Pinceladas.-QUÉ FUE DEL MIÉRCOLES DE CENIZA?
¿Qué fue del “miércoles de ceniza?
(al hilo de
una fiesta religiosa que mayoritariamente ha desaparecido entre el
multitudinario fragor humano de las grandes ciudades).
Reflexión
surgida, entre otras, después de ver “Musical
33”, en el local que Espacio 33 tiene en las instalaciones de IFEMA de Madrid
(a pesar de las dificultades derivadas de la huelga de taxis de la capital, especialmente
montada para coincidir con la celebración de la FITUR en dichas instalaciones. Por cierto, recomiendo el espectáculo
El
miércoles de ceniza es una
institución de la Iglesia Católica que tiene sus orígenes en los primeros años
del cristianismo. Es una costumbre compartida por la mayor parte de la cristiandad,
aunque no en todas partes de la misma manera.
Nació
como preparación de los fieles para la celebración de la Fiesta Pascual, la
Gran Fiesta con la que los cristianos conmemoran la resurrección de Cristo,
tras Su crucifixión y muerte en la cruz. Tan importante es para los cristianos
este acontecimiento que San Pablo, (muñidor de las ideas de los primeros fieles y verdadero autor del ideal cristiano) en su primera epístola a los Corintios,
llegó a decir “…si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”.
Sus antecedentes se encuentran en la
celebración del “Pessaj”, la Pascua Judía, con la que este Pueblo guarda
memoria y rinde culto al fin de su esclavitud en Egipto. Esta fiesta la
celebraban los judíos durante un período de 7 días que comienzan en la tarde
del día 14 de su mes de Nisán, primer mes del calendario lunar judío. En esa
tarde, en la fiesta del “séder”, se toma el cordero pascual y comienza una época
en que no se pueden comer pan ni cereales de harina fermentada, en
conmemoración de las privaciones de los judíos en su marcha por el desierto
tras la salida de Egipto.
Era una más, de la variada panoplia de
festividades con las que los judíos, pueblo inicialmente nómada y, luego,
esencialmente agrario y eminentemente religioso, celebraban: o bien, los
acontecimientos principales de su vida ordinaria: el comienzo del año, (ROSH HASHANÁ), la
recolección de las primicias (YOM
ABICURIM), la
época de las cosechas y comienzo de la vendimia (SUCOT. (ó Jag Haasif).- Fiesta de los Tabernáculos o de las Cabañas.;
o bien, aquellos acontecimientos que
habían contribuido a consolidar su fe: la liberación de los judíos del dominio
persa por la reina Esther (PURIM),
la restauración del templo de Jerusalén por los Macabeos ( JANUCÁ (ó Jag Haurim).- Fiesta de las
Luces), o- y ésta es la que nos interesa
destacar ahora- el fin de la esclavitud en Egipto (PESSAJ.)-
Los
primeros cristianos, judíos de nacimiento, recogieron y practicaron, antes de
abrazar el cristianismo, las costumbres y celebraciones de su Pueblo y por
tanto sus tradiciones. El mismo Cristo observaba esta festividad. De hecho, Jesús celebró la Última Cena durante la Pascua judía, es decir, el
14 de Nisán y murió el primer día de la fiesta
judía que celebra la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto; murió
en la cruz el 15 de Nisán y resucitó, según la tradición cristiana, el domingo
siguiente.
Durante
los años que siguieron a la muerte de Jesús sus discípulos siguieron observando
los ritos de la Pascua Judía. Fue a partir del Concilio de Jerusalén, presidido
por el apóstol Santiago, cuando empezaron a plantearse los primeros esbozos
para abandonar el sentido tradicional de esa fiesta para adaptarlo a la nueva
filosofía del naciente religión cristiana. Al fin, transcurridos casi
trescientos años, durante el Concilio de Nicea, se acordó fijar un definitivo
planteamiento de aquella festividad que dejaría de celebrarse en conmemoración
de la liberación del pueblo judío, para celebrar la resurrección del Mesías y
la consiguiente liberación del género humano.
