Pinceladas.-MI PADRE :( 24 años después)
Pinceladas sobre un genio
Autodidacta. De severa apariencia. Tímido.
Sentimental. Espontáneo. Versificador. Educador exigente. Lector empedernido. Filósofo en ciernes. Retraído. Orgulloso. Tenaz. Insobornable. Irascible y tierno. Con la apariencia de un
bulldog irrefrenable y el fondo de un primerizo enamorado y complaciente.
Todo esto era el hombre que se marchó en silencio,
dejando tras de sí un montón de páginas escritas en prosa sobre su vida, sobre
la sociedad y su visión del mundo; y cientos de poesías y versos sueltos sobre
las personas de su entorno y sobre cualquier cosa; y todo: en limpias
cuartillas o, en la mayor parte de las veces, en hojas sueltas; en el reverso
de documentos ya escritos en su haz; a máquina de escribir del tipo Smith
Premier de doble teclado o, con mayor frecuencia, a mano con rasgos firmes, y ligeros,
con tan diminutos caracteres que hacen difícilmente inteligible su lectura.
Pero, sobre todo, fue riguroso consigo mismo en el
cumplimiento de sus obligaciones y exigente con los demás, sobre cualquier otra
consideración. Unos apuntes ayudarán mejor a comprender esta apreciación.
Por orden cronológico:
1. En alguna “fiesta de
guardar” de los años en que estuvimos en Úbeda >. Íbamos a misa: mi padre,
mi hermana mayor, mi madre y yo por la plaza de las Clarisas, camino de la
iglesia para oír misa. Yo tendría a la sazón 8 o 9 años. En algún momento,
durante el camino, dije: “pero yo no podré comulgar”. ¿Por qué? Preguntó mi
madre. Le conté que había bebido agua en la madrugada porque había sentido sed.
(Debo recordar que, por entonces, las normas de la Iglesia prohibían tomar
alimento alguno después de las doce de la noche, si se iba a comulgar). La
reacción de mi padre fue inmediata. Se volvió hacia mí, los ojos centelleantes,
mueca de desprecio, gesto airado. “siempre
serás un tarambana”, me espetó. No recuerdo cómo terminó el incidente. El trallazo
de su contestación impidió en el futuro el recuerdo de cualquier otro detalle.
2.
Año 1952. Acababa de recibir en el colegio de Córdoba la
confirmación de la noticia: De los pocos alumnos del colegio aprobados en el
Examen de Estado, celebrado en Sevilla, yo fui el único que había conseguido
sacar un notable. Rebosando contento, llamé por teléfono a mis padres, en
Jabalquinto. Cuando mi padre se puso al teléfono y le conté, todo eufórico, la
noticia de mi notable, toda su contestación fue un seco: “¿Qué pasa? ¿es que no había sobresalientes?”
3. Vivíamos en Madrid, en el
cuartel del Paseo de Extremadura. Debió ser en el 1958. Yo había terminado las
Milicias Universitarias con la graduación de alférez. Él, era el sargento del
Puesto. En casa existía la costumbre de cenar a las 10. Yo llegué aquella noche
a las 10 y 10, cuando ya todos estaban sentados a la mesa, cenando. Nada más entrar,
se levantó mi padre, me “arreó” un soberbio bofetón y, sin más, me ordenó. “a la cama”.
Nunca
hicimos, ninguno de los dos, comentario alguno a esos episodios, que expongo
ahora, no con ánimo negativo, sino, todo lo contrario, para resaltar su rigurosa
severidad. Desde su punto de vista, su actuación fue la que procedía: yo no
había tenido en cuenta: en el primer caso, la prohibición que impedía comulgar,
como familiarmente se había previsto; en el segundo, era cierto que podía haber
obtenido una nota mayor; finalmente, yo había infringido la norma de estar en
casa a la hora de cenar.
Todo era cierto. Aunque:
1> yo fuera un niño que recientemente había hecho la primera comunión; o,
2> hubiera sacado yo la mejor nota de las que recibieron mis compañeros de colegio, o,
3> hubiera yo llegado a casa “colgado” en uno de aquellos viejos tranvías abiertos, tras la pérdida, por segundos, del tranvía que me hubiera llevado a tiempo (y si entrar en la consideración -que por lo anecdótica apunto- de que mi graduación militar era superior a la suya). Estas circunstancias hubieran podido ser atenuantes que hubieran influido en su reacción. Para él, nada podía justificar la contravención de una norma o el cumplimiento de una norma. Fue siempre un paradigma de rigurosa severidad.
Todo era cierto. Aunque:
1> yo fuera un niño que recientemente había hecho la primera comunión; o,
2> hubiera sacado yo la mejor nota de las que recibieron mis compañeros de colegio, o,
3> hubiera yo llegado a casa “colgado” en uno de aquellos viejos tranvías abiertos, tras la pérdida, por segundos, del tranvía que me hubiera llevado a tiempo (y si entrar en la consideración -que por lo anecdótica apunto- de que mi graduación militar era superior a la suya). Estas circunstancias hubieran podido ser atenuantes que hubieran influido en su reacción. Para él, nada podía justificar la contravención de una norma o el cumplimiento de una norma. Fue siempre un paradigma de rigurosa severidad.
. -
. - .
