueron sus compañeros. Con ellos llegó a formar un núcleo que ocupaba sus ocios de fin de semana, cuando no tenían otra distracción, con el juego del “tresillo”. Prestigió, desde luego, el nombre de la Guardia Civil con la eficaz limpieza del término municipal de los ladronzuelos, gitanos y malhechores de toda clase que merodeaban por los campos y pululaban por los pueblos de los alrededores.
A las hijas les buscó ocupación con Dª Mercedes, la maestra del pueblo, que las tomó bajo su cuidado, enseñándoles lo que sabía. El hijo lo encomendó al cura- párroco, D. Fernando, que se ocupó de su preparación en las materias del bachillerato, cuyo primer curso aprobó con notas excelentes, tras su examen como libre en el Instituto de Linares. Y consiguió que el Ayuntamiento creara dos becas de estudio para alumnos aventajados, de las que se beneficiaron los respectivos hijos del Secretario del Ayuntamiento y del Comandante del Puesto.
Gracias a esto y a la media beca que el hijo consiguió en exámenes oficiales del Ministerio de Educación, pudo enviarlo a estudiar, como alumno interno, al Colegio de los Salesianos de Córdoba, que compartía con el de los Jesuitas de Granada, el honor de ser los más importantes colegios privados de Andalucía. Pudo optar entre los dos, pero sus agridulces recuerdos de la campaña bélica por tierras cordobesa le decidió a elegir este entorno para la educación del hijo
En el año 1952 terminó el hijo el bachillerato con notas brillantes. Había que arbitrar la forma de que siguiera una carrera. Se había determinado que fuera la de derecho. Y no se encontró otra oportunidad que hacerlo en Madrid, donde algúna ayuda podía conseguir de sus amistades del pueblo. Dura decisión. Se vería obligado a descabalgar de las comodidades que gozaba gracias a su cargo. Pero no había otra salida si quería que el hijo siguiera el esperanzador camino que su comportamiento escolar preconizaba.
Tras no pocas gestiones, muchas recomendaciones, y bastantes” untamientos” (que en otras circunstancias hubieran sido reprensibles) en noviembre de 1952 se incorporó en Madrid, al Puesto de Bellas Artes, pasando a ocupar un pabellón en el Puesto de Dª Carlota, en Vallecas. Poco tiempo duró su estancia en Bellas Artes, donde la actividad principal de la Guardia Civil era la de acompañar la conducción de caudales desde Madrid a su lugar de destino.
En marzo del año siguiente se le asigna una nueva función. Ocupa su nuevo puesto en la 1ª compañía de Especialistas, en la estación del Norte, al principio y, poco después en la de Atocha. Ahora su actividad en nada se parece a la que estaba acostumbrado a bregar. No es un trabajo duro, es como una mezcla entre oficinista y negociante, pero se requiere tener un temple y un carácter que no le va.
Sus hijos, entretanto, han comenzado a caminar: el varón estudia por las mañanas y va a la Facultad de Derecho y trabaja, por la tarde, en La Nueva Panera de D. Dionisio Martín, el dueño del cortijo de Torrubia quien, por mediación del alcalde de Jabalquinto, se ofreció a ayudarle. Recibe por este trabajo 200 pesetas que, al menos, sirven cubrir sus necesidades. Las niñas han empezado a aprender Corte y confección, la mayor, y bordadora, la pequeña; ambas, actividades que pueden serles útil el día de mañana.
Tras dos años en Especialistas se le encomienda hacerse cargo del Puesto de Dª Carlota, con lo que vuelve a la actividad que domina y con la que disfruta. En octubre de 1955 mejora aún más su suerte pues pasa a mandar el Destacamento de Energía Nuclear, en la Ciudad Universitaria, ocupando provisionalmente pabellón en el cuartel del Puente de Segovia.