Cambió el motivo de celebración,
pero quedaron subsistentes unos ritos que, siendo lógicos entre los judíos,
resultaban sin auténtico fundamento real en la nueva celebración. Entre éstos,
uno principal: el cordero que constituía la base de la cena del 14 de Nisán
(primer mes del calendario lunar judío), pasó a ser simbólicamente representado
por el propio Cristo que los cristianos pasaron a considerar como el Cordero
mismo que los cristianos consumirían, al comer el pan de la celebración.
En
su afán de dar personalidad propia a este evento se determinó que la festividad
se celebrara, no en un día fijo del año (que, por regirse por un calendario
solar, era difícil de compaginar con el calendario lunar, tenido en cuenta por
los judíos para el señalamiento de tal fiesta) sino en un día importante de la
primavera que, expresamente, no coincidiera con la celebración judía. Y así se
acordó la celebración de la Pascua en un domingo (puesto que domingo era el día
de la resurrección) pero un domingo que
tuviera representatividad especial: se adoptaron criterios varios para fijar
esa fecha hasta que en el año 525, tras los estudios del monje Dionisio el
Exiguo, se eligió el primer
domingo después de la luna llena que, de acuerdo con el criterio eclesiástico,
tenga lugar tras el equinoccio de primavera que se produzca a
partir del día 21 de marzo. Resulta así una fiesta imprecisa que puede
tener lugar en cualquier fecha entre el 22 de marzo y el 25 de abril de cada
año, pero que nunca coincidiría con la Pascua Judía.
Ahora
bien, fijada ya la fecha de celebración de la fiesta, se volvió a acudir a la tradición judía, según la
cual habían sido cuarenta los años de peregrinación del Pueblo judío por el
desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Y así se recogió ese cardinal para
contar, en días, el tiempo que, en años, habían empleado los peregrinos judíos
en llegar a su destino. Surgió así “la cuadragésima” del ritual cristiano, los cuarenta
días hábiles, que los cristianos deben guardar como preparación para la
celebración de su Gran Fiesta Pascual, que, por definición, caerá en domingo.
Es el tiempo de Cuaresma: Cuarenta días hábiles antes del Gran Día en que se
celebra la resurrección del Señor, es decir del Domingo de Resurrección. Y este
cómputo determina que la preparación de los fieles comience en un miércoles: (Es curioso observar que al mismo resultado se
llegaría haciendo el cómputo desde la fecha misma del Domingo de Ramos
precedente, si se tuvieran en cuenta todos los días de la semana: serían 40
días naturales contando desde el comienzo de celebración de la Semana Santa)
Y ahí tenemos el miércoles de ceniza,
uno de los días de la semana, cuya celebración recoge de manera expresa el
ritual de la Iglesia Católica y que este año se celebrará el día 6 de marzo según el cómputo del que me ocupo a continuación: En el 2019, el equinoccio de primavera se
producirá el 20 de marzo. La primera luna llena después de su llegada tendrá
lugar el 21 de marzo. Sin embargo, no será ésta la fecha computable porque ese
acontecimiento astronómico se produce justo en la fecha (pero no, después de
ella) en que habría de comenzar el cómputo. Se tomará como referencia el
siguiente plenilunio, que tendrá lugar el día 19 de abril. Y el primer domingo siguiente,
será el 21 de abril. De modo, pues, que será el 21 de abril de 2019 el que
marcará el día de la Pascua de Resurrección.
Para los antiguos cristianos
ese día señala el comienzo de un período de Cuaresma, es un tiempo de preparación
de la Semana Santa, durante el cual se guardaba ente los fieles ayuno y
abstinencia, en conmemoración de los cuarenta días que Jesús ayunó en el desierto
y como sacrificio para la preparación del tiempo pascual. Actualmente, las
normas vigentes en la Iglesia Católica a partir de finales del pasado siglo,
han reducido esa obligación, que solo es exigible en ese día inicial, el miércoles de ceniza, que, por consiguiente, es un día de estricto ayuno y abstinencia de
toda carne y comida hecha con carne.