No conocí a mi abuelo paterno. Allá en lo más lejano de mi
recuerdo, entre brumas, y en forma difícilmente aprehensible de manera
permanente, tilila una imagen borrosa que acaso pudiera ser la suya, pero, ni
siquiera puedo asegurar que esa imagen sea producto de mi propio recuerdo, sino
más bien creada por la suma de algunas referencias a su vida, oídas a mi madre.
Creo que al final de su vida le llamaban “el tío Agustin, el del Pocico” ¡(¡Qué
distinto del pomposo “Agustín Calvo 4”, que su nieto vino a adjudicarle en la
Saga familiar inventada por éste casi un siglo después de la muerte de aquél!
Había nacido en Santisteban del Puerto y estuvo casado en
primeras nupcias con Catalina Huertas, con la que tuvo seis hijos. Tras el
fallecimiento de ésta, en los primeros días del año 1919, volvió a casarse con
Rosalía Maza, paisana suya, con la que tuvo otras dos hijas.
Tampoco puedo decir que conociera a mi padre mientras vivió. De otra manera, desde luego. Porque
con él, con mi progenitor, si que conviví hasta el año en que la Parca decidió
dejar a su esposa sin su firme apoyo y dirección. Viví junto a él, en su casa,
hasta el año 1965 en que me casé. Hasta entonces, prácticamente me alimenté a
sus expensas. Luego, hasta 1994, vivimos en una discreta relación, de cuya
tenue unión no me he dado cuenta hasta bastantes años después. ¡Y cuánto lo
siento hoy!
Porque no fue por culpa
de él, sino por despego mío. O, si quisiera ser indulgente conmigo mismo,
podría decir “por despego mío a causa de la forma de ser de él”. Porque yo,
consecuente con la decisión impuesta por mi subconsciente, caminaba por la
vida, como burro en una noria, sin pensar en otra cosa que en cumplir con lo
que yo -solo ahora me doy cuenta- me
había forjado inconscientemente como meta, como consecuencia de mi educación
juvenil: llegar, primero, y asegurar, después, el nivel de vida de que hacían
gala aquellas personas, mis compañeros de estudios, con los que compartí mi
época de internado en el Colegio Salesiano de Córdoba.
Ha tenido que venir la muerte de mi madre, el 14 de octubre
de 2014, y mis, pocas, conversaciones con Pili, mi única hermana sobreviviente,
para que me ocupara de la vida de quien me dio el ser y para quien, según he
visto luego, debí de ser, mientras estuvo en activo, el orgullo de su vida
hasta el punto de subordinar ésta a su ilusión de elevarme como faro que
permitiera a todos conocer su triunfo. Me he enterado muy tarde. Hoy solo me
queda el recordar, y lamentar el recuerdo, de lo bonito que hubiera sido el que
le hubiera conocido y comprendido.
- . - . -
- . - . -
Nació mi padre, (el que, en mi ficticia saga familiar,
figuraría luego como Agustín Calvo 5), en Villacarrillo (Jaén) el 16 de abril
de 1907.
Iglesia de Villacarrillo |
Nació en plena primavera.
Vísperas del 17
del mes cuarto de la era
del 1907.
¡Que no, en un día cualquiera!
Sus padres, hortelanos. ¡Bueno! Hortelano era su padre, que
tenía en arrendamiento un terreno dedicado a huerta en el cortijo de Santa
Marina, entre Santisteban y Villacarrillo. La madre bastante tenía con cuidar
de la familia, donde había cinco hermanos, de los que él era el mayor. Ayudado por la Abuela materna, que vivía en
Villacarrillo, pudo asistir durante unos meses a la escuela, que hubo de dejar cuando
apenas había comenzado a leer la letra de molde y difícilmente sabía escribir
su nombre. Su padre había acordado con sus tíos que empezara a aprender el oficio
de picapedrero (cantero) que éstos profesaban, de modo que a los nueve años
comenzó a acompañarlos durante sus jornadas de trabajo.
Un par de años estuvo así: Habiendo muerto la madre pronto,
pocos días después de dar a luz un último niño, en 1919, tuvo que volver al
cortijo para ayudar al padre en el cuidado de sus hermanos, tarea tan difícil y
situación tan crítica que obligó a mi abuelo a buscar, con urgencia, la
concertación de nuevas nupcias con una muchacha de su pueblo para que se
ocupara de los hijos y de la casa.
Y este fue el primer problema que vino a enturbiar la vida de mi progenitor, que nunca aceptó de buen grado la sustitución de la madre por la madrastra. Aislado de la familia en el cortijo, pocos medios le quedaban para estar en comunicación con el mundo exterior. Se encerró en sí mismo y buscó la expansión de su espíritu en el ejercicio de la lectura de cualquier cosa que cayera en sus manos. Y se aficionó a la lectura. Y esa afición derivó en la capacidad de versificar.
Y así, en un ambiente cortijero, en donde la casi totalidad de los muchachos eran analfabetos y solo podían verse y comunicarse en las fiestas del pueblo, mi padre descolló como paladín de los encuentros, poeta selecto y compañero buscado por las muchachas de los alrededores. A juzgar por las fotos de los años posteriores debía tener, además, buena planta; lo cual extremaba su encanto.