Unos meses más tarde, en julio de 1956, le llega por fin el ansiado momento de lucir en sus mangas los galones de “sargento”. Fue una nueva época de gracia. Habían pasado doce años; doce largos años esperando que corriera el escalafón. ¡Al fin!  Ya era sargento. Tenía un cómodo puesto de mando y ocupaba un lujoso piso en zona privilegiada del cinturón de Madrid, a la que se había trasladado con su familia. Para colmo se le ha autorizado a plantar y cuidar un jardín en los aledaños de la vivienda, disponiendo gratuitamente de los servicios de jardinería que estimase precisos. Tiene ahora 50 años. Nada mejor para calificar su estado de ánimo que sus propios comentarios en sus “Memorias Grisáceas”: “¡Lástima que esto se esté terminando!”
En efecto el 16 de abril de 1958, al cumplir los 51 años, cesó en el Cuerpo. Pasó al retiro de la vida activa.
El 21 de julio de ese año, después de ocupar durante unos días el piso de la calle Alejandro Sánchez nº 3, que era propiedad del cabo que le sustituyó en Energía Nuclear, la familia pasó a ocupar el piso adquirido por mis padres en la Colonia de Valdezarza, a espaldas del Colegio de La Paloma, en Franco Rodríguez. Ya era un civil más. Ya no tenía nada más qué hacer. Se había cerrado ¡y con pleno éxito! su ciclo activo.
      Poco después, el 15 de octubre se casaba su hija mayor,
y precisamente con uno de los Guardias que había tenido a sus órdenes en el Destacamento, José María Verona. Como no tenían aún vivienda propia, se acordó que se quedaran en el piso de Valdezarza, mientras los padres con la hija pequeña pasarían a ocupar la casita que mis padres habían adquirido en el pueblo de Ciempozuelos en previsión de que no hubiera encontrado vivienda para el retiro.
       El hijo que, habiendo terminado la carrera de derecho, comienza a trabajar como Abogado en otra empresa de D. Dionisio, se queda con los recién casados
 Un año de inactividad absoluta era mucho tiempo para una dinámica persona acostumbrada a solucionar problemas y dirigir a personas varias. Pero tuvo suerte. A mediados del año 1960 el Juez de Paz del Pueblo le ofrece desempeñar, provisionalmente, el cargo de Secretario del Juzgado. Era una actividad nueva, desconocida, pero, por eso, una ocasión de salir del aburrimiento del no hacer nada y un nuevo reto a superar
Casi tres años estuvo desempeñando el cargo, con eficacia y alegría. Durante ellos tuvo la satisfacción de conocer nuevas gentes en el Pueblo y de trabar incipiente amistad con el Juez de Paz, con el cual, en su coche, llegó a compartir un viaje en que los dos matrimonios tuvieron la oportunidad de visitar tierras valencianas, donde ambos tenían familiares, que visitaron.
Entretanto, un accidente sobrevenido por acceder a la petición de su hijo (y, bien en el fondo, su propia satisfacción personal) viene a incrementar la insatisfactoria ruta de su vida de retirado. Atendiendo la petición del hijo, que acaba de comprar su primer vehículo, una vespa 125, se monta con él para estrenarla, dando un paseo por la Dehesa de la Villa. Al tomar una curva, justo la que hay enfrente del lugar donde había vivido últimamente, en el Centro de Energía Nuclear, el novel conductor derrapa y caen ambos al suelo. El padre se disloca la cadera, lo que le obliga a estar unos días en el hospital. Piénsese en la reacción del padre que, solo para complacer al hijo, subió en la moto.
A partir de aquí, pocas satisfacciones íntimas pudo contabilizar.  Empieza a sentir la amargura de no ver 
MI PADRE. 25 años después