La festividad de este día, era muy celebrada
entre los primeros cristianos, como consecuencia de su origen judío. En efecto,
los judíos, como otros pueblos del oriente medio desde antes de la era
cristiana, solían utilizar la ceniza como manifestación de su duelo, llegando
incluso a cubrir su cabeza de ceniza como gesto de arrepentimiento profundo. La
ceniza era símbolo visible de la muerte, de la “nanidad” que suponen las cosas
de este mundo y, de la aceptación, por tanto, del arrepentimiento de los
pecados que alejan a los fieles del acercamiento a la divinidad. En tal
sentido, la imposición de la ceniza a quienes deseaban integrarse entre los
fieles cristianos, fue costumbre aceptada, a partir del siglo IV, como rito
obligatorio por la Iglesia Católica Apostólica Romana. La ceniza utilizada en
el rito religioso había de ser la que se originó al quemarse las ramas de palma
o de olivo que durante el año precedente se utilizaron para la celebración de
la fiesta del Domingo de Ramos.
Tras fluctuaciones varias en la interpretación
del uso más adecuado, en la Iglesia Católica acabó por afianzarse la práctica del
rito, mediante la imposición en la frente del cristiano, de una pizca de ceniza
en forma de cruz que el oficiante traza mientras recita la frase “memento homo quia pulvis es et in pulverem
reverteris” .
Hasta
hace poco, aún se practicaba ese rito en los pueblos de España, durante la
celebración de la Misa del día en que se había anunciado su práctica. Aunque no
era día de precepto, solían los fieles asistir multitudinariamente al evento.
Dudo, aunque no puedo afirmarlo, que siga siendo costumbre observada en la
mayor parte de ellos, ya que suponía una predisposición especial y una preocupación
religiosa de la familia tradicional, que, desde luego, no es en estos días el
síntoma dominante entre esa juventud, que se dice informada.
Pero, lo que en la época actual realmente suscita el interés del miércoles de ceniza
no es tanto su aspecto religioso, como su referencia pagana. En efecto, ese día
es el que se toma como referencia para la fijación de “los Carnavales”, a los que pone fin. Es el
Carnaval una antiquísima costumbre que ya se practicaba en los pueblos del
cercano Oriente, desde la época de los sumerios y primeros egipcios y que,
desde luego, celebraban los romanos de la época de Jesús. Era una fiesta
pagana, celebrada en modalidades muy diversas, pero con una nota en común:
tumultuaria manifestación de alegría y cierto desenfreno en el comportamiento
habitual de los celebrantes. Nunca fue acepada esta celebración de manera
expresa por la Iglesia, aunque sus fieles nunca, tampoco, dejaron de sumarse a
ella, si bien tradicionalmente se guardó el respeto que exige la práctica de la
religión. En nuestro tiempo, los bailes, desfiles y mascaradas del carnaval son
proverbiales en los Carnavales de, por ejemplo, Venecia (en Europa), Rio de
Janeiro (América del Sur), o Nueva Orleans (América del Norte). En España, con
características propias y diferentes, pueden destacarse los carnavales de
Tenerife o “las Charangas” de Cádiz.
En
definitiva, el Carnaval es una fiesta que por su propio contenido supone un
derroche de alegría, una explosión de gozo, que marca el turbulento despido de
una vida de placer antes de entrar en el doloroso tiempo de preparación para la
Semana de Pasión, tiempo cuyo rigor y dolor comienza precisamente con la
Cuaresma, que comienza con la celebración del miércoles de ceniza.
Con
lo que llegamos a esta conclusión: Si el
miércoles de ceniza es recordado y esperado hoy por “la gente” no es por
su sentido religioso, sino, precisamente, porque supone el final de una
festividad profana que permitió visualizar (si no participar en ella), unas
externas manifestaciones de gozo y despreocupación: la alegría de vivir, cuyo
disfrute parece ser el único objetivo al que tiende nuestra juventud.
Madrid, 25 de
enero de 2019
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