Intentó salir del ambiente familiar que le oprimía, pero su
padre no le permitió que se acogiera a la única oportunidad que tenía: la de
enrolarse como voluntario en el ejército. Era lógica la prohibición, ya que él
era el hermano mayor y, de marcharse, la familia hubiera notado de manera muy
sensible la disminución de los, ya de por sí, magros ingresos familiares y el
incremento del trabajo entre los demás.
Pero, tan pronto como llegó la leva de su quinta, salió del
cortijo, dejó aquel ambiente familiar cuyas bondades él nunca había notado, y
se sintió libre para vivir una vida distinta a la que hasta entonces había
estado obligado. Empezó a vivir con una firme determinación: nunca volvería a
trabajar en el campo.
Acostumbrado a trabajar duro, aficionado a la lectura, y con
la idea fija de alejarse definitivamente de su vida anterior, pronto se adaptó
al nuevo régimen de vida como soldado en el Regimiento de Artillería de
Campamento (Madrid).
Serenado su espíritu, creyó llegado el momento de olvidar el
chicoleo y empezar a pensar en elegir una muchacha, de su pueblo y de su ambiente, con la que ir
ascendiendo en la escala social. Había conocido en el pueblo de su nacimiento a
una muchacha endeble y vivaracha que, aceptaba, sí, de buen grado su compañía,
pero no acababa de quedar obnubilada por sus dotes de galán, normalmente,
reconocidos. Fue un incentivo que le llevó a frecuentar el trato de aquella
muchachita, débil en apariencia, pero obstinada en la limitación de sus
liberalidades. Tomasa, hija de una familia que le trataba con cariño y
familiaridad, se ajustaba a su proyecto. En el tercer día de la feria del
pueblo, el 16 de septiembre de 1928, le declaró su intención de formalizar el
noviazgo. Su respuesta le llenó de ilusión. Quedó concertado el noviazgo de
aquellas dos personas que, muy distintas en su exterior, tantas cosas en común
tenían en su vida personal. Tomasa era
ya su novia formal con la que se comunicaba por cartas, en las que él
desarrollaba su capacidad de expresión escrita con la que amarraba la normal
predisposición de la novia lejana. Incluso, llegó a visitarla personalmente,
desplazándose al pueblo, desde Madrid, cuando, tras la forzada estancia en el
Hospital Militar de Carabanchel, le concedieron un mes de permiso. Fue una
ocasión ideal para exhibir, ante sus
”iguales de antes” sus galones de cabo del ejército que le situaban en
un nivel un tanto superior.
Vio entonces la posibilidad de pasar a la Guardia Civil,
destino que siempre había envidiado desde la sufrida y vejada situación de
obrero del campo. Entonces, la figura de
un guardia civil entre las gentes de pueblo era todo un icono de admiración: su
uniforme, su normal prestancia, la leyenda del Cuerpo, especialmente entre los
campesinos que la veían como la autoridad más cercana, le concedía un carácter
especial, era un reto difícil de obtener y de especial consideración
En el Ejército, continuó sacrificando, salidas y diversiones
para centrarse en la preparación de las materias que habrían de valerle para
conseguir el ascenso a sargento, sin olvidar tampoco estudiar el reglamento y
materias que exigirían su ingreso, de poder alcanzarlo, en la Guardia Civil.
Entretanto fue destinado a Segovia, donde consiguió un nuevo triunfo al obtener
el carné de conductor de camiones.
Quedó incorporado en el 4º Tercio de la Guardia Civil con
destino, pendiente de señalar, en las unidades de caballería. Una alegría más,
según se indica en este párrafo del texto citado: “Ahí era nada la importancia que me iba a poder dar cabalgando a la
vista de mis paisanos y mis antiguos compañeros de trabajo”. Quedó confirmada la noticia cuando en el mes
de febrero de 1932 se publicó oficialmente su ingreso en el Cuerpo, pero con destino
en el Tercio de guarnición en Barcelona, donde, miel sobre hojuelas, no era
obligatorio ser soltero y, por tanto, podría pensar en casarse.
El ambiente social en Barcelona era de lo más exaltado:” la libertad anunciada por los republicanos
fue pronto desfasada y convertida por muchos en libertinaje. Mucha gente a su
sombra hallaron amplio campo para poner al descubierto los perversos instintos
que llevaban dentro,…Las huelgas se sucedían con profusión en Barcelona..”
(sic).
en el cuartel de
Consejo de Ciento, desde donde pronto se trasladaron al pabellón concedido en
el Cuartel de San José de la Montaña. Días felices. Los dos despertaban a un
mundo nuevo, a conocer y disfrutar en cine, teatro, toros diversiones, paseos y
tantas otras cosas antes solo soñadas, y con tal intensidad que, por abusos
insensatos, acabaron dañando la fortaleza física y salud de mi padre, que hubo
de someterse a cuidados médicos.
Con los días de felicidad llegó también el esperado
acontecimiento: el nacimiento del primer hijo, cuya proximidad hizo aconsejable
el desplazamiento al pueblo para que el parto se produjera en el ambiente
familiar que la madre deseaba. Y nació el primer hijo de la pareja: ¡un varón!
al que pusieron por nombre -no podía ser
de otra manera- Agustín. Ya tenía la familia un personaje que podría continuar
la saga familiar, desarrollando el principio del nuevo ambiente logrado por el
matrimonio.