materializadas sus ansias de reconocimiento del amplio trabajo realizado para elevar el rango social de la familia. Unos pocos meses tratando de salir de la apatía, le llevaron a ocuparse de los tramites de papeleo en una gestoría, que pronto dejó por su falta de contenido vital y, luego, la apertura a una actividad nueva que, de entrada, parecía ofrecer prometedores soluciones a su vida sin sentido: Los viajes o excursiones de recreo, que ya había degustado en la excursión realizada el año anterior con el Juez de Ciempozuelos por tierras de Valencia.
Al  cabo de este tiempo la hija mayor conseguía disfrutar de la vivienda propia tan esperada. Esta noticia permitió a “los desterrados de Ciempozuelos” volver a su piso de Valdezarza. El 19 de febrero de 1963 hacía su traslado a la que fu su última y definitiva vivienda.


En el verano del 1963, visita turística a Mallorca. Las cuevas de Artá, o la visita a Can Picafort supusieron para la pareja un espectáculo cuyo recuerdo se reproduciría con frecuencia.
 


A partir de aquí, pocas satisfacciones íntimas pudo contabilizar.
Es la época en que surge un acontecimiento que le llena da amargura. Su origen está en el deseo de complacer la manifestación de juvenil orgullo de su hijo (quizás, inconfesadamente, también del suyo). Con los primeros ahorros se había comprado su primogénito su primer vehículo: una vespa 125, que -según solía comentar en tono de chanza “alcazaba una velociad de hasta 60 km/hora cuando iba cuesta abajo y el viento soplaba de espaldas”-. Naturalmente el hijo estaba gozoso. Y, pretendiendo compartir su satisfacción con el padre, le pidió que montara con él para dar un paseo. No estaba su progrnitor muy por la labor. Nunca había sido un aventurero. Pero, por satisfacer al hijo, montó con él en la moto. Pasearon por la Dehesa de la Villa y, justo en una de las curvas que hace la carretera a la altura de la casa que habían habitado en la Junta de Energía Noclear, el novel e inexperto conductor no supo dominar el vehículo y la moto derrapó. Una caida desafortunada. El padre se dañó la cadera, con lo que tuvo que estar una temporada en el hospital.
Tampoco este accidente fue nunca objeto de comentario entre ambos.
Empieza a sentir la amargura de no ver materializadas sus ansias de reconocimiento del amplio trabajo realizado para elevar el rango social de la familia. Unos pocos meses tratando de salir de la apatía, le llevaron a ocuparse de los tramites de papeleo en una gestoría, que pronto dejó por su falta de contenido vital
            Después de la visita a Mallorca, ninguna novedad interesante hasta el año siguiente.





 En el año 1964 salió del domicilio familiar su hija pequeña, para casarse con Paco Redondo, que era ubetense;
 se marcharon a vivir a Úbeda, donde fijaron su residencia.
Queda en la casa solo el hijo, con el que no guarda demasiada comunicación, quizás como consecuencia de su respeto exquisito al poco tiempo que a éste le sobra por la intensa dedicación a la dura tarea que acarrea el abrirse camino en Madrid como abogado sin conocer a nadie en la profesión. Acaso, también, por la contrariedad que le supondría el sentir que sus observaciones pudieran ser replicadas o no seguidas al pie de la letra por aquel en quien ya aprecia ideas propias.  Es posible que su estado de ánimo quede influido por la decepción que indudablemente le supone el no poder volcar en el hijo, como su ilusión le había hecho concebir, los conocimientos adquiridos a pulso en sus años anteriores. Tal estado de ánimo ya se había dejado sentir de manera violenta en alguna ocasión anterior, de la que ninguno de los dos quiere acordarse.
A finales de 1965 también el hijo abandona el nido, tras su matrimonio con Camelia Martínez, norteamericana de raíces gallegas. Previamente habían asistido los más allegados familiares de ella a su domicilio para trabar conocimiento, que, afortunadamente, resultó complaciente par ambos padres en los años que siguieron en la vida de casados de sus hijos respectivos.


Para dar algún sentido a su vida, demasiado anodina, comienza a organizar viajes que le permitan encontrar nuevas vías de conocimiento y exploración. Así, en marzo de 1968, realizan un viaje a Valencia, donde visitan a su antiguo amigo Pascual Calares y  su esposa.


En los años siguientes aprovechó las oportunidades que la Guardia Civil ofrecía a los retirados, proporcionándoles la ocasión de ocupar residencias de verano, como la que ellos disfrutaron en Puertollano, Lanjarón, o los viajes a Andalucía, donde tuvieron la ocasión de conocer turísticamente Granada, Almería, Motril, Roquetas de Mar y otros pueblos costeros, cuyas playas aprovecharon para zambullirse gozosos en sus cálidas aguas.
Concretamente las excursiones a Almería y Aguadulce las realizó el matrimonio con un variopinto grupo de excursionistas, que quedaron reflejados en la foto que se acompaña.