Por aquellas fechas la situación social en Cataluña estaba
muy alterada, se habían desmadrado las gentes que, alentadas por la alta
burguesía catalana, reclamaban la total independencia de Cataluña que ya había
con seguido un Estatuto especial. El 6 de octubre de 1934 la Generalitat
declaró formalmente la independencia. Ante tal declaración, el capitán general
de Cataluña echó las tropas a la calle y en poco tiempo consiguió que en los
micrófonos oficiales se oyera la declaración de rendición de los sublevados
y su sometimiento al
Gobierno Central. Los hechos habían sucedido mientras mis padres vivían en el
cuartel de La Sagrera, desde donde, al día siguiente, pudieron escuchar con
alborozo el “raudo sonar sobre el pavimento de las herraduras de los caballos
del escuadrón” que desfilaba por la ciudad, devolviendo la calma al pueblo.
Días después, recibió mi padre la noticia de la extrema
gravedad de la hermana mayor de su esposa y obtuvo un permiso especial de dos
meses para visitarla. No pudieron verla viva. Pero, durante la estancia en el
pueblo, recibió la notificación de que se le concedía el traslado de
Comandancia que hace tiempo había solicitado. No hubo necesidad de volver.
El nuevo destino estaba en la Comandancia de Jaén, teniendo
la suerte de que le trasladaran precisamente a Santisteban del Puerto, el lugar
de origen de su estirpe paterna y donde residían bastantes miembros de su
familia actual. La relación con sus parientes, en las nuevas circunstancias
fue, desde luego un motivo más de satisfacción para la pareja, pero, a la
larga, fue el germen de la inquina no confesada que perduró a lo largo de toda
la vida entre los miembros de su familia del pueblo y su propia familia. personal, manifestada especialmente en la
esposa.
Otro acontecimiento, no por esperado menos placentero, fue el
nacimiento de un nuevo descendiente: una niña, que completaba la parejita, con
la que se cerraba el círculo de su completa felicidad. Consecuentes con el
ambiente andaluz de sus primeros tiempos, la llamaron, no Mari Carmen o,
simplemente Carmen, nombre tradicional en las niñas de aquel tiempo, sino
“Carmela” (“Carmelita” es el nombre que figuró en sus tarjetas-recuerdo de
primera comunión).
Y llegó el traslado al Puesto de Úbeda, en cuyo cuartel
estaban cuando se produjo el “Alzamiento Nacional”. El estallido de una guerra
abierta entre los dos bandos de la misma familia nacional. Y los españoles
quedaron divididos en dos cuerpos diferentes y enfrentados, no tanto por sus
propias ideas y sentimientos sino, más bien (sobre todo al principio) por el
lugar en que vivían cuando comenzó la contienda. A él, le había correspondido
estar en la zona republicana, donde hizo las primeras jornadas que se
desarrollaron en escaramuzas seguidas por diversos pueblos de Córdoba, pero
pronto se pasó a la zona controlada por las tropas sublevadas, que defendían
abiertamente la oposición al decadente comportamiento de las masas, tolerado
por el Gobierno popular.
Mientras duró la guerra, la esposa y los hijos quedaron en
Villacarrillo, en la casa de la abuela de los niños, donde recalaron, azuzados
por el asedio de las masas cuya intolerancia se manifestó mediante serias
amenazas contra las familias que vivían en el cuartel de Úbeda. La vida de mi
padre durante los tres años que duró la campaña quedó minuciosamente recogida,
día a día, en el diario manuscrito donde iba dejando constancia de los
incidentes de cada momento en los distintos lugares de Córdoba donde se
movieron las unidades en que él se hallaba enclavado. En lo esencial, no tuvo
ningún enfrentamiento serio contra quienes en cada caso figuraron como sus
enemigos de guerra.
Abril de 1939: Se acabó la guerra. Consiguió al fin que su
familia se reuniera con él en Córdoba, donde provisionalmente continuó, hasta
su traslado a Villanueva del Arzobispo, donde se incorporó con la familia el
día 11 de junio, ocupando uno de los pabellones del Cuartel del Pueblo. Nació
allí, el 7 de febrero del siguiente año su segunda hija, a quien bautizaron con
el nombre de Pilar, como la Patrona de la Guardia Civil. Durante esta etapa se
sucedieron varias concentraciones por lugares distintos de la Sierra Morena
para controlar y perseguir a los “maquis”, individuos que se resistieron a la
declaración del cese de hostilidades y siguen viviendo como versos sueltos de
un poema deshilachado, atracando a la gente y robando en los cortijos de la
sierra.
Inesperadamente, pero con gran satisfacción, recibe la
noticia de su traslado a Úbeda, en cuyo cuartel queda ubicado con la familia en
marzo del 1941. La vida allí, salvo las obligadas salidas en concentración
contra los insurrectos que aun pululan en la Sierra, es tranquila por lo que
comienza a preparar los exámenes para cabo, a los que se presenta un año
después. Se celebran en Córdoba y aprueba. Pasa el tiempo y por fin el 28 de
mayo de 1943, se publica su ascenso a cabo. Nuevamente puede ver en su guerrera
aquellos galones que supusieron el primer paso en su escapada de la triste vida
del campesino. Con su nueva graduación, traslado a Jódar, pueblo muy cercano, a
donde se marcha con la familia y en el que poco tiempo va a permanecer, pues, por
fuertes desavenencias con el Brigada, Jefe de la Línea, pidió traslado de
Puesto, que se le concedió en 1945.
Jabalquinto, un pintoresco lugar de 3.000 habitantes, con más
cuevas que casas, en las proximidades de Linares y Baeza, es el pueblo que colmará la dicha de mi padre
durante unos años en los que fue plenamente feliz hasta que, buscando el
porvenir del hijo, tuvo que renunciar a esa dicha.
En febrero de 1945 tomó posesión como Comandante del Puesto.
Seis guardias a sus órdenes. Su recto comportamiento, su energía, su acierto en
el mando, su éxito en el cometido de su actividad profesional le granjearon la
simpatía de los jerarcas del pueblo, los cuales acabaron por hacerle un hueco
en el selecto grupo que comandaba el lugar. El Alcalde, el Juez, el Secretario,
el Médico y el Cura fueron sus compañeros. Con ellos llegó a formar un núcleo
que ocupaba sus ocios de fin de semana, cuando no tenían otra distracción, con
el juego del “tresillo”. Prestigió, desde luego, el nombre de la Guardia Civil
con la eficaz limpieza del término municipal de los ladronzuelos, gitanos y
malhechores de toda clase que merodeaban por los campos y pululaban por los
pueblos de los alrededores.
A las hijas les buscó ocupación con Dª Mercedes, la maestra
del pueblo, que las tomó bajo su cuidado, enseñándoles lo que sabía. El hijo lo
encomendó al cura- párroco, D. Fernando, que se ocupó de su preparación en las
materias del bachillerato, cuyo primer curso aprobó con notas excelentes, tras
su examen como libre en el Instituto de Linares. Y consiguió que el
Ayuntamiento creara dos becas de estudio para alumnos aventajados, de las que
se beneficiaron los respectivos hijos del Secretario del Ayuntamiento y del
Comandante del Puesto.
Gracias a esto y a la media beca que el hijo consiguió en
exámenes oficiales del Ministerio de Educación, pudo enviarlo a estudiar, como
alumno interno, al Colegio de los Salesianos de Córdoba, que compartía con el
de los Jesuitas de Granada, el honor de ser los más importantes colegios
privados de Andalucía. Pudo optar entre los dos, pero sus agridulces recuerdos
de la campaña bélica por tierras cordobesa le decidió a elegir este entorno
para la educación del hijo
En el año 1952 terminó el hijo el bachillerato con notas
brillantes. Había que arbitrar la forma de que siguiera una carrera. Se había
determinado que fuera la de derecho. Y no se encontró otra oportunidad que
hacerlo en Madrid, donde algúna ayuda podía conseguir de sus amistades del
pueblo. Dura decisión. Se vería obligado a descabalgar de las comodidades que
gozaba gracias a su cargo. Pero no había otra salida si quería que el hijo
siguiera el esperanzador camino que su comportamiento escolar preconizaba.
Tras no pocas gestiones, muchas recomendaciones, y bastantes”
untamientos” (que en otras circunstancias hubieran sido reprensibles) en
noviembre de 1952 se incorporó en Madrid, al Puesto de Bellas Artes, pasando a
ocupar un pabellón en el Puesto de Dª Carlota, en Vallecas. Poco tiempo duró su
estancia en Bellas Artes, donde la actividad principal de la Guardia Civil era
la de acompañar la conducción de caudales desde Madrid a su lugar de destino.
En marzo del año siguiente se le asigna una nueva función. Ocupa
su nuevo puesto en la 1ª compañía de Especialistas, en la estación del Norte,
al principio y, poco después en la de Atocha. Ahora su actividad en nada se
parece a la que estaba acostumbrado a bregar. No es un trabajo duro, es como una
mezcla entre oficinista y negociante, pero se requiere tener un temple y un
carácter que no le va.
Sus hijos, entretanto, han comenzado a caminar: el varón
estudia por las mañanas y va a la Facultad de Derecho y trabaja, por la tarde,
en La Nueva Panera de D. Dionisio Martín, el dueño del cortijo de Torrubia
quien, por mediación del alcalde de Jabalquinto, se ofreció a ayudarle. Recibe
por este trabajo 200 pesetas que, al menos, sirven cubrir sus necesidades. Las
niñas han empezado a aprender Corte y confección, la mayor, y bordadora, la pequeña;
ambas, actividades que pueden serles útil el día de mañana.
Tras dos años en Especialistas se le encomienda hacerse cargo
del Puesto de Dª Carlota, con lo que vuelve a la actividad que domina y con la
que disfruta. En octubre de 1955 mejora aún más su suerte pues pasa a mandar el
Destacamento de Energía Nuclear, en la Ciudad Universitaria, ocupando
provisionalmente pabellón en el cuartel del Puente de Segovia.
Unos meses más tarde, en julio de 1956, le llega por fin el
ansiado momento de lucir en sus mangas los galones de “sargento”. Fue una nueva
época de gracia. Habían pasado doce años; doce largos años esperando que
corriera el escalafón. ¡Al fin! Ya era
sargento. Tenía un cómodo puesto de mando y ocupaba un lujoso piso en zona
privilegiada del cinturón de Madrid, a la que se había trasladado con su
familia. Para colmo se le ha autorizado a plantar y cuidar un jardín en los
aledaños de la vivienda, disponiendo gratuitamente de los servicios de
jardinería que estimase precisos. Tiene ahora 50 años. Nada mejor para
calificar su estado de ánimo que sus propios comentarios en sus “Memorias
Grisáceas”: “¡Lástima que esto se esté
terminando!”