En Motril mis padres dejaron constancia de su vitalidad y espíritu deportivo, posando en la playa, según imagen recogida para su regocijo personal, para la digna exhibición de su vitalidad y sorpresa generalizada de la familia
 



  
Una de las personas con la que más a gusto se sintió siempre mi padre, la que más, fue su hermano menor, Pedro. 




Era éste el envés, el reverso de la medalla en cuanto al trato con las gentes: alto, de buena planta, abierto, alegre, despreocupado, comunicador, casi analfabeto, y de una simpatía arrolladora; optimista siempre, a pesar de no haber salido del estrato que formaban aquellas personas que, aún en el siglo pasado, vivían en situación parecida al que formaban en la Edad Media los adscritos a la gleba. Por los años 70 encerraba su vida en las profundidades de una mina de carbón por tierras leonesas. De paso por Madrid, solía recalar unos días en casa de su hermano. Eran para mi padre un paréntesis de desbordada alegría y comunicabilidad. Alguna foto se conserva de aquellos momentos, que también se extendieron con motivo de los festejos celebrados por algún acontecimiento familiar. En la que se adjunta a esta página, tomada con motivo de la boda de un sobrino en Chiribella, es de notar la cara de satisfacción de mi padre, que contrasta con el gesto grave, adusto, con el que normalmente aparece en las fotografías de los últimos años.

La severidad de su carácter era incompatible con la ductilidad, tolerancia y amabilidad que son necesarias para el trato con los niños


  


















Nada es de extraño por tanto que no se prodigara demasiado con ellos. Sin embargo, había ocasiones en que se le veía disfrutar con su proximidad, especialmente cuado había motivo para enseñarles algo nuevo o marcarles la conveniencia de actuar en alguna forma determinada.  En esas ocasiones era posible ver reflejado en su comportamiento el orgullo de ser el progenitor de aquellos cuerpecillos que podrían continuar su obra creadora. En las ímagenes adjuntas se recoje su regocijocon su primer nieto o el orgullos de pasear con los primeros hijos de su primogénito

En enero de 1972 tuvo aquel ataque que, se pensó, era apendicitis. Quedó ingresado en el Hospital Militar donde le trataron felizmente de lo que fue una peritonitis, que, tras el tratamiento, no volvió a molestarle
A partir del año 1974, tuvo la posibilidad de pasar algún que otro fin de semana en el campo, en el pueblo de Nuevo Baztán, cerca de Madrid, donde el hijo se había hecho un chalé, en el que había reservado una habitación para “los abuelos”.



Poca actividad externa: Por las mañanas solía desplazarse al Despacho profesional que el hijo -que ya ejercía como Abogado independiente- tenía en la calle Núñez de Balboa, para, teóricamente, atender las incidencias que pudieran presentarse mientras éste estaba en los Juzgados.
Interiormente, una incesante actividad de recopilación, recreación de los episodios que jalonaron su vida, con la creación de nuevas poesías laudatorias con motivo de las celebraciones de efemérides o eventos de alguno de sus descendientes.

 

 Su decaimiento, que ya no se molesta en disimular, hace que los hijos empiecen a tomar conciencia de la necesidad de atender a su padre con más frecuencia con el fin de tratar de animarle. Sacan tiempo de sus quehaceres diarios para desplazarse a la casa paterna y acompañar a la solitaria pareja en su vivienda de la Dehesa de la Villa.
Su salud empieza a resentirse:
 Aquellas dolencias que durante su vida activa había quedado rápidamente superadas por sus normales quehaceres, ahora, no encontrando ya freno que las minimizara, se enquistaron y extendieron.
MI PADMI PADRE: 24 años despuésRE: 24     mMm años después  