En efecto el 16 de abril de 1958, al cumplir los 51 años,
cesó en el Cuerpo. Pasó al retiro de la vida activa.
El 21 de julio de ese año, después de ocupar durante unos
días el piso de la calle Alejandro Sánchez nº 3, que era propiedad del cabo que
le sustituyó en Energía Nuclear, la familia pasó a ocupar el piso adquirido por
mis padres en la Colonia de Valdezarza, a espaldas del Colegio de La Paloma, en
Franco Rodríguez. Ya era un civil más. Ya no tenía nada más qué hacer. Se había
cerrado ¡y con pleno éxito! su ciclo activo.
Poco después, el
15 de octubre se casaba su hija mayor,
El hijo que, habiendo terminado la carrera de
derecho, comienza a trabajar como Abogado en otra empresa de D. Dionisio, se
queda con los recién casados
Un año de inactividad
absoluta era mucho tiempo para una dinámica persona acostumbrada a solucionar
problemas y dirigir a personas varias. Pero tuvo suerte. A mediados del año
1960 el Juez de Paz del Pueblo le ofrece desempeñar, provisionalmente, el cargo
de Secretario del Juzgado. Era una actividad nueva, desconocida, pero, por eso,
una ocasión de salir del aburrimiento del no hacer nada y un nuevo reto a
superar
Casi tres años estuvo desempeñando el cargo, con eficacia y
alegría. Durante ellos tuvo la satisfacción de conocer nuevas gentes en el
Pueblo y de trabar incipiente amistad con el Juez de Paz, con el cual, en su
coche, llegó a compartir un viaje en que los dos matrimonios tuvieron la
oportunidad de visitar tierras valencianas, donde ambos tenían familiares, que
visitaron.
Entretanto, un accidente sobrevenido por acceder a la
petición de su hijo (y, bien en el fondo, su propia satisfacción personal)
viene a incrementar la insatisfactoria ruta de su vida de retirado. Atendiendo
la petición del hijo, que acaba de comprar su primer vehículo, una vespa 125,
se monta con él para estrenarla, dando un paseo por la Dehesa de la Villa. Al tomar
una curva, justo la que hay enfrente del lugar donde había vivido últimamente,
en el Centro de Energía Nuclear, el novel conductor derrapa y caen ambos al
suelo. El padre se disloca la cadera, lo que le obliga a estar unos días en el
hospital. Piénsese en la reacción del padre que, solo para complacer al hijo,
subió en la moto.
A partir de aquí, pocas satisfacciones íntimas pudo
contabilizar. Empieza a sentir la amargura de no ver
MI PADRE. 25 años después
materializadas sus
ansias de reconocimiento del amplio trabajo realizado para elevar el rango
social de la familia. Unos pocos meses tratando de salir de la apatía, le
llevaron a ocuparse de los tramites de papeleo en una gestoría, que pronto dejó
por su falta de contenido vital y, luego, la apertura a una actividad nueva
que, de entrada, parecía ofrecer prometedores soluciones a su vida sin sentido:
Los viajes o excursiones de recreo, que ya había degustado en la excursión
realizada el año anterior con el Juez de Ciempozuelos por tierras de Valencia.
Al cabo de este tiempo la hija mayor conseguía disfrutar de la vivienda propia tan esperada. Esta noticia permitió a “los desterrados de Ciempozuelos” volver a su piso de Valdezarza. El 19 de febrero de 1963 hacía su traslado a la que fu su última y definitiva vivienda.
MI PADMI PADRE: 24 años despuésRE: 24 mMm años después
En el verano del 1963, visita turística a Mallorca. Las
cuevas de Artá, o la visita a Can Picafort supusieron para la pareja
un espectáculo cuyo
recuerdo se reproduciría con frecuencia.
A partir de aquí, pocas satisfacciones íntimas pudo
contabilizar.
Es la época en que surge un acontecimiento
que le llena da amargura. Su origen está en el deseo de complacer la
manifestación de juvenil orgullo de su hijo (quizás, inconfesadamente, también
del suyo). Con los primeros ahorros se
había comprado su primogénito su primer vehículo: una vespa 125, que -según
solía comentar en tono de chanza “alcazaba una velociad de hasta 60 km/hora
cuando iba cuesta abajo y el viento soplaba de espaldas”-. Naturalmente el hijo
estaba gozoso. Y, pretendiendo compartir su satisfacción con el padre, le pidió
que montara con él para dar un paseo. No estaba su progrnitor muy por la labor.
Nunca había sido un aventurero. Pero, por satisfacer al hijo, montó con él en
la moto. Pasearon por la Dehesa de la Villa y, justo en una de las curvas que hace
la carretera a la altura de la casa que habían habitado en la Junta de Energía
Noclear, el novel e inexperto conductor no supo dominar el vehículo y la moto
derrapó. Una caida desafortunada. El padre se dañó la cadera, con lo que tuvo
que estar una temporada en el hospital.
Tampoco este accidente fue nunca objeto de
comentario entre ambos.
Empieza a sentir la amargura de no ver materializadas sus
ansias de reconocimiento del amplio trabajo realizado para elevar el rango
social de la familia. Unos pocos meses tratando de salir de la apatía, le
llevaron a ocuparse de los tramites de papeleo en una gestoría, que pronto dejó
por su falta de contenido vital
Después de la
visita a Mallorca, ninguna novedad interesante hasta el año siguiente.
En el año 1964 salió
del domicilio familiar su hija pequeña, para casarse con Paco Redondo, que era
ubetense;
se marcharon a vivir a Úbeda, donde fijaron su
residencia.
Queda en la casa solo el hijo, con el que no guarda demasiada
comunicación, quizás como consecuencia de su respeto exquisito al poco tiempo
que a éste le sobra por la intensa dedicación a la dura tarea que acarrea el
abrirse camino en Madrid como abogado sin conocer a nadie en la profesión. Acaso,
también, por la contrariedad que le supondría el sentir que sus observaciones
pudieran ser replicadas o no seguidas al pie de la letra por aquel en quien ya
aprecia ideas propias. Es posible que su
estado de ánimo quede influido por la decepción que indudablemente le supone el
no poder volcar en el hijo, como su ilusión le había hecho concebir, los
conocimientos adquiridos a pulso en sus años anteriores. Tal estado de ánimo ya
se había dejado sentir de manera violenta en alguna ocasión anterior, de la que
ninguno de los dos quiere acordarse.
A finales de 1965 también el hijo abandona el nido, tras su
matrimonio con Camelia Martínez, norteamericana de raíces gallegas. Previamente
habían asistido los más allegados familiares de ella a su domicilio para trabar
conocimiento, que, afortunadamente, resultó complaciente par ambos padres en
los años que siguieron en la vida de casados de sus hijos respectivos.
Para dar algún sentido a su vida, demasiado anodina, comienza
a organizar viajes que le permitan encontrar nuevas vías de conocimiento y
exploración. Así, en marzo de 1968, realizan un viaje a Valencia, donde visitan
a su antiguo amigo Pascual Calares y su
esposa.
En los años siguientes aprovechó las oportunidades que la
Guardia Civil ofrecía a los retirados, proporcionándoles la ocasión de ocupar
residencias de verano, como la que ellos disfrutaron en Puertollano, Lanjarón,
o los viajes a Andalucía, donde tuvieron la ocasión de conocer turísticamente
Granada, Almería, Motril, Roquetas de Mar y otros pueblos costeros, cuyas
playas aprovecharon para zambullirse gozosos en sus cálidas aguas.
Concretamente las excursiones a Almería y Aguadulce las
realizó el matrimonio con un variopinto grupo de excursionistas, que quedaron
reflejados en la foto que se acompaña.
En Motril mis padres dejaron constancia de su vitalidad y
espíritu deportivo, posando en la playa, según imagen recogida para su regocijo
personal, para la digna exhibición de su vitalidad
y sorpresa
generalizada de la familia
Una de las personas con la que más a gusto se sintió siempre
mi padre, la que más, fue su hermano menor, Pedro.
Era éste el envés, el
reverso de la medalla en cuanto al trato con las gentes:
alto, de buena
planta, abierto, alegre, despreocupado, comunicador, casi analfabeto, y de una
simpatía arrolladora; optimista siempre, a pesar de no haber salido del estrato
que formaban aquellas personas que, aún en el siglo pasado, vivían en situación
parecida al que formaban en la Edad Media los adscritos a la gleba. Por los
años 70 encerraba su vida en las profundidades de una mina de carbón por
tierras leonesas. De paso por Madrid, solía recalar unos días en casa de su
hermano. Eran para mi padre un paréntesis de desbordada alegría y comunicabilidad.
Alguna foto se conserva de aquellos momentos, que también se extendieron con
motivo de los festejos celebrados por algún acontecimiento familiar. En la que
se adjunta a esta página, tomada con motivo de la boda de un sobrino en
Chiribella, es de notar la cara de satisfacción de mi padre, que contrasta con
el gesto grave, adusto, con el que normalmente aparece en las fotografías de
los últimos años.
La severidad de su carácter era incompatible con la
ductilidad, tolerancia y amabilidad que son necesarias para el trato con los
niños
Nada
es de extraño por tanto que no se prodigara demasiado con ellos. Sin embargo,
había ocasiones en que se le veía disfrutar con su proximidad, especialmente
cuado había motivo para enseñarles algo nuevo o marcarles la conveniencia de
actuar en alguna forma determinada. En
esas ocasiones era posible ver reflejado en su comportamiento el orgullo de ser
el progenitor de aquellos cuerpecillos que podrían continuar su obra creadora.
En las ímagenes adjuntas se recoje su regocijocon su primer nieto o el orgullos
de pasear con los primeros hijos de su primogénito
En enero de 1972 tuvo aquel ataque que, se pensó, era apendicitis.
Quedó ingresado en el Hospital Militar donde le trataron felizmente de lo que
fue una peritonitis, que, tras el tratamiento, no volvió a molestarle
A partir del año 1974, tuvo la posibilidad de pasar algún que
otro fin de semana en el campo, en el pueblo de Nuevo Baztán, cerca de Madrid, donde
el hijo se había hecho un chalé, en el que había reservado una habitación para
“los abuelos”.