El no confesado adenoma prostático que venía combatiendo con costosos medicamentos requirió más cuidados. La artrosis de su esqueleto le hacía caminar penosamente inclinado.
El reuma que toda la vida le había acompañado, se hizo más persistente.
 La habilidad manual para solucionar problemas domésticos o los derivados del uso de la televisión o el magnetofón fue decreciendo poniéndole en el trance, que siempre había tratado de evitar, de tener que pedir ayuda a los hijos, cuando pasaban por la casa para visitarle. Todo lo soportaba en silencio, sin quejas que pudieran transmitir a los demás su preocupación.
Se habían reducido sus salidas a unos cortos paseos por la Dehesa de la Villa, por el parque de Valdezarza, junto al que estaba ubicada la vivienda. Paseos breves, con torpes desplazamientos que aconsejan que camine acompañado.
Soledad.
             Soledad y tristeza íntima. Nunca llegó a pensar en este final. Y, sin embargo, ¡no era su culpa! ¡Él había actuado como desde el principio se propuso actuar, luchando con energía para conseguir su meta! Pero nunca había pensado en que después de “la meta” hubiera una continuación tan triste.



 Solamente ahora me doy cuenta. Entonces, cada uno de los hijos se ocupaba de atender sus peculiares problemas familiares y los proporcionados por sus propios hijos, limitándose ¡qué dolor! a visitarle de vez en cuando, dejándole la mayor parte de sus días sumido en su soledad.



Soledad,  que solo compartía con la esposa, aquella muchachita que empezó siendo un apéndice de sus planteamientos vitales y que, poco a poco, había ido ganado fuerza en el matrimonio hasta el punto de que ahora era el elemento fuerte, gracias a cuyos permanentes cuidados y atenciones continuas, podía mantener una vida, ya, sin sentido.
Su dependencia de ella es completa.






Su ternura y situación la deja escrita en una composición poética redactada en los finales de los años ochenta



               ESTO ES MI DESEO

No sé si viviré otro año. 
  A fe que no lo deseo,
pues tan cansado me veo
que hasta me siento un extraño.
   El alma fue saturada
de tan grandes pesadillas
que fueron pocas cosillas
en las que me solazara,
las que me dieran solaz
o a mi ánimo trajeran
 motivos de hermosa paz.
   Y ya en mis postrimerías,
sin creerme necesario,
quisiera que mi calvario
terminara en pocos días.   
 Solo me alienta un deseo;
que vosotros que os quedáis
que con tu madre lo hagáis
limpiamente sin rodeo,
pues ella sembró su amor
tan abundante y sin tasa
en todos los de su casa
que no lo hallareis mejor.
   Con vosotros lo hizo bien,
conmigo lo hizo mejor.
Endulzad, pues, el dolor
de mi querida Tomasa.

Su situación se complica de manera inesperada.

 No de manera brusca o drástica. Poco a poco, de forma insensible, él mismo va dejándose morir. Se ha quedado prácticamente ciego. No se queja. Soporta estoicamente su situación. Ya, él, que fue todo energía y vigor, no toma decisión alguna. Se deja llevar, resignado.

En la mañana del día 15 de septiembre de 1994, a los 87 años, ya no se levantó. Durante el sueño, un infarto cerebral dejó sin luz aquel cerebro que con tanto afán había ido acumulando conocimientos y sabiduría para impartirlos entre los suyos.
Sus restos reposan, junto a los de su esposa, en el panteón familiar que su primogénito tiene en el cementerio sacramental de San Isidro de Madrid. Sepultura 12, Fila 5ª, Manzana C, del Patio 8º.


Madrid, 23 de diciembre de 2018
<día del año en el que Tomasa siempre celebró 
(cuando pudo celebrarla) la festividad de su Santo >

Comentarios

  1. Me ha encantado leer la historia de tu padre.

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  2. Gran ejemplo a seguir y así lo hicisteis vosotros y vuestros hijos y estoy segura que allá donde este Agustín V, estará orgulloso y pleno de satisfacción porque el sacrifico mereció la pena, por lo que consiguió para su estirpe., unos ingenieros, otros empresarios, todos luchadores pero ante todo respetuosos y orgullosos de su pasado y el de su familia.

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