Poca actividad externa: Por las mañanas solía desplazarse al
Despacho profesional que el hijo -que ya ejercía como Abogado independiente- tenía
en la calle Núñez de Balboa, para, teóricamente, atender las incidencias que
pudieran presentarse mientras éste estaba en los Juzgados.
Interiormente, una incesante actividad de recopilación,
recreación de los episodios que jalonaron su vida, con la creación de nuevas
poesías laudatorias con motivo de las celebraciones de efemérides o eventos de
alguno de sus descendientes.
Su decaimiento, que ya
no se molesta en disimular, hace que los hijos empiecen a tomar conciencia de
la necesidad de atender a su padre con más frecuencia con el fin de tratar de
animarle. Sacan tiempo de sus quehaceres diarios para desplazarse a la casa
paterna y acompañar a la solitaria pareja en su vivienda de la Dehesa de la
Villa.
Su salud empieza a resentirse:
Aquellas dolencias que
durante su vida activa había quedado rápidamente superadas por sus normales
quehaceres, ahora, no encontrando ya freno que las minimizara, se enquistaron y
extendieron.
El no confesado adenoma prostático que venía
combatiendo con costosos medicamentos requirió más cuidados. La artrosis de su
esqueleto le hacía caminar penosamente inclinado.
El reuma que toda la vida le había acompañado, se hizo más
persistente.
La habilidad manual
para solucionar problemas domésticos o los derivados del uso de la televisión o
el magnetofón fue decreciendo poniéndole en el trance, que siempre había
tratado de evitar, de tener que pedir ayuda a los hijos, cuando pasaban por la
casa para visitarle. Todo lo soportaba en silencio, sin quejas que pudieran
transmitir a los demás su preocupación.
Se habían
reducido sus salidas a unos cortos paseos por la Dehesa de la Villa, por el
parque de Valdezarza, junto al que estaba ubicada la vivienda. Paseos breves,
con torpes desplazamientos que aconsejan que camine acompañado.
Soledad.
Soledad y tristeza íntima. Nunca llegó a
pensar en este final. Y, sin embargo, ¡no era su culpa! ¡Él había actuado como
desde el principio se propuso actuar, luchando con energía para conseguir su
meta! Pero nunca había pensado en que después de “la meta” hubiera una
continuación tan triste.
Solamente ahora me doy cuenta. Entonces,
cada uno de los hijos se ocupaba de atender sus peculiares problemas familiares
y los proporcionados por sus propios hijos, limitándose ¡qué dolor! a visitarle
de vez en cuando, dejándole la mayor parte de sus días sumido en su soledad.
Soledad,
que solo compartía con la esposa, aquella
muchachita que empezó siendo un apéndice de sus planteamientos vitales y que,
poco a poco, había ido ganado fuerza en el matrimonio hasta el punto de que
ahora era el elemento fuerte, gracias a cuyos permanentes cuidados y atenciones
continuas, podía mantener una vida, ya, sin sentido.
Su dependencia de ella es completa.
Su ternura y situación
la deja escrita en una composición poética redactada en los finales de los años
ochenta
ESTO ES MI DESEO
No sé si
viviré otro año.
A fe
que no lo deseo,
pues tan
cansado me veo
que
hasta me siento un extraño.
El alma fue saturada
de tan
grandes pesadillas
que
fueron pocas cosillas
en las
que me solazara,
las que
me dieran solaz
o a mi
ánimo trajeran
motivos de hermosa paz.
Y ya en mis postrimerías,
sin
creerme necesario,
quisiera
que mi calvario
terminara
en pocos días.
Solo me alienta un deseo;
que
vosotros que os quedáis
que con
tu madre lo hagáis
limpiamente
sin rodeo,
pues
ella sembró su amor
tan
abundante y sin tasa
en todos
los de su casa
que no
lo hallareis mejor.
Con vosotros lo hizo bien,
conmigo
lo hizo mejor.
Endulzad,
pues, el dolor
de mi
querida Tomasa.
Su situación se complica de manera inesperada.
No de manera brusca o
drástica. Poco a poco, de forma insensible, él mismo va dejándose morir. Se ha
quedado prácticamente ciego. No se queja. Soporta estoicamente su situación.
Ya, él, que fue todo energía y vigor, no toma decisión alguna. Se deja llevar,
resignado.
En la mañana del día 15 de septiembre de 1994, a los 87 años,
ya no se levantó. Durante el sueño, un infarto cerebral dejó sin luz aquel
cerebro que con tanto afán había ido acumulando conocimientos y sabiduría para
impartirlos entre los suyos.
Sus restos reposan, junto a los de su esposa, en el panteón familiar que su primogénito tiene en el cementerio sacramental de San Isidro de Madrid. Sepultura 12, Fila 5ª,
Manzana C, del Patio 8º.
Madrid, 23 de diciembre de 2018
<día del año en el que Tomasa siempre celebró
(cuando pudo celebrarla) la festividad de su Santo >
Me ha encantado leer la historia de tu padre.
ResponderEliminarGran ejemplo a seguir y así lo hicisteis vosotros y vuestros hijos y estoy segura que allá donde este Agustín V, estará orgulloso y pleno de satisfacción porque el sacrifico mereció la pena, por lo que consiguió para su estirpe., unos ingenieros, otros empresarios, todos luchadores pero ante todo respetuosos y orgullosos de su pasado y el de su familia.
ResponderEliminar